María Helena González
No, desde luego no soy la única mujer que puede dar cuenta de su vida con Vicente Quirarte. En su amplísima bibliografía podrán ustedes encontrar, transformada en apasionadas metáforas, su vida amorosa. Y no me refiero sólo a sus relaciones de pareja, allí tiene usted Luz Armada, volumen dedicado a su madre, doña Luz Castañeda, sobre quien Vicente suele platicar breves anécdotas, eso sí, más gozosas que aquellas en las que aparece el reverenciado padre historiador, personaje central de La invencible, uno de sus libros más celebrados. Doña Luz era divertida, se las pinto con una anécdota: estando él en Austin College como profesor invitado, se aventó la puntada de enviarle regularmente por correo un ejemplar de La Familia Burrón y la revista Proceso.
Luego, si la curiosidad les pica, deambulen por el robusto edificio poético que ha construido el Dr. Quirarte. De reciente aparición, el volumen que conjunta su poesía completa publicado por la Universidad de Sinaloa. Está en una vitrina allá afuera, en la exposición montada en el marco de este homenaje.
Cierro este punto añadiendo que las dos espléndidas mujeres con quienes contrajo matrimonio encabezan la lista de sus recuerdos más frecuentes. Habla muy bien del poeta que las mencione con la estatura que merece quien se compromete a ayudarnos a vivir. Yo por mi parte me confío a la siempre sabia tradición popular que reza: “dicen que el primer amor, llorona, / es grande y es verdadero. / Pero el último es mejor/ y (si le echamos ganas) más grande que el primero” …
Así que, siendo este mi tiempo trataré de esbozar un retrato del hombre de a pie, no del que se encorbata y se decora con mancuernillas para la cátedra, la conferencia y la entrevista, el que invariablemente se distingue con la magia química del frasco que reza Hermes o Hugo Boss. De ese, a quien podríamos definir como un polígrafo hipersensible han hablado y hablarán en este coloquio. Les propongo en cambio, compartir un poco de la intimidad del ser humano al que descubro cotidianamente, ese que hace de la vida diaria otra forma de poesía.
Vicente vive la mayoría de los días del año en una biblioteca-casa. No duerme con libros en el buró, pero sí amanece con ellos. Si le preguntan dirá que no es cierto, pero les juro que sus comentarios de desayuno giran en torno a las cuartas de forros, las guardas, las costillas y la tipografía de los libros. O menciona el invariable texto pendiente. O se confiesa enamorado de la encuadernación de una vieja edición. En Merecer un libro dice que este fervor lo aprendió de su papá. Es una joya ese volumen. En él nos cuenta cómo fue que les puso casa y les da comida y sustento a esos objetos que le provocan “temblor estético”. Los trata como si fueran personas.
Como soy una humilde aprendiz de la obra quirarteana y me faltan mucha lecturas de la biblioteca vicentina, sus lecciones diarias me animan mucho. Afortunadamente coincidimos en la bibliofilia. Entre nosotros no tenemos hijos, tenemos perros, vajillas y libros. Con Vicente vive Carlota, una vieja pastor belga malinois a la que saca a pasear en las mañanas. Se queja de ella por mal portada, pero como a los libros, a ella también le puso casa…en Cuernavaca, ciudad en la que yo por fortuna vivo.
¿Dije vajillas? Sí, Vicente Quirarte es un espléndido cocinero. Son famosos los huevos rotos y los mejillones al vino blanco con los que recibe. Lo chiloso no le gusta y las gelatinas, el agua de horchata y los frijoles, a los que de niño llamaba “tobobos” le encantan. Prefiere los mariscos a la carne y no es excesivamente goloso. Los quesos, insiste, tienen que ir al final.
Vicente organiza selectas comidas con mesas que él mismo pone, me atrevo a decir que las concibe como montajes para escenas teatrales. En ellas incluye el menú impreso para cada comensal y nunca faltan unas cucharitas esmaltadas que serían la envidia de Martha Stuart.
Una vez servidas las entradas, llegan su famoso rabo de toro hirviendo, o un filete acompañado de su salsa de vino tinto, cuya receta es irremediablemente solicitada. Ya sabemos que en la mesa se articula el amor. Por eso, hace casi tres años que a Vicente y a mí nos unen los trastes y los platillos compartidos. ¿Habrá mayor confianza que la que nos brinda un tenedor para dos? Por supuesto en nuestro chat van y vienen los menús, las listas de invitados y las fotografías de nuestras mesas.
Hablando de nuestro chat, quiero contarles que además de poesía para publicar, esa que se pule y se trabaja a partir de la lectura ininterrumpida, Vicente también escribe chats memorables. Van unos ejemplos:…”no me recuerdes el mar, que la pena negra brota”; “tu risa es espada victoriosa”; “mañana estarás en fiera batalla, que triunfen tus tacones, ve armada de todos tus arreos”; “hay que ser educado con la gente maleducada, nada ofende tanto al enemigo como el hecho de que lo perdones”; “tenemos que ser más grandes que nosotros”; “he terminado de leer a Ray Bradbury con una sensación de rara paz”; “eres más bonita que ninguna y más guapa que cualquiara”; “mi reina, mi timonel ¿compro chicharrón para la comida? En City Market venden muy buenas esculturas de puerco…”; “te tengo más que si estuvieras aquí”.
Su memoria es prodigiosa y a la menor provocación cita a sus autores-amigos: “sólo son posibles los amores imposibles” frase de Darío Jaramillo; “usted no interrumpe ni interrumpiendo” del gran Carlos Illescas y si la situación aprieta, recurre a Bram Stoker: “hay que surcar las aguas amargas para encontrar las dulces”.
¿Qué más puedo decir del septuagenario-niño cuyo cumpleaños masivamente celebramos hoy? Que es un self-made man: un señor educado, prudente y sabio. Que entre sus méritos se cuenta que nunca presume sus medallas y que está verdaderamente comprometido con la UNAM, la institución de la que se enorgullece y para la que vive día y noche. Sus otras habitaciones: el Colegio Nacional y la Academia Mexicana de la Lengua.
A Vicente Rojo, debemos agradecerle que involuntariamente nos haya presentado, la culpa fue de una exposición que montábamos en su honor en el Jardín Borda en Cuernavaca. A solicitud mía y por la devoción mostrada ante un ejemplar de José Emilio Pacheco, Quirarte escribió algunos textos sobre los libros de Rojo. Esto fue el inicio de una relación que afianzamos decididamente. Juntos cruzamos el puente de los dolores, por nuestros muertos, por nuestras frustraciones, por la enfermedad y por nuestro México. Pero esta ida tiene un regreso, una vuelta que se torna victoriosa. Transitamos un sendero luminoso en el que cosechamos afectos y sembramos un futuro promisorio. Un mañana que estoy segura inundará de poesía gracias a su enorme talento.
Y hablando de poesía, no puedo en este momento dejar de presumirles La piel que no conozco, título de su más reciente libro, porque está dedicado a mí. Está en la vitrina de la poesía amorosa, a la izquierda, en la exposición que veremos. Su diseño, es bellísimo, Mano Santa hizo un gran trabajo. En él la mayoría de los poemas se desgranan por la vía del amor sensual, pero empático como es, Vicente también se ocupa de mi pensamiento más triste.
No me alargo más, porque a ustedes, queridos amigos es a quienes como dice él debemos seguir mereciendo. Dicho en otras palabras: no quiero abusar de su tiempo. Agradezco su atención, pero sobre todo agradezco que estén aquí hoy, en la fiesta de cumpleaños de Vicente y sobre todo que lo quieran tanto.
Enhorabuena, Vicentote, feliz festejo…
Homenaje a Vicente, UNAM, 19 de agosto de 2024
Vicente Quirarte y María Helena González. Foto: La Jornada Morelos