

El pasado 8 de marzo el sitio Rome Reports en español destacó la posición del papa Francisco sobre la inclusión de las mujeres en los ritos de la Iglesia católica; también en los puestos de responsabilidad. Hoy todavía no presenciamos el ascenso de una mujer a un sacerdocio u obispado, pero los mensajes y prácticas del papa van encaminados hacia ese logro.
La iglesia católica es una de las corrientes más fuertes y sólidas del cristianismo. Se le considera una de las máximas herederas de las enseñanzas de Jesús de Nazaret, y nació a partir de la figura del apóstol Pedro, quien se identifica a través de la historia como el primer papa. El papa es la máxima autoridad de la religión católica, radicada en la Ciudad del Vaticano. Sabemos también, de acuerdo con investigaciones recientes que vienen desde la teología feminista, que Jesús no solo nunca mostró desprecio por las mujeres, sino que tenía una seria convicción por integrarlas en el conocimiento y la enseñanza espiritual.

Sabemos también gracias a otras corrientes y prácticas religiosas y espirituales, como la gnóstica, por ejemplo, que las mujeres y su fuerza son la encarnación de la esencia que complementa un todo que es la vida. Se enseña también en la gnosis que el propio Jesús tenía pleno conocimiento de que llegar a la máxima realización espiritual, fundirse con el todo, conocer a Dios, pues, sería a través de experimentar dos energías latentes y compuestas. Por eso Él tenía clara la importancia de las mujeres en el camino del progreso y la evolución. La figura mística de María Magdalena vendría a explicar esta posición.
Luego, tendríamos que preguntar por qué entonces la Iglesia decidió no solo silenciar a las mujeres, sino enviarlas a un lugar inferior, denostable, pecaminoso y lúgubre, que vino cargando desde hace siglos con buenas dosis de culpa, como una especie de candado o seguro de su opresión y sumisión. El filósofo alemán Nietzsche tiene mucho que decir sobre el mal que causó la culpa dada a través de la religión, particularmente judeo-cristiana.
Hay varios supuestos, de entre ellos destaca el mito bíblico de Eva, del pecado original, y con ello viene la “tentación” a la que inducen las mujeres. Aunque el estudio profundo ha revelado que las condiciones históricas, políticas, económicas y sociales, y sobre todo el manejo del poder, tuvieron más que ver con el ensombrecimiento de las mujeres en la religión y en el sistema social en general: más en la Edad Media y con pretextos de orden mítico acomodados a conveniencia -habría que analizar cada mito, incluyendo los que son considerados paganos por no ir a favor de la argumentación oficial de la Iglesia.
Todo ello trajo como consecuencia el dejar de lado a las mujeres en la religión. Particularmente en México hablamos de esta exclusión en la religión católica por ser la predominante. Y el no ser tomadas en cuenta es sobre todo en los cargos importantes o que suponen ejercer alguna autoridad.

En ese estado de cosas, debemos traer de regreso a la memoria colectiva figuras tan importantes como la de la visionaria, mística y feminista medieval Hildegarda de Bingen; noble alemana nacida en 1098 y que llegó a ser una figura de autoridad gracias a sus visiones y profecías que atrajeron a multitudes de personas a su abadía. De ahí provendría su obra “Scivias” o “Conoce los caminos del señor” acerca de visiones sobre el Apocalipsis y cuestiones teológicas.
La importancia de Hildegarda es radical porque, a diferencia de muchas mujeres que obtienen ciertos cargos importantes de autoridad a costa de dejar de lado su condición de mujer, es decir, asumiendo los mandatos patriarcales del ejercicio del poder, ella destacaba la importancia de la esencia de las mujeres y lo mismo hablaba sobre las virtudes, la comunión directa con Dios o sobre la menstruación.
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Hay muchas otras figuras femeninas relevantes en la historia de la religiosidad: ahí tenemos por ejemplo a las beguinas, mujeres cristianas del siglo XII que se reunieron en grupos para vivir al servicio de Dios, dando ayuda a comunidades de personas desfavorecidas. Más del lado de la autogestión, ya que ellas rechazaban al catolicismo por acusarlo de no reconocer los derechos de las mujeres, entre otros motivos.

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Así es que, como ya en otros lados lo he escrito, aquí lo reitero: negar la figura de las mujeres, a sus derechos y su pleno ejercicio en diversos ámbitos es negarle al mundo la mitad de una visión, tan necesaria para encaminar a cualquier sociedad hacia el progreso.
Esperemos que las acciones del papa Francisco tengan cada vez más eco en todas las iglesias unidas por el lazo del catolicismo.
*Red Mexicana de Mujeres Filósofas/UAM-I.
