98 años de Iván Ilich
En este número conmemorativo de La Jornada Morelos en el nonagésimo octavo aniversario del nacimiento de Iván Illich contamos con los testimonios de Elizabeth Orihuela, médico personal de Illich en Ocotepec, y de Tarsicio Ocampo quien fuera director del CIDOC. Participan dos destacados universitarios morelenses: René Santoveña, rector de la UAEM de 2001 a 2006 y Carlos Barreto director del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Estudios Regionales de la UAEM. Incluimos a: Jean Robert (+) amigo cercano y sabio discípulo de Iván; Eloy Caloca investigador de PUEDJS-UNAM; Carlos Soledad periodista mexicano en España.
Dos poetas y ensayistas de renombre internacional contribuyen con sendos textos: Adolfo Castañón, quien funge como Secretario del Consejo Directivo en la Academia Mexicana de la Lengua y Gabriel Zaid es el decano de la más alta tribuna de la cultura mexicana constituida por El Colegio Nacional. Finalmente nos honra contar con un texto de Margarita González Saravia, gobernadora electa del Estado de Morelos.
En este número se presenta también una propuesta de Braulio Hornedo para promover la discusión de siete puntos de reforma al artículo tercero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, con el propósito de impulsar políticamente la desescolarización de la sociedad mexicana.
Iván Illich en Cuernavaca. Atisbos de convivialidad
Iván Illich, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, tuvo una significativa presencia en Cuernavaca, Morelos, durante las décadas de 1960 y 1970. En ese momento, la ciudad capital morelense (entonces de menos de 90 mil habitantes), se convirtió en epicentro de la vida intelectual en clave internacional, marcando una época atravesada por personajes, ideas, influencias, lugares y acontecimientos aún vibrantes. La trayectoria intelectual, pero también como vecino de Cuernavaca, actor de la vida local y de la transformación de la misma, da sentido a una idea en ciernes, en desarrollo con algunos colegas, denominada Geografía Illichiana, que consigne su paso por la ciudad, no sólo desde el punto de vista de los lugares, que son de si mismo interesantes, sino de sus encuentros y cruces con otros personajes como Sergio Méndez Arceo, Gregorio Lemercier, Jean Robert, Sylvia Marcos, entre tantos otros que le acompañaron en sus reflexiones.
En el ámbito de las ideas, su trabajo en esta ciudad no solo dejó una impronta en lo intelectual, sino que contribuyó de forma determinante a la transformación del discurso global sobre la educación, la modernidad, la tecnología, la salud y la sociedad en general. Iván Illich nació en 1926 en Viena, Austria, es decir, a casi nada de cumplir un siglo. Nació y creció en una familia con raíces diversas que lo expusieron desde temprana edad a un entorno multicultural. Illich, además, se formó en una variedad de disciplinas. Estudió y trabajó en instituciones prestigiosas y esa experiencia en el ámbito académico le permitió desarrollar su visión crítica acerca de las instituciones educativas y su impacto en la sociedad.
Estudió en la Universidad de Florencia y más tarde completó estudios en Filosofía y Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Su carrera como sacerdote comenzó en Nueva York, donde se vinculó con migrantes puertorriqueños. Las dificultades de las comunidades marginadas y las deficiencias del sistema educativo lo llevaron pronto a cuestionar el papel de las instituciones jerárquicas y autoritarias, incluyendo la Iglesia, el Estado o las escuelas en la vida de las personas. Estas reflexiones las trajo a América Latina, región que no conseguía salir del todo de su proceso de descolonización y transformación social. El Illich fuertemente tocado por su formación filosófica y teológica, así como por sus experiencias en América Latina y en una efervescencia intelectual, es el que llega a Cuernavaca.
La llegada de Iván Illich a Cuernavaca no fue fortuita. En la década de 1960, Cuernavaca era ya un importante centro cultural y académico en México, atrayendo a intelectuales, artistas y activistas de todo el mundo. La ciudad ofrecía un ambiente propicio para el intercambio de ideas y la experimentación intelectual. A principios de los 60, Illich fundó el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC) en Cuernavaca, que rápidamente se convirtió en un espacio de reflexión crítica acerca de las estructuras de poder y las instituciones modernas.
Las actividades del CIDOC, radicadas principalmente en el Hotel Chulavista, atrajeron a académicos, activistas y pensadores de todo el mundo, interesados en discutir las bases de la sociedad contemporánea y explorar alternativas radicales de transformación social. De estos trabajos se desprenden otros ejercicios educativos como las icónicas escuelas de español. El CIDOC se estableció en un entorno donde las ideas de descolonización, justicia social y reforma educativa eran temas recurrentes. Entre los pensadores más notables que pasaron por el CIDOC se cuenta gente de la estatura intelectual de Paulo Freire, Erich Fromm, Paul Goodman, Sylvia Marcos, Gehart Ladner, Miguel León Portilla, Jean Robert y Ramón Xirau.
Aquí fue donde se desarrollaron conceptos como la «desescolarización de la sociedad», pues Illich sostenía que la educación formal, tal como se ofrece en la mayoría de los países, no solo era ineficaz, sino que también perpetuaba las desigualdades sociales y la alienación, ahogando la creatividad, al condenarla a las aulas. Con la Convivialidad (1973), propuso una visión de la tecnología que estuviera al servicio de las personas, en lugar de ser una fuerza que las controlara. También consideraba que el sistema médico moderno, al igual que las escuelas, había transformado la salud en una mercancía.
De la misma manera, cuestionó los programas de desarrollo promovidos por países occidentales pues perpetuaban la dependencia y el subdesarrollo al no tomar en cuenta las realidades locales, promovían una forma de colonización cultural, imponiendo valores y estructuras ajenas a las comunidades. En el centro del debate que incluía todo tipo de actores y actividades varias, estaban temas como la teoría de la dependencia, la teología de la liberación; la antropología del oprimido; la teoría de la modernización y el papel de las guerrillas.
La actividad realizada en el CIDOC fue cuestionada por Roma y se prohibió toda participación sacerdotal en él. En 1969 Illich notificó a Méndez Arceo su renuncia al ejercicio sacerdotal pero no a sus votos sacerdotales. El CIDOC terminará con sus actividades en el año de 1976. Trabajos acerca de la presencia de Illich en Cuernavaca, como los de Braulio Hornedo o Víctor Hugo Sánchez Reséndiz, nos arrojan una emotiva visión que va con agilidad de lo local a lo universal, dándonos como resultado una historia vibrante y presente, de la que afortunadamente aún contamos con actores y por la que aún hay mucho por hacer.
*Director del CICSER-UAEM
Referencias
Hornedo, Braulio. El rebelde Iván Illich, Taller editorial La Casa del Mago, México, 2019.
Sánchez Reséndiz, Víctor Hugo, Ivan Illich, desde Cuernavaca, pensar y construir una sociedad convivencial, en prensa, 2024.
Illich el luminoso
Eloy Caloca Lafont*
En un mundo que, con esfuerzos, sobrevive los estragos del neoliberalismo, el COVID-19 y el cambio climático, la voz de Iván Illich sigue resonando con potencia. El “profeta de Cuernavaca”, como le llamaba el historiador Todd Hartch, supo pronosticar atinadamente la crisis del Noroccidente global que hoy nos aqueja: el sistema educativo convertido en una maquinaria discriminatoria, a favor del individualismo y la competencia; la aceleración de transportes, telecomunicaciones y trabajos que agotan, por igual, el ánimo y el medio ambiente; la ambición desmedida que explota los cuerpos, las ideas y los afectos; la religión del consumo y la banalidad, acarreando soledad y desconcierto.
Medio siglo después de su publicación, los libros de Illich son una crítica vigente. Desarman la megamáquina del capitalismo, mostrando que, además de la enajenación y la desigualdad, no hay revolución posible sin una renovación de conciencias. Por eso, el austríaco, más allá de ser un pensador de izquierda, es un humanista: busca derrocar nociones modernas como el éxito, el crecimiento económico o el progreso, para, en su lugar, hablar de colectivismo, comunalidad, prudencia y amor. Éste es el Illich que, en estas pocas líneas, quisiera exhortar a que nunca olvidemos: el luminoso. Porque, es cierto: tiene textos enérgicos contra las imposturas del poder, como El trabajo fantasma o Némesis médica, que urge leer a la luz de la gentrificación, colonialidad y extractivismos actuales, pero también nos dejó verdaderos evangelios de generosidad y modestia, como La convivencialidad o En el viñedo del texto.
Es ahí donde hallamos las alternativas: la eutrapelia, que consiste en buscar la amabilidad, la alegría y el buen vivir, sin ofensas ni excesos; la tertulia, que es la conversación que nos hace mejores, formando un diá-logo o logos compartido: intelectos y experiencias que convergen; o bien, los valores vernáculos —comensalidad, fraternidad, comunión— como modos de reunirnos, aprender mutuamente y cuidarnos, a nosotros y a los otros, ante las dificultades.
Illich siempre llamó a la vida epimetéica, que es la de la contemplación y la reflexión. Saber disfrutar cada momento con agradecimiento y sencillez. Algo que también me diría alguna vez una maestra muy querida, Enedina Ortega: “que nada ni nadie, jamás, nos robe la belleza de una celebración”. Puesto que, es en esta celebración cotidiana donde florece la amistad, y, si algo sabía bien Illich es que “el buen amigo siempre ha de comportarse como amigo”. Y en estos tiempos aciagos, no hay nada más rebelde, explosivo y anticapitalista que una buena amistad.
*Ensayista e investigador del PUEDJS-UNAM
Iván Illich o el nacimiento del hombre alfabético
IVAN ILLICH es una figura eminente de la cultura crítica del siglo XX, uno de los maestros pensadores de la crítica radical al progreso y a la no tan pacífica modernidad. Sus libros, publicados en varias lenguas, permitieron establecer una distancia en relación con las diversas instituciones de esa claridad desierta que es la de nuestra modernidad: la escuela, la medicina, el trabajo, la industria, las formas de relación social. Illich no estaba ni en la competencia ni en el mercado: buscaba formas de salir del laberinto y al parecer encontró toda una variedad.
Ivan Illich nació en Viena, Austria, el 4 de septiembre de 1926 y murió en Bremen, Alemania, el 2 de diciembre de 2002. Ese arco de 76 años abarca uno de los itinerarios intelectuales más ambiciosos e incisivos del siglo XX. Hijo de un padre católico de origen dálmata y de una madre alemana y judía, Illich nace en el seno de una familia naturalmente políglota (cuando se le preguntaba a Illich cuál era su lengua materna, la respuesta solía ser: “Sinceramente, no sé. En la casa solíamos hablar cuatro idiomas”.[1] Francés, italiano, alemán, serbocroata, la lengua de sus cuatro abuelos, eran los idiomas de la familia. Además aprende griego, latín, español, portugués, hindi, entre otras lenguas. Llega a Italia cuando se desata en Austria la persecución en contra de los judíos, en 1941. En Florencia estudia cristalografía y química inorgánica (1942-1945), luego de haber cursado los estudios preparatorios en el Liceo Científico Leonardo da Vinci. Obtiene (cum laude) en filosofía y teología en Roma (1944-1951) y en la Universidad de Salzburgo un doctorado en Historia (magna cum laude) con una tesis sobre las fuentes filosóficas y metodológicas de Arnold Toynbee, asesorado por sus maestros Albert Aver y Michel Muechlin. Más tarde, en Princeton, sigue estudiando con Maritain las relaciones entre macro y micro cosmos en Alberto Magno y sus discípulos. A principios de los años cincuenta, se ordena sacerdote, parte hacia Nueva York en 1951, pide un lugar en la parroquia puertorriqueña de Nueva York y se queda en Nueva York, hasta que en 1956, a los treinta años, es nombrado vice-rector de la Universidad Católica de Puerto Rico. A fines de los años cincuenta funda en la Universidad Fordham en Nueva York, el Centro de Formación Intercultural (CIF) con el propósito de capacitar a los misioneros usamericanos no tanto para que hablen español sino para ayudarlos a respetar y entender la cultura y costumbres de los habitantes de América Latina. Este será el antecedente del Centro que a partir de 1961 operará en Cuernavaca y que funda con la colaboración de Valentina Borremans, Feodora Stancioff y Gerry Morris, entre otros, con el propósito de debatir el papel y la misión de la Iglesia en América Latina.[2]
Poco tiempo después, en 1966, el CIDOC ya es un espacio abierto a la reflexión crítica por donde transitan personalidades destacadas de todo el mundo (Erich Fromm, Paul Goodman, Peter Berger, Sergio Méndez Arceo, Paulo Freire). “De las discusiones que se llevaron a cabo en esos años —apunta Braulio Hornedo en su semblanza— surgieron los Cuadernos de Cidoc, pequeños volúmenes editados, impresos y encuadernados internamente, con inaudita velocidad e independencia para la tecnología editorial de la época (sin fotocopiadoras económicas y rápidas ni mucho menos computadoras o impresoras láser) (…) De esos cuadernos provienen los primeros libros o “panfletos” publicados por Ivan en español durante la década de los setenta: La sociedad desescolarizada, La convivencialidad, Energía y equidad, Desempleo creador, etc. Durante esos años Illich hizo severas críticas a la Iglesia Católica: en una conferencia incluso la compararía con la Ford Motor Company. Acusó a la Iglesia de no ser más que “otra burocracia que promovía ese veneno llamado modernidad o desarrollo”.[3] El pensamiento de Ivan Illich pasa por una crítica de las necesidades espúreas o apócrifas inventadas por la civilización. Inspirándose en parte en las ideas de Lewis Munford y Jacques Ellul, Ivan Illich plantea en Toward a history of needs (1977) una revisión sistemática de las necesidades inventadas por la modernidad. Ahí sostiene —como recuerda Ramón Xirau— “con radicalismo y con visos de verdad que la sociedad industrial había promovido una nueva élite de profesionales, cuyo trabajo consistía en convencernos a todos de que ‘necesitamos lo que no necesitamos’. Frente a ella, es importante recordarlo, se podría oponer (¿realmente? ¿idealmente?) la convivialidad (Tools for conviviality)”.[4] Entre sus lectores mexicanos destacan el poeta y ensayista Gabriel Zaid[5] y Javier Sicilia[6].
*Poeta, ensayista y editor. Secretario de la Academia Mexicana de la Lengua
Tomado con autorización del autor de:
Phrónesis revista del CIDHEM, Año 1, número 2, jul-dic, 2016
https://www.critica.org.mx/Castanon2.pdf
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Citado por Carlos Monsiváis, “Ivan Illich” en El Universal, México, 1/01/2003. ↑
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Cfr. Braulio Hornedo: “Semblanza de Ivan Illich”, La Jornada Semanal, 19/01/2003. ↑
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Íbidem, p. 10. ↑
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Ramón Xirau: “Ivan Illich”, Letras Libres, Enero, 2003, Núm. 49, p. 89. ↑
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Gabriel Zaid, El progreso improductivo. México, Editorial Siglo XXI, 1979, 387 pp. ↑
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Javier Sicilia y Jean Robert. “Perfil” en Letras Libres, marzo, 2001. ↑
Iván Illich: Cuernavaca escuela del pensamiento crítico humanista
Margarita González Saravia*
Iván Illich nació en Viena, Austria, el sábado 4 de septiembre de 1926. Fue un agudo crítico de diferentes corrientes del pensamiento que daban fundamento a las instituciones que operan diversas áreas de la vida como la educación, la salud, el trabajo, en el marco del sistema capitalista del siglo XX.
Desde muy joven fue un estudioso de variadas disciplinas, como histología, cristalografía, teología, filosofía. La integridad del pensamiento es base de su concepción filosófica del mundo. Se ordena como sacerdote en 1946, después de haber vivido en diversas ciudades, como Viena, Florencia, Roma, Nueva York.
Llega a Cuernavaca en 1961, y funda el Centro Intercultural de Documentación CIDOC en 1966. El Centro inició como una escuela para la enseñanza del español pero pronto se convirtió en un espacio de reflexión política donde se reunían grandes pensadores críticos del sistema capitalista, de diversas partes del mundo, como: Paul Goodman perteneciente a la nueva izquierda norteamericana de los años sesenta, luchador por los derechos comunitarios, pionero del movimiento gay. Erich Fromm, destacado psicoanalista marxista, psicólogo social y filósofo humanista. Peter Berger, teólogo, sociólogo, creador de una vasta obra literaria. Paulo Freire, pedagogo brasileño, una de sus obras: La educación como práctica de la libertad, influyó en los grandes movimientos sociales libertarios en Latinoamérica durante el siglo XX. Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca y uno de los religiosos más críticos del sistema social. Jean Robert, urbanista, filósofo, maestro universitario en Cuernavaca. Gustavo Esteva fundador de la “Universidad de la Tierra”. Braulio Hornedo que de manera permanente busca rescatar la filosofía de Iván Illich en el quehacer cotidiano, y muchos otros hombres y mujeres estudiosos de la realidad con espíritu crítico. Todos ellos participaron junto con Illich en diversos momentos de acalorados debates teóricos para una sociedad que despertaba de manera crítica ante el orden capitalista.
La riqueza filosófica surgida en la permanente reflexión de estos grandes pensadores, no es posible abordarla en su magnitud, significado e influencia, en el breve espacio de éste artículo. Pero sí es importante reflexionar como desde este espacio, sin igual en Cuernavaca, se potenció la influencia política, filosófica e histórica de estos pensadores de la realidad, que cuestionaron de manera profunda, la sumisión de los seres humanos a un cruel sistema de sometimiento.
Cuestionaron de manera fundamental la estructura institucional, sometida a los intereses del capitalismo neoliberal, el cual no permite el pensamiento crítico y transformador, como si la realidad fuera inamovible. La educación institucional es utilizada por ellos, como uno de los principales vehículos de sometimiento de la sociedad actual.
Iván Illich logró, desde su terruño de Santa María Ahuacatitlán, convocar una pléyade de pensadores internacionales. Transitaron todos ellos, por este cálido sol de Cuernavaca, aquí tejieron sueños, reflexiones, discusiones, obras transformadoras del pensamiento humano.
Paulo Freire, por solo nombrar a uno de los grandes pedagogos mundiales formó parte de este manantial del pensar y actuar rebelde en esta aventura del pensamiento.
Fue un hombre creador de filosofía y métodos educativos revolucionarios logrando sentar las bases de significativas transformaciones en la América Latina de los años setenta, donde se generaron los grandes movimientos revolucionarios que abrirían las puertas a nuevos procesos democráticos.
Hoy más que nunca, cuando nos encontramos en la renovada transformación de la vida democrática del pueblo de México, el pensamiento de Iván Illich y la obra política a la cual nos convocó, están plenamente vigentes.
Cuernavaca ha sido, es y será tierra de grandes pensadores humanistas.
*Gobernadora electa del Estado de Morelos
Iván Illich el legado de un humanista mexicano
Ser humanista significa poner todo nuestro saber y experiencia al servicio del otro, mi prójimo, mi semejante, dice Alfonso Reyes en su libro póstumo: Andrenio: perfiles del hombre.
Miguel Hidalgo y José María Morelos fueron dos sacerdotes católicos humanistas. Héroes rebeldes y guías emancipadores en los albores del siglo XIX. Lucharon contra el imperialismo español y sus gobiernos. Sergio Méndez Arceo, Gregorio Lemercier e Iván Illich también fueron curas católicos humanistas. Héroes rebeldes disruptivos en la segunda mitad del siglo XX morelense. Críticos tenaces ante la dominación imperialista estadounidense y sus instituciones y creencias. Esta presencia no es nueva en la Historia de México, pues los católicos han tenido, para bien y para mal, activa participación en el curso de nuestra Historia. Alonso de la Vera Cruz, Vasco de Quiroga, Bartolomé de las Casas, Eusebio Quino, Juana Inés de la Cruz, Francisco Javier Clavijero. . . son algunos de los humanistas que incomodan a ciertos jacobinos trasnochados.
De modo que no es casual que en la diócesis de don Sergio en Cuernavaca, se escribiera uno de los libros más célebres del pensamiento crítico universal del Siglo XX. Deschooling Society (1971) traducido al español como La sociedad desescolarizada (1974). Este libro fue pensado y escrito en el otrora lujoso Hotel Chulavista que tras su quiebra y abandono por años fue la primera sede del CIDOC.
Libro polémico y en su momento muy popular, ha sido cacareado por legiones de lectores de oídas o de solapas. Pero tristemente es muy poco estudiado y menos aún comprendido y aplicado. La sociedad desescolarizada surgió como resultado de los seminarios Hacia el fin de la era escolar convocados por Valentina Borremans en el Centro Intercultural de Documentación CIDOC, a finales de los años sesenta del s. XX. Desescolarizar la sociedad significa descolonizar nuestra mente de la cultura del progreso capitalista, para emanciparnos de las prácticas de la servidumbre voluntaria del consumidor ávido de mercancías inútiles y servicios superfluos, hábitos inculcados en lo profundo del ser por la educación escolarizada.
Dice Gabriel Zaid, perspicaz lector de Illich: “Sócrates y Galileo fueron condenados en su época. Hoy serían ignorados en la algarabía. Afortunadamente, Illich desconcertó, pero no fue ignorado. Una minoría importante pasó del desconcierto al reconocimiento de sus críticas radicales: que iban hasta la raíz. Deschooling society (1971) fue escrito en Cuernavaca, pero dio la vuelta al mundo.”
Para entender lo que realmente significa desescolarizar la sociedad, y no sólo reformar el sistema educativo, es necesario desmontar de nuestra concepción del mundo el currículum oculto. Desescolarizar es un verbo acuñado por Illich, que sirve para remover la profunda huella que ha dejado la enseñanza obligatoria implantada en nuestra mente, mediante el currículum oculto. Enseñanza que se deriva de la propia escolarización y que fue determinando de manera gradual nuestros valores, creencias, gustos y preferencias políticas.
Desescolarizar significa descolonizar nuestras mentes de la dominación del mercado, por lo tanto, lograr la autocrítica de nuestras prácticas políticas cotidianas como ciudadanos que cultivan la autonomía en contra de la servidumbre voluntaria.
Para sacudirnos el curriculum oculto y expulsarlo de nuestras prácticas políticas personales, propongo poner a debate las siguientes garantías educativas constitucionales para ser incluidas en el artículo 3° de la Constitución Política de nuestro país.
- Garantizar el acceso libre de toda persona, en todo momento de su vida, a los recursos educativos socialmente disponibles.
- Dotar a los que quieren compartir lo que saben para encontrar a quienes quieren aprender con ellos mediante acuerdos horizontales.
- Ofrecer la oportunidad a todo aquel que quiera presentar al público un tema de debate para dar a conocer sin restricción sus argumentos.
- Ninguna persona será sometida a un currículum obligatorio, sin saber las consecuencias y contar con su aprobación.
- Ningún ciudadano podrá ser discriminado social o laboralmente por la no posesión de un título, diploma o certificado si demuestra sus habilidades.
- No se obligará a nadie a participar en un sistema escolar de maestros, sindicatos, programas y edificios en los que no cree ni confía.
- Se democratizará el uso de la ciencia y la tecnología para lograr una educación MÁGICCA (por sus siglas): Masiva; Abierta; Gratuita; Independiente; Crítica; Científica y Autogestiva. A fin de fomentar las libertades de pensamiento y expresión.
La tarea hoy es desmontar los valores inculcados por la educación escolar compulsiva para responder a las necesidades del mercado laboral. En cambio la desescolarización de la sociedad busca cultivar los valores del humanismo universal y mexicano, para poner todos nuestros saberes y experiencia al servicio del bienestar de la humanidad.
Proponemos un reencuentro con el pensamiento del “compadrito Iván de Ocotepec”. Un erudito polímata, cristiano y rebelde. Demoledor de falsos ídolos y removedor de letales creencias. Crítico afable pero mordaz, ser impecable e implacable. Iván sabía sonreír como un niño, callar como un sabio y estar siempre presente como ¡un viejo amigo!
*www.ivanillich.org.mx
Iván Illich y el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC) de Cuernavaca
Tarsicio Ocampo Villaseñor*
Es mi convicción que Iván Illich logró crear con su obra uno de los acontecimientos más importantes en la historia de Cuernavaca en la segunda mitad del siglo XX. Trataré de explicarme.
Iván Illich llegó a Cuernavaca a principios de 1961. Instaló una singular institución educativa en un edificio en ruinas, que antes había sido el lujoso hotel Chulavista. Hotel frecuentado por distinguidos huéspedes como Alfonso Reyes, Dolores del Río, Lázaro Cárdenas y hasta Fidel Castro, entre otros.
En el CIDOC se enseñaba el español a extranjeros, principalmente de los Estados Unidos y Canadá. Se impartían cursos que duraban 4 meses, con el fin de realizar la “evangelización” desde los países desarrollados del Primer Mundo para los países subdesarrollados del Tercer Mundo.
El programa se llamaba: Los voluntarios del Papa, y se inició durante el Concilio Vaticano II, que se desarrolló en Ciudad del Vaticano de 1962 a 1965. Ya existían otros programas similares como: Los Cuerpos de Paz, y La Alianza para el Progreso.
En esos años sucedía la noche de los generales en el Estado de Morelos, noche que duró 12 años, de 1952 a 1964. Antes de esa época Cuernavaca era un centro turístico por excelencia, decayó y muchos hoteles quebraron por la falta de turistas cerrándose importantes fuentes de trabajo. Lo prueba el hecho que el CIDOC se pudo instalar en el abandonado edificio del otrora lujoso hotel Chulavista.
La presencia de Monseñor Illich, significaba entonces para la Ciudad, una importante fuente de trabajo, sobre todo para los jóvenes, y también una importante entrada de divisas. Por lo tanto, la buena publicidad en el extranjero para Cuernavaca resultaba muy importante.
A mis 20 años me encontraba desempleado, pero gracias a la recomendación de Adriana Estrada Cajigal y el apoyo que me brindó Feodora Stancioff, me permitieron ingresar a la institución como maestro en 1962. Allí desempeñé multitud de funciones que culminaron con la dirección general del CIDOC. Casi desde el principio me tocó trabajar junto a Iván Illich y Feodora Stancioff (Feo), los que con amable exigencia, siempre apoyaron mi trabajo.
Me esforzaba con ahínco para cumplir mis funciones, pues nunca perdí de vista que esa fuente de trabajo era importante, tanto para mí, como para la clase trabajadora de Cuernavaca, sobre todo los jóvenes. Me retiré a mediados de 1970, tras haber concluido mis estudios profesionales y casarme. Las escuelas de español se convirtieron tras el cierre del CIDOC en una floreciente actividad económica.
Esa época fue la más importante de mi vida, porque me permitió conocer a un grupo de notables extranjeros, hacer muy buenas amistades y principalmente poder trabajar cerca de Iván Illich, a quien aprendí a querer y respetar como a un verdadero hermano mayor y un solidario amigo.
*Ex director del CIDOC y autor de:
CIF, CIC, CIDOC en la década de 1960, Cuernavaca, 2011.
Mi encuentro con Iván Illich en Ocotepec, Morelos
Elizabeth Orihuela S.*
Lo conocí en el año … no, no recuerdo ni el año ni cómo llegó al consultorio, sólo tengo en mi memoria verlo sostener la cabeza sobre sus manos apoyando sus codos en la mesa, y sosteniendo su cara frente a mi, escudriñando mis gestos o ¿mi pensamiento?
-¿Qué me vas a recetar Elizabeth?- Sin cambiar de postura y con una mirada tranquila, compasiva, trasparente. Sabiendo, de antemano con un conocimiento que le venía de la propia intuición, cual sería mi diagnóstico y hasta el tratamiento, cuando se lo dije, ¡él ya lo sabía! Solo asintió y dijo -Sabia que eso ibas a darme.-
Espero su turno en una salita adaptada en una terraza que daba al jardín, junto con otros pacientes originarios del poblado de Ocotepec. Me habló en un español claro y preciso y yo lo traté como un paciente más en turno. Escuché y lo atendí, nunca imaginé que personalidad estaba frente a mí. De ahí siguieron algunas visitas médicas a su domicilio, para atenderlo a él mismo, sus colaboradores domésticos y quizá algún amigo extranjero.
Me decía que le gustaba mi manera de dar consulta a la población, sencilla y humildemente en mi pequeño consultorio y sobre todo que caminara por todas las calles del pueblo, con mi maletín en mano. Algunas eran empedradas y otras de tierra suelta. Celebraba que no usara carro, o de usar el camión Ometochtli, para ir a los pueblos contiguos. Ahora que lo pienso era porque no tenía el recurso económico, de querer… pues si hubiera querido un auto.
Lo visité para decirle que una de mis hijas se había ganado un coche, en un sorteo de una prestigiosa universidad, y que lo habíamos vendido para comprarle un piano (ella estudiaba música). Él mismo me recibió en la puerta de su casa, se puso eufórico hablaba fuerte y rápido, agitaba sus brazos de arriba abajo -¡qué noticia me vienes a dar Elizabeth!- Hace un momento recibí una llamada desde Florencia, me dijo, -me están preguntando si autorizo que le pongan mi nombre a una escuela de música en Boloña. ¡Y tú me vienes con esta noticia del piano, porque vendiste el coche!- Y seguía eufórico.
A mí me mostró la vulnerabilidad, la humildad, la empatía, el interés por sus trabajadores, sus vecinos (compadres de bautizo muchos de ellos), su lado bueno, humano y sensible.
Solo una vez me habló fuerte y serio, me mandó llamar para que fuera a su casa, llegué como siempre caminando con maletín en la mano, y llegando, con voz de regaño me preguntó -¿Por qué se están haciendo tantas cesáreas Elizabeth?- Recuerdo que me quedé callada, fue tan sorpresiva su pregunta y me hizo sentir culpable de algo que estaba sucediendo en los hospitales de la ciudad, hospitales en los cuales ni siquiera trabajaba. Yo que iba a saber del incremento de esas cirugías, alguna vez me tocaba atender partos a domicilio y si ameritaba por algún trastorno o patología, las canalizaba al especialista, pero me trató o así me sentí en ese momento, como que yo no estaba haciendo bien mi trabajo, seguramente termine diciendo algo y se calmó, no volvió a suceder. Ya me había dado el libro dedicado de “Némesis Médica” y me pidió dos o tres veces que lo leyera.
Me trató como su médica y vecina, mantuvimos una cierta amistad ya que se interesó por mis hijos, los aconsejo sobre sus estudios y el mantenerse siempre unidos en familia.
*Médica general en el pueblo de Ocotepec,Mor.
Iván Illich: los años de Cuernavaca
Jean Robert*
Iván Illich no era un pensador desencarnado que hubiera podido escribir su obra en cualquier lugar del mundo. Si hubiera vivido en otra parte, su obra hubiera sido diferente. Sus pensamientos, en forma no siempre muy evidente, estaban nutridos por los “jugos del terruño”. Tres de sus temas fundamentales, la convivialidad, la amistad y la hospitalidad entraban en resonancia con la tierra generosa, hospitalaria y alegre que lo había acogido.
Los años de Cuernavaca de Iván Illich se dividen en dos períodos: los años 1961-1971 que Tarsicio Ocampo presentó. El período comprendido entre 1971 y 1976, años de crítica radical de las certidumbres que subyacen a la sociedad industrial o, como lo decía cuando hablaba con matemáticos, de “los axiomas que fundamentan los teoremas sociales”. El concepto fundamental de este segundo período de Cuernavaca fue la idea de que los límites definidos políticamente, deberían proteger las capacidades autónomas de la gente contra el exceso de sustitutos industriales. Estas capacidades son tan elementales como la de caminar seguros, de hacer su propia masa o su propia casa, o mantener la amenidad de las calles; otras capacidades negadas por las instituciones de educación y la medicina son la curiosidad genuina y la capacidad de sorpresa de los jóvenes, y aquella “medicina doméstica” que daba a las madres y las abuelas el poder de curar la mayoría de las enfermedades corrientes.
El Iván Illich que quisiéramos celebrar es el autor, el conversador y el amigo cuyas ideas nacieron de su encuentro con el sentido común de una cultura milenaria, demasiadas veces ninguneada por las élites de la política y de la economía. Ahora que el proyecto de estas élites parece estancarse en un callejón sin salida, ha llegado el tiempo de los retornos de saberes empíricos del que nos habló Ramón Vera durante el Encuentro. Otra hora está por sonar para los saberes que fueron subyugados por todos los sistemas educativos y científicos. Otra hora ha sonado para Iván Illich. Respecto a lo que hacía Illich antes de llegar a Cuernavaca, las bibliotecas y varios sitios de la red (por ejemplo www.ivanillich.org.mx o www.pudel.uni-bremen.de) ofrecen datos biográficos y bibliográficos abundantes sobre este descomunal pensador de lo común. Basta por ahora decir que Iván Illich nació en algún lugar de Europa antes de la Segunda Guerra Mundial. Cuando la catástrofe que puso fin a la vieja cultura europea alcanzó la capital en la que había nacido, huyó a otro país donde fue sucesivamente guía de montaña, pastor de cabras y traductor entre hablantes de múltiples lenguas.
Luego, estudió casi simultáneamente cristalografía, química, teología e historia. Hablaba más de diez lenguas y se le predijo una carrera diplomática en el Vaticano. Rompió con este destino y se puso al servicio de una comunidad puertorriqueña de Nueva York. Algunos años después, era vicerrector de la universidad católica de Ponce en Puerto Rico. Se fue de la isla por divergencias fundamentales con algunos dignatarios locales. Buscó otras tierras, otros mares. Cruzó América latina de sur a norte, a pie y en autobuses. Fundó, en Cuernavaca, un centro de formación para gente del norte que se preparaba a cumplir algunos años de misión en América Latina. Como lo recordó Tarsicio Ocampo, que fue uno de sus colaboradores más cercanos en los años de 1960, vislumbró rápidamente el carácter colonial de tanta voluntad de ayuda y declaró a los candidatos que lo mejor que podían hacer para América latina era volver a casa. Logró independizar el centro de formación que él había fundado y lo llamó CIDOC, Centro Intercultural de Documentación. Y es donde arranca nuestra historia de las jornadas del Encuentro intercultural 2012: El humanismo radical de Iván Illich (celebrado bajo los auspicios de René Santoveña, Secretario de Educación estatal, los días 13, 14 y 15 de diciembre en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos).
Primer día: los límites de la producción de servicios (1971- 1976). CIDOC fue el primer foro en el mundo en el que se examinaron rigurosamente las consecuencias del abandono de todo sentido de límites, es decir de la proporción. En sus libros de crítica de las tres principales instituciones de servicios de la sociedad industrial La Sociedad desescolarizada (2006: 187-323), Energía y equidad (2006: 325-365) y Némesis médica (2006: 531-763), Illich analizó sucesivamente las consecuencias del afán de acumular todos los saberes que esterilizan las escuelas modernas y ponerlos a disposición de todos; del sueño de ubicuidad total y de velocidad que congela la circulación; de la promesa de eliminación de todas las enfermedades y del vencimiento de la muerte que había transformado la medicina en una amenaza contra la salud.
El segundo día fue dedicado a clarificar ¿qué significan los conceptos de “contra-productividad”, de “monopolio radical”, de “trabajo fantasma”, de “desempleo creador”, de “herramientas conviviales” o de “desvalor” elaborados por Illich? ¿Cómo los transportes industrializados ilustran el desvalor?
Durante el tercer día se profundizó la noción de “ámbitos de comunidad” (the commons) que abarca tradicionalmente los campos abiertos, las orillas de los ríos, de los lagos y la franja de las playas sumergida en marea alta; noción a la que hay que añadir lo que se ha calificado como “valores de uso” y de “bienes vernáculos”. Aún más importante, reflexionamos sobre las percepciones sensoriales elementales tales como el sentido del propio cuerpo, el sentido de lo material en sus formas más elementales, o la historia de la mirada.
Tomado de: Tamoanchan. Revista del CIDHEM. Año 1. No. 2. Julio – diciembre 2012,
https://www.critica.org.mx/revistas/tamoanchan2/jean.pdf
El Centro de Investigaciones Culturales, antecedente del CIDOC
René Santoveña Arredondo*
El 5 de abril de 1961 es fundado por Iván Illich el Centro de Investigaciones Culturales (CIC) en Cuernavaca, en lo que fuera el hotel Chulavista, con la clara intención de contrarrestar el efecto dañino que propiciaría en la población latinoamericana el cumplimiento de un encargo formulado en 1960 por el Papa Juan XXIII a las jerarquías católicas de Estados Unidos y Canadá para que, en el curso de una década, enviaran al 10% de sus sacerdotes y monjas a América Latina con el propósito de ayudar a modernizar las iglesias ahí establecidas, siguiendo las pautas bajo las cuales funcionaban las norteamericanas. Quienes se inscribieran para emprender tan “piadosa” tarea requerían saber español, de manera que el voluntariado recibiría financiamiento para aprender el idioma.
Es dentro de ese contexto que el CIC ofrece un programa educativo para conocer el idioma y la cultura en Hispanoamérica, en el que se intentaba mostrar a los misioneros asistentes lo pernicioso que resulta tratar de transferir el modelo de vida y la idiosincrasia norteamericana en países a los que de antemano consideran como subdesarrollados, buscando de ese modo que quienes acudieran al CIC a formarse llegaran a reflexionar sobre lo reprobable de hacer pasar como caritativa una actividad colonizadora al servicio del capitalismo, empleando para tal efecto el evangelio. Al proceder de esa manera, Illich y colaboradores esperaban haber sido lo suficientemente disuasivos con los misioneros para que, reconocida la gravedad de la tarea que estaban por comenzar, renunciaran voluntariamente a la ejecución de la misma. En caso de que persistieran en su empeño, llevarían consigo una actitud respetuosa y una comprensión más fidedigna de la cultura a la que acudieran.
Pese al carácter subversivo del programa cuatrimestral, ofrecido dos veces al año, la reputación alcanzada por su calidad fue tal que el flujo de voluntarios a cursarlo se mantuvo, tanto en el CIC como en el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), abierto en abril de 1966, hasta que la Congregación de la Fe del Vaticano (la antigua inquisición) prohibiera en enero de 1969 el envío de sacerdotes y monjas al CIDOC. No obstante ello, las actividades del centro se mantienen hasta el 1° de abril de 1976, lapso en el que a través de los seminarios, conferencias y publicaciones que ahí tenían lugar se lleva a cabo una crítica demoledora (aún vigente) a la modernidad y a las certidumbres en las que ésta reposa.
En la Casa de estudios Sylvia Marcos-Jean Robert, A.C., fundada a principios de este año, tenemos la pretensión de construir rutas distintas a las impuestas por la modernidad, recuperando el pensamiento crítico cultivado tanto en el CIDOC como en otros espacios y estimulando una interlocución fructífera con quienes creen que otro mundo es posible.
*Rector de la UAEM 2001-2006
Salir del capitalismo con Illich
Carlos Soledad*
¿Es realmente posible salir del capitalismo? Se ha vuelto trillado señalar que es más fácil imaginar la destrucción de la humanidad que salir del sistema capitalista. En la post-modernidad los grandes relatos que antes nos daban paz y norte, como el socialismo o el cristianismo, han muerto, ya no es posible construir una meta alternativa. No solo nos enfrentamos ante el colapso climático, también al de las ideas. He querido escribir este homenaje a Iván Illich, para los críticos radicales de las alternativas, para aquellos que aseguran que hemos llegado “al final de la historia” y que “no hay alternativas”.
Conocer a Iván Illich significa volver a la esperanza. En mi caso particular, mi síntesis consiste en aceptar que la inercia de la modernidad capitalista es brutal, difícil de detener, a veces lo experimento imposible, sin embargo, leer a Iván, me centra y me permite ser consciente que mientras seamos capaces de esparcir en la práctica el discurso de la convivialidad, del feminismo, del antirracismo, de la anarquía, del zapatismo y sobre todo de visibilizar y apoyar las alternativas, hacerlas crecer, construir nuevas donde vivimos, hay esperanza.
Ya comienzo a escuchar las críticas de quien está leyendo, incluso de mis más queridos amigos y familiares: Carlos, es que tú no vives en México. Carlos es que nosotros no somos indígenas. Carlos en México eso es imposible; o, la mejor Carlos es que en México sí se pueden crear alternativas, acá no. Sin embargo, ahí están las autonomías como la de Ostula, Cherán o los caracoles zapatistas, o incontables experiencias en el mundo de autoorganización convivial, como la guerrilla feminista del Kurdistán o de ciertos movimientos indígenas en Sudamérica. Pero también experiencias en todo el mundo en el que se defienden los “commons” los ámbitos de comunidad que fueron arrancados por el capitalismo a los pueblos. O simplemente pequeños gestos de rebeldía individuales o colectivos que buscan hacer de otra manera: separar la basura, reciclar, reparar, recuperar la medicina tradicional y las recetas de las abuelas, rechazar el coche y utilizar la bicicleta.
Muchos ya estarán pensando que todo eso no es suficiente para revertir la inercia y los estragos causados por el capitalismo en su etapa industrial/neoliberal. Y aquí es cuando las y los zapatistas, después de haberse organizado heroicamente en la clandestinidad durante años, levantarse en armas, intentar el diálogo con el gobierno, renunciar a las armas, y construir en la práctica lo que Iván Illich había imaginado, una sociedad convivencial, como una alternativa al capitalismo en la que te preguntan ¿Y tú qué estás haciendo?. Y como lo normal es estar medio perdido, enganchado al sistema, sin brújula, conocer a Iván es esperanzador.
Yo lo conocí de casualidad, cuando en una feria del libro anarquista, un compañero me recomendó el “Diccionario del Desarrollo”, prologado por Gustavo Esteva, querido compañero que se fue hace dos años y que en parte este texto se suma a los homenajes. Este contacto marcó un antes y un después. En ese momento, quise conocer todo sobre los críticos del desarrollo, sobre Illich, Esteva, Jean Robert, Wolfang Sachs. Primero, contacté con Braulio Hornedo, en Cuernavaca, quien me regaló Repensar el mundo con Iván Illich, además me recomendó que comprara las Obras Reunidas que había publicado el Fondo de Cultura Económica.
No recuerdo cuando compré La Sociedad Desescolarizada o La Conviviencialidad para mí este último libro es clave de la época de los panfletos de Iván Illich, es decir, de los años en el CIDOC de Cuernavaca.
Sin lugar a dudas, Illich es recordado como el gran crítico del sistema educativo, al afirmar que: “para la mayoría de los seres humanos, el derecho a aprender se ve restringido por la obligación de asistir a la escuela”. Aunque algunas de las ideas de La Sociedad Desescolarizada parezcan desfasadas, en realidad los conceptos básicos en contra del sistema educativo continúan en la actualidad con toda su potencia. La apuesta illichiana consiste en generar espacios capaces de promover la curiosidad y el aprendizaje colectivo, en lugar de la educación dirigida y autoritaria.
Pero el pensamiento de Illich va mucho más allá que la crítica al sistema educativo, Iván nos ha legado toda una caja de herramientas para pensar la modernidad. “Illich anticipó con lucidez espeluznante el desastre actual, la decadencia de todas las instituciones, la forma en que empezaron a producir lo contrario de lo que justifica su existencia. Hizo ver con precisión la manera en que la corrupción de lo mejor es lo peor. Y anticipó también la forma en que la gente reaccionaría ante el desastre” escribió Gustavo Esteva sobre Illich.
*Periodista y migrante méxico-valenciano carlossoledad@gmail.com
Illich el removedor
Hay líquidos para aflojar piezas metálicas inmovilizadas por la oxidación. Para eso sirve el pensamiento de Iván Illich: para remover la oxidación cultural que inmoviliza la imaginación social, para recuperar la inspiración creadora de soluciones prácticas. Abundan las críticas contra personas que hacen mal o dicen tonterías o simplemente disgustan. También contra prejuicios o prácticas comunes (no de tal o cual persona). Menos frecuentemente, hay críticas a la mala argumentación, la información deficiente o los propósitos absurdos. En todos estos casos, las críticas se dan en un contexto compartido que ayuda a discutirlas. Pero Illich criticaba ese contexto. Aflojaba lo consabido que nadie cuestionaba. No criticaba, por ejemplo, la escuela autoritaria frente a la permisiva, sino el supuesto (en ambas) de que la escuela es indispensable. Por eso fue y sigue siendo desconcertante. Ahora que cuestionar lo incuestionable, sobre todo en el arte, se ha vuelto un gesto vacío (complacido con su fácil audacia), se puede perder de vista a los que cuestionan de verdad. Sócrates y Galileo fueron condenados en su época. Hoy serían ignorados en la algarabía. Afortunadamente, Illich desconcertó, pero no fue ignorado. Una minoría importante pasó del desconcierto al reconocimiento de sus críticas radicales: que iban hasta la raíz. Deschooling society (1971) fue escrito en Cuernavaca, pero dio la vuelta al mundo. Un scholar surgido de un medio escolarizado y Paul Goodman, su precursor (Compulsory mis-education, 1964), dijo algo que parecía un chiste, pero señalaba una gran verdad: Aprender a hablar es más difícil que aprender a leer y escribir. Los niños hablan sin haber ido a la escuela. Si fueran a la escuela para aprender a hablar, serían tartamudos. Todos nos educamos a todos, a todas horas y en todas partes. También nos educan los animales, las cosas y las circunstancias: los gatos, la ciudad, las nubes, las herramientas, los libros, los museos, la música, la televisión. Y, desde luego, la experiencia, la curiosidad, el fracaso, que ayudan a entender la realidad. El apetito de observar y aprender mueve el desarrollo personal. Illich no era un simple iconoclasta destructor de lo establecido, sino un crítico de lo que impide mejores soluciones. Criticó radicalmente la institución educativa de la cual formó parte (liberándose y liberándonos de la oxidación) para buscar algo mejor. En ese primer libro famoso, el capítulo más largo está dedicado a la creación de “learning webs” que faciliten la oportunidad de educarnos libremente, movidos por nuestra propia iniciativa de buscar y compartir conocimientos, entusiasmos, problemas y soluciones. No era una utopía. Era un sentido práctico profundo que se anticipó veinte años al lanzamiento de la World Wide Web en 1991. No solo eso. En el mismo capítulo, habla de un mechanical donkey: un minivehículo motorizado que pueda andar por las brechas campesinas y sea fácil de entender, tanto para conducirlo como para repararlo: dos años antes de que E. F. Schumacher publicara Small is beautiful: Economics as if people mattered (1973). En esta dirección continuó en Tools for conviviality (1973).Usó la palabra convivial para evocar el espíritu igualitario, libre y festivo del convivio frente al espíritu jerárquico, formal y obligatorio de las instituciones. Ya había usado esa palabra en Deschooling society, pero la volvió central en su nuevo libro. Tools for conviviality apareció el mismo año que Small is beautiful, y los dos concuerdan en el sentido humano y las conclusiones prácticas, aunque parten de análisis distintos. Schumacher critica la ceguera de aplicar tecnologías de punta donde no es práctico. Propone una “tecnología intermedia” entre lo rudimentario y lo último de lo último. Illich celebra la tecnología del teléfono porque refuerza la convivialidad, y reprueba las tecnologías que sirven para crear dependencias (del Estado, las trasnacionales, los sindicatos, los expertos), además de que resultan contraproducentes. Por ejemplo: automóviles que pueden arrancar a 100 kilómetros por hora en unos cuantos segundos, y acaban a vuelta de rueda, cuando no embotellados, mientras producen contaminación. Energy and equity (1974) criticó la ilusión de que los grandes consumos de energía eran generalizables a toda la población y propuso buscar soluciones de bajo consumo. Afortunadamente, en este caso, los precios del petróleo, que empezaron a subir desde entonces, facilitaron la aceptación de sus ideas. El ahorro de energía y las preocupaciones ambientales se han integrado a la conciencia pública. Ahora también se reconoce que los hospitales son focos de infección y que un porcentaje importante de los daños a la salud son iatrogénicos: originados por los médicos, los medicamentos y los servicios hospitalarios. Lo había dicho Florence Nightingale (Notes on hospitals, 1863), la famosa enfermera que supo argumentar con estadísticas: El primer principio que debería regir en un hospital es no dañar. Pero resulta que “la mortalidad de la misma clase de enfermedades” es menor entre los pacientes que no van a los hospitales… La iatrogenia se olvidó, bajo el supuesto piadoso de que era un problema del siglo xix, superado por la medicina moderna. Hasta que Illich sacudió la opinión piadosa con Medical nemesis: The expropriation of health (1976). Al narcisismo institucional del gremio no le hizo gracia verse como una nueva clerecía dueña del bien y del mal: la salud y la enfermedad. Illich mostró que ignorar la iatrogenia le servía a un monopolio gremial para apoyarse en el Estado y vender sus remedios. Así los productores de leche en polvo lograron venderla a quienes no podían pagarla (ni la necesitaban) como una ayuda filantrópica de los países ricos a los pobres. Según los médicos, era más higiénica y nutritiva que amamantar, ignorando que la preparación de la fórmula con agua y vasijas insalubres resultaba infecciosa. Finalmente, amamantar dejó de ser lo tradicional para volverse lo último de lo último que recomiendan los expertos. Illich fundó el Centro Intercultural de Documentación en Cuernavaca (CIDOC, 1961-1976), para impartir cursos de español y cultura hispanoamericana a los misioneros católicos destinados a América Latina. Fue mucho más que eso: un foro de reflexión y cuestionamientos (incluso del espíritu misional, de la ayuda a los pobres y del propio centro) que atrajo a numerosas personalidades internacionales y sembró inquietudes. Como sacerdote católico, padeció la oxidación de las instituciones eclesiásticas hasta que prefirió colgar los hábitos. Illich no solo criticó la doxa (las opiniones consabidas y oxidadas): hizo su arqueología. Su familiaridad con la historia medieval le sirvió para investigar los orígenes de muchas creencias y prácticas sociales. The right to useful unemployment (1978), Shadow work (1981) y Gender (1982) critican la incapacidad actual para apreciar la mentalidad vernácula y el trabajo que no está en el mercado, especialmente de las mujeres. H2O and the waters of forgetfulness (1985), abc: The alphabetization of the popular mind (1988), In the vineyard of the text: A commentary to Hugh’s Didascalicon (1995), son exploraciones brillantes sobre la formación del contexto mental contemporáneo, observado en el espejo del pasado, como se llama otro libro suyo (In the mirror of the past, 1992). Kant dijo alguna vez, molesto contra un crítico: Hay quienes ven todo muy claro, una vez que se les indica hacia dónde hay que mirar. La extraordinaria perspicacia de Illich, y su función como líder intelectual, fue saber hacia dónde había que mirar. Sus exageraciones irritantes y hasta sus contradicciones servían para eso: para centrar la atención en lo que estaba perdido de vista. Tenía algo socrático, y, como Sócrates, sorprendía por su originalidad deslumbrante y su entusiasmo negativo: una especie de oxímoron vital.
Ramón Xirau me contó que, alguna vez, en la carretera a Cuernavaca lo descubrió caminando vigorosamente. Se detuvo para saludarlo y ofrecerle lugar en su automóvil. Naturalmente, se negó, aunque nunca dejó de tomar el avión cuando tuvo que hacerlo. Me pareció asombroso, absurdo y profundamente simpático. Lo del cáncer que no quiso operarse fue igual: Sócrates tomando la cicuta como un ejemplo indeleble de convicción moral. Hay absurdos que pueden ser una bendición. La apertura de Illich a todas las culturas y todas las lenguas (hablaba una docena) fue correspondida con el interés universal que despertó su obra. Hay información biográfica y bibliográfica sobre él en 24 Wikipedias. Sus libros fueron traducidos en docenas de países. Sus análisis de las prácticas vigentes influyeron en muchos otros pensadores y en exploradores de prácticas alternas. En español, sus Obras reunidas en dos volúmenes (2008) fueron editadas por Valentina Borremans (su colaboradora de muchos años, a la cual le reconoció aportaciones muy valiosas) y Javier Sicilia (su discípulo y amigo) para el Fondo de Cultura Económica.
*Poeta y ensayista. Decano en El Colegio Nacional
Tomado de: Phrónesis revista crítica del CIDHEM, Año 1, número 1, ene-jun. 2016