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Sergio Magaña (24 de septiembre de 1924-ciudad de México 23 de agosto 1990).

 

Si la mejor manera de recordar a un poeta del teatro es leyendo sus obras y representándolas, entonces Sergio Magaña ya está en el panteón del olvido, aunque queda de él su personaje que muchos evocan con el oportunismo de quien sin conocer las obras del autor lo reconocen por su leyenda; negra en el caso del autor de Moctezuma II porque fue el rebelde con causa de la generación de los años cincuenta que inauguró en tierra mestiza la profesión de autor dramático puesto que fue la primera en cometer la osadía de intentar vivir de su talento.

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Sobrevivir sería la palabra adecuada, pero esa sobrevivencia en el medio siglo XX mexicano era literalmente de película porque las vecindades de la ciudad capital fueron una prolongación de la provincia que dejaron Emilio Carballido, Magaña, Arguelles, Basurto, Ibargüengoitia y el 70 por ciento de los autores dramáticos que profesaron el apotegma de Rodolfo Usigli que dice, con sus propias palabras, que un pueblo sin teatro es como el que tenemos ahora: un hato de ovejas que siguen a su pastor de vuelta al absolutismo presidencial.

El teatro de Sergio Magaña y sus pares debe leerse en el marco de un país que estaba saliendo del dominio militar y ya sufría la corrupción del primer presidente civil, don Miguel Alemán. De ahí que el primer zarpazo dramático del autor michoacano fuera un melodrama social de gran aliento como Los signos del zodiaco, que mostró la soledad existencial de los jóvenes emigrantes a la capital, y puso por primera vez en escena a un personaje homosexual. Lo que hoy es común, en los años 50 podía terminar en la muerte civil. Afortunadamente para el joven autor una cantidad considerable de autores y directores de diversas generaciones eran gays, y en lugar del repudio Magaña logró el éxito.

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SM

Programa de Los signos del zodiaco. En el Teatro Fábregas. Imagen: Citru. INBA

Emilio Carballido hizo historia con Rosalba y los llaveros porque su comedia tiene la nostalgia, la gracia y la fecha exacta de su escritura que para mi asombro no tiene caducidad para los veracruzanos pues cada vez que se monta en Xalapa atascan el teatro. Acaso porque es una pintoresca postal del pasado. Los signos de Magaña son un aguafuerte del porvenir en la medida que el presente que expone es el que ocurrirá cuando la ciudad de México se convierta en el desastre que es hoy, a pesar de su intensa belleza. Si algo destacó la prensa del momento fue el asombro de ver en el Palacio de Bellas Artes el hábitat de los desheredados de la ciudad capital. La crítica declaró que era una obra neorrealista sólo porque los críticos estaban bajo la influencia del neorrealismo del cine italiano de posguerra, porque el estilo dramático de Salvador Novo, el director y padrino de Magaña y Carballido, era el realismo puro y duro, ya no el de la escuela española sino el realismo estadounidense de Tennessee Williams y Arthur Miller. Carballido celebra la vida de una familia veracruzana y su crítica al conservadurismo familiar es anecdótico: Magaña se atreve aponer en juicio el orden establecido e intenta una figuración poética de los condenados de la tierra que habitaron aquel micro universo citadino.

No quiero desviar mi reflexión sobre la obra de Magaña compartiendo lo disfrutable que era escucharlo relatar los episodios de su vida en las azoteas de la ciudad capital porque terminaríamos a carcajadas, y se trata de discernir la obra del hijo de Tepalcatepec, Michoacán, y no de celebrar el regocijo con el que contaba cómo les humedecía el miembro masculino a los repartidores de gas que subían tres plantas para dejarse consentir por su labia. A Sergio le brillaban los ojos con ese recuerdo.

Magaña era un orador tremendo en el sentido romano de la palabra. No en el sentido griego que es mayéutico. Él determinaba el objetivo de su disertación y la desarrollaba magistralmente para dejar mudos a sus comensales, pero en el sentido inverso, porque él no nos había invitado, éramos nosotros, los oyentes, quienes lo rescatábamos de la resaca de ayer, lo trasportábamos prácticamente en andas al vapor y lo vestíamos con ropa limpia para su resurrección, que ocurría en alguna de las cien cantinas que había en los años 80 en el llamado primer cuadro de la ciudad de México.

MOCTEZUMA II

Luego del éxito de Los signos del zodiaco, Magaña se proclamó a sí mismo el genio del teatro en México y con ese título estrenó en 1954 la tragedia del último tlatoani azteca, Moctezuma II. El poeta, dramaturgo y crítico de teatro Rafael Solana escribió de manera “anónima” en la Revista Siempre una reseña que recoge el descontento de aquella comunidad teatral por los desplantes del Shakespeare nativo que también proclamaba que la suya era la primera auténtica tragedia mexicana porque no sólo cumplía con el canon aristotélico del género, sino que había logrado darle a su texto el tono y la agudeza cognitiva del bardo inglés sobre la lucha del poder que ha carcomido la historia humana.

Cuenta Solana que mucha gente acudió al Teatro del Seguro Social en la ciudad de México con la espada desenvainada contra la prepotencia del recién llegado, y salió del teatro con las manos enrojecidas por el aplauso final que reconocía el talento singular de Sergio Magaña como el autor más dotado de una generación que tenía a Luisa Josefina Hernández, Emilio Carballido y a Jorge Ibargüengoitia entre sus condiscípulos. Magaña ya tenía 30 años cuando estrenó esta obra que tuvo muchos descalabrados para abrir el telón. Se dijo incluso que tuvo una jettatura o signo ominoso porque Salvador Novo, Celestino Gorostiza, Fernando Wagner y André Moreau, los destacados directores de esos años se había excusado de dirigirla, aunque finalmente el director francés afincado en México le daría forma escénica, luego de superar imprevistos fatales como la enfermedad de algunos actores y la operación de apendicitis a la que tuvo que someterse Magaña el mismo día del estreno. Todo había valido la pena, aunque el tiempo nos permite considerar que el éxito tan temprano y tan rotundo de Magaña terminaría por marcar su destino, porque no tuvo el tino de Juan Rulfo que solo publicó el libro de cuentos y la novela que le dio la inmortalidad literaria. Magaña pensó que su genio inicial daría para más y lo habría hecho de no haber caído, como decían los antiguos, en las garras del alcohol que lo convirtieron en un tribuno formidable de cantina, pero ya no en el genio que debía superar el éxito de sus primeras obras. Para dejar el tema de Moctezuma II debo agregar que la actuación de Ignacio López Tarso como el Hamlet mexica fue considerada formidable por unanimidad de la prensa y el público.

SM

Sergio Magaña. Foto: Citru. INBA

LA PERSONA Y EL PERSONAJE

Hay autores que separan cuidadosamente a la persona del personaje que conlleva inventar historias. Sergio Magaña fue sobre todo el personaje de sí mismo. Cuando conocí a Magaña en los años 80 él tenía 56 años y faltaban solo diez para su muerte. A su medio siglo de vida ya había escrito cuento, novela, ensayo y crítica de teatro, además de sus obras dramáticas con las que conoció el éxito y el fracaso, como ocurrió injustamente con Rentas congeladas, una comedia musical adelantada a su tiempo que mostraba el fino oído de su autor para la sátira musical que trataba sobre un regente de la ciudad que tiene el dilema de congelar las rentas para favorecer al pueblo o subirlas para complacer a los terratenientes.

La idea original era que Gabilondo Soler hiciera la música, pero al frustrarse tal plan Magaña hizo las canciones pertinentes y estrenó el “musical” en 1960 para el desconcierto del público y la crítica que no había disfrutado, como lo hizo el de la voz 25 años más tarde, de la capacidad trovadora del autor dramático de Tepalcatepec sobre todo con las canciones satíricas de su autoría. Cuando estaba en vena bastaba una guitarra para que los tequilas fueran como los cuetes que truenan en las ferias populares y sueltan un chorro de parodia musical de doble y hasta triple sentido. Escuchando cantar a Magaña sus acuarelas musicales daba muina que los espectadores de su tiempo se quedaran atónitos con esa vuelta de tuerca de la canción popular que siempre tuvo su lado burlesco. 30 años más tarde Mario Espinoza, Luis Mario Moncada y Eduardo Piastro le hicieron justicia escénica a la melopea de Magaña, pero él ya estaba muerto.

Cuando solo era una persona Magaña ya era un joven descontento con el rumbo que tomó la Revolución Mexicana hecha gobierno, más en los años 40 esa inconformidad sólo podía expresarse metafóricamente. En El ángel roto, su primera publicación literaria de 1947, el joven escritor quiso decir -según Miguel Guardia-, que la fuerza telúrica de Latinoamérica no está en el paisaje sino en el hombre. Y su primera novela, Los molinos del aire, no es, de acuerdo con Christopher Domínguez Michel “una novela extraordinaria, pero es una muestra modesta y pura del cielo narrativo de la disolución de la provincia como memoria”. La evaporación de su pasado provinciano fue bastante sencilla para Sergio que sólo pasó seis años en Tepalcatepec y cursó sus estudios primarios con los jesuitas en Cuernavaca. De ahí se fue a estudiar a la Facultad de Filosofía y letras de la UNAM en la ciudad de México que fue su reino y su celda, su paraíso y su purgatorio, su laberinto y su tumba.

Como personaje Magaña no era un farsante sino todo lo contrario, en virtud de que no usaba al personaje como máscara sino como identidad. Yo no soy otro como quería Rimbaud. Yo soy este. A Sergio le gustaba pensar que era el autor mexicano con mayor garra dramática de su tiempo, y también un hombre íntegro. En su última década el autor más eléctrico de los años 50 defendió con vehemencia el lugar del texto dramático como centro inamovible del arte dramático, y guardó su privacidad no como forma de orgullo sino por dignidad. Aunque él la perdía en la cantina en su vida civil fue un hombre que se resistió al poder no de forma política sino ética. Para sus contrarios sus desplantes contra la autoridad en cualquiera de sus formas era un signo de soberbia. Par él era una obligación moral porque natura le había dado el don de la palabra y usaba ese estilete para defender a los huérfanos, las madres solteras, a los distintos, a los marginados y a los autores dramáticos en contra de los directores de escena que a partir de 1972 se apoderaron de los presupuestos de la UNAM y el INBA para desplazar al texto como origen y consecuencia de la teatralidad (antes de que Hans-Thies Lehmann hablara del teatro postdramático).

Autores & directores

Como el tema de este discurso es la vida y la obra de Sergio Magaña debo omitir el contexto que propició la batalla campal entre autores y directores en los años 80, cuando quien habla cubrió aquel enfrentamiento para el diario unomásuno que con la revista Proceso iniciaron en 1977 la era del nuevo periodismo mexicano. Solo diré que con Héctor Azar al frente del teatro de la UNAM y el INBA desde 1965, no se desplazó a los autores mexicanos del escenario porque el propio Azar era uno de ellos, así que sólo se apoyó a quienes no le hicieran sombra. El cambio llegó cuando otro Héctor, pero este Mendoza, sustituyó a su tocayo en la jefatura de teatro de la UNAM. En Europa y los países de habla inglesa el teatro ya era de los directores que utilizaban el texto como mero punto de partida para la figuración de este. Ya había otra realidad sobre el escenario en la que el montaje, la puesta en escena era el discurso dominante. Los alumnos de los alumnos de Rodolfo Usigli, la nueva oleada de autores dramáticos que Guillermo Serret calificó en 1984 como la “Nueva Dramaturgia Mexicana”, como Sabina Berman, Víctor Hugo Rascón Banda, Jesús González Dávila, Estela Leñero, fueron como niños de pecho para los y las directoras de la época comparados con sus maestros Carballido, Magaña y Arguelles que se oponían entonces a que el director cambiara una coma de sus textos. Sí, una coma.

Y así les va los intransigentes del porvenir. Lo directores fueron los amos del escenario y la brillante generación de los años 50 pasó a ser una cofradía de autores costumbristas que tuvieron el consuelo de volver a la provincia como héroes de un teatro que seguía teniendo en el texto dramático el principio y el fin de su aventura escénica, es decir, en el teatro provinciano.

LAS ULTIMAS BATALLAS

Antes de despedirme de Sergio Magaña dando el resumen de sus últimas batallas en el escenario, veo que omití una de las fuentes no de su talento, pero sí de su cultura. Cuando aquel joven veinteañero llegó de Cuernavaca a la Facultad de Filosofía y Letras de la Unam, se le abrió el mundo del intelecto, la imaginación y la palabra porque en el café de la facultad frecuentó a Rosario Castellanos, Ricardo Garibay, Jaime Sabines, Dolores Castro, Ernesto Cardenal, Tito Monterroso, Rubén Bonifaz Nuño, Ernesto Mejía Sánchez. Y sus maestros fueron Agustín Yáñez, Julio Torri, Ortiz de Montellano, Rodolfo Usigli…, coño, qué plantilla, qué pandilla, qué tiempos para el pensamiento y la acción artística que llamamos cultura.

Ese joven iluminado, cuyo nombre completo es el de José Sergio Alejandro Magaña Hidalgo, descendiente sanguíneo del padre de la Patria por una hermana del cura, fue un insurgente de su propia identidad amorosa porque no la ocultó al escándalo exhibiéndola descaradamente como su maestro Salvador Novo, ni hizo de ella una campaña del yo como Hugo Argüelles, ni siquiera dijo, como Juan Gabriel; “lo que se ve no se juzga”, porque Sergio fue un homosexual de fondo si por ello se entiende a un hombre que se asume como hombre porque le gustan los hombres, no los maricas, sin menospreciar a las mariposas de la colmena.

Esa hombría homosexual me animó a sugerirle que en la entrevista que le hice para el suplemento cultural del diario Excélsior, llamado El Búho y dirigido por el escritor René Avilés Favila, me permitiera decir que el autor dramático de mayor garra dramática en México era homosexual y alcohólico. Lo notable de esa entrevista fue que yo trabajaba entonces en la sección cultural del unomásuno que se fundó precisamente por el golpe del presidente Luis Echeverría a la dirección del Excélsior comandado por Julio Scherer. Para entonces la tensión entre los golpistas y sus excolegas ya aglomerados en Proceso y unomásuno había bajado de intensidad, pero era insólito que un reportero del nuevo tabloide que había desplazado en atención pública y ciudadana al viejo Excélsior escribiera en la trinchera contraria. Aunque esa fue la exigencia de Magaña. Acepto la entrevista, le dijo al director de El Búho, sólo si la hace Fernando de Ita.

Carlos Payán, subdirector del unomásuno y mi amigo más que mi jefe, estuvo de acuerdo, pero me pidió la bendición de Carlos Monsiváis para hacer la entrevista. Años más tarde Carlos me dijo que era la entrevista que más le había gustado de tantas que hice en los años 80 y 90, y eso que mi charla con Jean Genet tuvo portada en la página principal y fue celebrada por mis amigos y mis contrarios en México y extranjía. Yo no disfruté de esa entrevista con Magaña porque me costó su amistad. Resulta que las mariposas que aleteaban a su alrededor lo convencieron de que mi lied era ofensivo, abusivo, descarado, irrespetuoso, malicioso, impío. Como yo le mandé por primera y única vez en mi larga carrera de reportero mi artículo a Sergio días antes de que se publicara, tenía la conciencia tranquila. Magaña no me hizo un solo reproche, pero dejó de responderme el teléfono.

Antes de la ruptura acompañé de cerca a Magaña en dos aventuras singulares: su pleito con el director Germán Castillo por su resolución escénica de Santísima, la comedia musical que hizo del melodrama literario de Federico Gamboa y el montaje de La última diana, montada por el mismo Germán Castillo. La terquedad de Magaña en la defensa del texto dramático era comparable con la porfía de Castillo en amparo del discurso escénico. Fue uno de esos casos en los que ambos contendientes tuvieron su razón y a pesar de que no hubo consenso tampoco llegó la sangre al río porque el montaje de Castillo fue a España y tuvo buena recepción en la ciudad de México. También tuvo mucha prensa que revivió el pleito entre autores y directores que ya habían ganado los últimos. Como corolario de este párrafo una estrofa de la segunda canción que se canta en Santísima:

– “Que me quiten la camisa/que me quiten el calzón, /que me dejen solo en cueros/para la gran revolución. De las casas elegantes/ salimos de prisioneras/si antes fuimos explotadas/ahora somos guerrilleras.

SM

Sergio Magaña. Foto: Citru. INBA

LA ULTIMA DIANA

En 1988 llegó a la presidencia de México Carlos Salinas de Gortari con el tufo de haber ganado la silla y la banda del poder de manera fraudulenta. Fue un año políticamente complicado para hablar del fraude así que Sergio siguió el consejo de Bertolt Brecht de hablar de lo que pasa aquí situándolo allá, en Guatemala, en una celda en la que ocurre la maldad que ejerce el poder para dominar a un conglomerado humano. El personaje central es una mujer superpoderes no a la manera de los héroes cinematográficos sino por su lucha en contra de la injusticia. Una madre coraje cojonuda que resiste todas las presiones del poder sin traicionar su causa.

Confieso que yo justifiqué el texto y el montaje más por amor a Sergio y su trayectoria que por convicción crítica. El tema del abuso militar en Latinoamérica era aún noticia diría, pero el texto y su reproducción escénica no alcanzaban a dejar el testimonio final del autor más sagaz, más arriesgado de los tíos que nos dieron teatro (dicen que Rodolfo Usigli fue el padre). Faltó aquello que tuvo en sus inicios: el talento natural de un autor para darle a su realidad el poder sobrenatural de la ficción. Sergio ya estaba enfermo y no aparecía en público. No recuerdo si fui con él al estreno de la obra en la ciudad de México. Creo que sí porque algo me dice que vigilaba mis gestos ante el montaje. Lo que me queda en la memoria es el intento de un viejo tlatoani del teatro del siglo XX mexicano por clavar su obsidiana en la conciencia de un público y una crítica tan infame que ha dejado pasar el centenario de un paladín del teatro en lengua española sin pena ni gloria. La vergüenza es nuestra. La gloria es de Sergio Magaña.

Y el agradecimiento para la Universidad Nacional Autónoma de México (CETE) y La Jornada Morelos, por honrar a nuestros héroes culturales..

Foto en blanco y negro de un hombre con un traje de color negro

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Sergio Magaña. Foto: INBA

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Sergio Magaña. Foro: Citru. INBA

Fernando de Ita