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Hugo Barberi Rico

Para el autor de “Los Valientes de Zapata I y II”, Agur Arredondo Torres, se puede analizar el 10 de abril de 1919 desde dos líneas: La muerte de Emiliano Zapata Salazar y su trascendencia del ideal zapatista por ya más de un siglo, y la negación de la muerte del Caudillo del Sur. 

Al someter al análisis la muerte trágica de Zapata en Chinameca ese 10 de abril de 1919, como legalmente se estableció, “esto nos deja analizar en la línea cómo es que siguen activos los sobrevivientes (zapatistas) después del 10 de abril, los generales, los soldados que no se rinden y los pueblos que siguen en lucha y tendrán que nutrirse a partir de 1919 de la ideología del movimiento revolucionario, de los documentos básicos que dejan plasmado la forma de pensar de Emiliano Zapata”. 

La lucha postrevolucionaria de los zapatistas se dio durante la década de los 20 y 30, a lo que se sumaron con posterioridad en movimientos campesinos y obreros de diferentes partes del estado o en diferentes zonas de influencia del zapatismo, como Guerrero, Tlaxcala, Puebla, el Estado de México y otras partes de la República, consideró el recopilador. 

Amplió que ante el descontento con políticas públicas que prevalecen, hay organizaciones con pensamiento zapatista que continúan en lucha, mantienen una resistencia, por lo que se entiende que “Zapata murió, pero no el zapatismo”. 

Recordó que el 11 de abril de aquel 1919, los periódicos del momento “anunciaron con burla, bombo y platillo y satisfacción la muerte del ‘Atila’ (Emiliano Zapata), dando por hecho que el zapatismo había muerto. Sin embargo, a lo largo de 104 años podemos ver que el zapatismo no ha muerto y se puede ver en diferentes expresiones de lucha, en las escuelas, sindicatos obreros, académicos, en madres de familia que tienen desaparecidos, en personas que han sido objeto de injusticias en desapariciones forzadas. El zapatismo está vivo”. 

La otra vertiente de estudio del zapatismo, se considera la no muerte del general en jefe del Ejército Libertador del Sur en ese 10 de abril citado. 

En el contexto, Agur Arredondo, externó que “muchos consideran que quien murió en Chinameca no fue Emiliano Zapata, sino su doble, su compadre Jesús Delgado, y podemos analizar el 10 de abril, desde el punto de vista de la negación de la muerte, de la desaparición del líder”. 

Recordó que cuando se pierde un ser querido en la familia, como un padre, lo primero que ocurre en el cerebro es la negación, lo cual ocurrió el 10 de abril como una negación colectiva en los pueblos: “no es cierto, no era Emiliano, no era tan tonto como para caer en la redada, no era tan tonto como para poderse dejar matar así”. 

La negación de la muerte de Zapata se refuerza por el comentario que dijo una vecina que inmediatamente se acercó al supuesto cadáver de Emiliano, también se acercaron algunas mujeres y para responder a la burla del soldado “de que ya se murió su padre, a ver ahora quién les protege, a ver quién les va a dar tierritas”, esta mujer respondió “el muerto no es Zapata, no era tan tonto para dejarse matar, no es, ni se parece’. Eso lo escucha el soldado y le deja la duda… va y se lo reporta a su jefe, “hay una vieja que dice que no es Zapata” y entonces se corre el rumor. 

Incluso, agrega el cronista, de ahí que Guajardo, a quien se sitúa como al que le tendió la trampa a Zapata, para que muriera acribillado, haya tomado todas las precauciones para identificar y corroborar si efectivamente era Zapata el caído o no lo era. La negación colectiva, “tenemos que analizar las raíces de cultura de ese momento y condiciones sociológicas de los supervivientes y darle otra explicación a la no muerte”.