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(1ª. Parte)

Fernando de Ita

El siglo XX fue uno de los más favorecidos y castigados por el devenir de la Historia, y acaso fue el último en donde se buscó instaurar el poder del pueblo con las armas. En México la Revolución Cubana abrió un horizonte épico a los jóvenes que por diversos motivos comenzaban a sentirse agobiados con el orden establecido que los adultos presumían como un logro del Progreso.

La fecha histórica de la insurgencia fidelista es el 26 de julio de 1956, cuando el Granma tocó la costa oriental de Cuba. Para 1958 el joven Oscar Menéndez Zavala recibía la credencial 1996 del partido Comunista Mexicano, firmada por Arnoldo Martínez Verdugo. Esa decisión le cambió la vida porque le dio una identidad y un sentido de la historia. Aquel pedazo de cartulina roja lo identificaba como uno de los miles de jóvenes del tercer mundo que fueron llevados a Moscú en 1957, naturalmente para adherirlos a la cusa, pero también para convivir en carne propia la idea de un mundo mejor en la que el hombre no fuera el gorila del hombre, como le decían en México a los granaderos que madreaban jóvenes y viejos, fueran o no comunistas.

Esa militancia puso a Oscar del lado de los maestros, los médicos, los ferrocarrileros y los campesinos que salieron a marchar a las calles cuando esos gorilas disolvían las manifestaciones contra el mal gobierno a macanazo limpio. Como no había celulares el documentalista tenía que jugarse el pellejo para filmar la represión, revelar los negativos, editar la película y esconderla de la policía.

La clandestinidad es imposible en la era de la comunicación masiva porque incluso los asesinos perseguidos por la ley quieren hacer su selfi, pero en 1968 el material de la película sobre lo ocurrido en la plaza de Tlatelolco, que culminaría con el título Dos de octubre Aquí México, se salvó de la confiscación que hizo el ejército en Ciudad Universitaria, de milagro (en caso de que un comunista confeso, y por lo tanto ateo, acepte el calificativo).

La obra fílmica y fotográfica de Oscar Menéndez es inmensa y tiene diversas etapas, distintas vertientes. Sólo un trabajo académico de primer orden podría dar cuenta de ese fresco íntimo y social que ha dejado Oscar en celuloide y en papel fotográfico (*). Entiendo que la obra de un luchador social no sea difundida por el estado al que critica. Lo imperdonable es que el gobierno de quinta que tiene el estado de Morelos no lo haga por simple ignorancia. Cuando lo único que se hizo bien en la vida fue jugar a la pelota, se nombra secretaría de cultura a la persona más inadecuada. Si hubiera una chispa de inteligencia en esa mente, la vida y la obra de Oscar Menéndez debería ser un motivo de culto en Cuernavaca, ciudad que nuestro personaje pisó por primera vez en 1938, a los cuatro años de nacido y a la que regresó a vivir luego de figurar el Mundo, es decir, de relatarlo en imágenes.

Hoy que el pasado es sólo un algoritmo, es imperioso recordar que, sin las batallas perdidas de trabajadores, artistas y campesinos, este país seguiría siendo una tienda de raya para la mitad de la población. Por lo mismo, testimonios de esa resistencia como los de Oscar, deberían estar en el acervo de la memoria colectiva. Por el contrario, siguen siendo clandestinos y acaso en ello radica su valor ético. Como dijo Jean Paul Sartre, a quien Oscar conoció personalmente, el auténtico destino del ser humano es la elección, y como veremos en este resumen de vida y obra, Oscar eligió estar del lado de las causas perdidas porque sin ellas no habría porvenir.

LA PROSAPIA

El bisabuelo de Oscar, Antonio Menéndez de la Peña, llegó de España a Cuba en el siglo XIX, cuando aún era dominio peninsular, y se fue a México cuando se hizo evidente que los Estados Unidos rondaba la isla para comérsela, como el gran tiburón en el que se estaba convirtiendo.

El antepasado debió llegar a México antes de 1872 porque su certificado de nacionalidad mexicana fue firmado por Benito Juárez, quien murió en la fecha mencionada. El caso es que la familia tuvo la opción de emigrar a Canadá, pero según el bisnieto escogieron Yucatán por la lengua. Como era gente ilustrada de maestros y literatos fundaron cuasipronto, El Diario de Yucatán, que, como El Dictamen, de Veracruz -aclara el entrevistado-, se disputan la antigüedad de la prensa decimonónica.

– Pero ese diario es ahora de derechas, le interpelo, pensando en la credencial del Partido Comunista que me acaba de mostrar…

– No, siempre fue de derechas. La cosa cambió con mi tío Mario Menéndez. Lo corrieron los primos del Diario por radical, porque se fue a entrevistar a los guerrilleros de Venezuela. Ya corrido fue director de Sucesos, donde yo trabajaba como fotógrafo. De vuelta a Mérida fundó la revista, ¿Por qué?, y la familia me preguntaba: ¿de qué lado estás, de los buenos o de los malos? De los malos, por supuesto, respondí.

Pero los malos también sueñan y la epifanía de nuestro entrevistado comenzó cuando participó en el Festival de la Juventud que se realizó en Moscú en 1957. A los tik tokeros les puede parecer inverosímil que un joven de 23 años se sintiera colmado por compartir con otros jóvenes de las orillas del mundo el fervor de la lucha de clases. con la misma adrenalina que les generan a ellos sus ídolos musicales. Era el mismo mareo, pero los motivos eran más idealistas, si se puede decir eso de la utopía comunista. Aquellos jóvenes acaso no habían leído aun El Capital, pero tenían el corazón encendido por la Revolución Cubana que abría un nuevo porvenir para los pueblos del tercer mundo. Ahora sabemos el desenlace, pero entonces la aurora estaba a la vuelta de la Historia, y ese destello fue el que capturó Oscar Menéndez en el libro sobre los años que vivió en Praga (1958-1961), la inigualable capital de Checoslovaquia.

Oscar recibió en Moscú la invitación para estudiar cine en la ciudad de Kafka y si los fotógrafos tienen, como los pintores, periodos creativos que merecen un adjetivo, el de Praga es sin duda la etapa romántica del documentalista que justo diez años después de aquella ensoñación estaba grabando la matanza de Tlatelolco.

Como cineasta Oscar tuvo que filmar la represión como se pudo, incluso pidiéndole a la familia de los presos de Lecumberri que grabaran clandestinamente a los presos políticos, pero como fotógrafo fue acercándose a la posteridad a partir, literalmente, del rostro humano. Los close up de este retratista son biografías visuales del personaje, capaces de volver un rostro en piedra y una piedra en rostro, mejor aún; en símbolo de la dignidad del hombre rebelde que cantó Albert Camus en registro filosófico.

Creo que sin Praga Oscar sería otro artista de la imagen. El mundo medieval, renacentista y profundamente humano que aún guardaba a la mitad del siglo XX la capital de Bohemia, marcó a Menéndez para bien, y para siempre. Es significativo que una de las bellezas que destacan de la ciudad todo tipo de viajeros, sea la de sus mujeres, Oscar no es la excepción, pero sólo al final de su bellísimo libro sobre Praga, aparece la fotografía de una mujer, el resto es ella, la ciudad de niebla, la novia del río Moldova, el poema arquitectónico que celebró Rainer Marie Rilke, uno de sus hijos inmaculados.

Matricka Praha, madrecita Praga, le reza Gloria Cejka Luna a la ciudad de sus recuerdos en el libro de Oscar, porque a pesar de los 25 millones de turistas que la visitan cada año, al menos en la memoria de Gloria la obra del tiempo humano que es Praga conserva su esplendor, su luz, su oscuridad, su ternura y su singularidad. Por eso Julius Fusik la llamó, en el mismo catálogo: “el rojo corazón de Europa”, en el poema donde grita, ante la evocación de sus presos y sus muertos por la represión: ¡Que viva el huapango! Era el triunfo de la ilusión histórica sobre la realidad de la guerra fría, pero antes de condenar a esos ilusos consideremos que vivir en Praga antes de la invasión soviética y la invasión turística, era un regalo de los dioses, en los que no creen los comunistas, salvo cuando recuerdan esos momentos en los que su vida y la del mundo se aparean de tal modo que hoy, a tiempo de cumplir sus 90 años, creo que Oscar daría su reino por regresar al deleite de aquellos días en los que fuimos felices para siempre. Porque jamás se olvidan.

LA RESISTENCIA

Oscar Menéndez llegó a Paris a finales de los años sesenta al estilo de los poetas y novelistas latinoamericanos; sin un franco, pero con su obra a cuestas. La desventaja para el cineasta fue que la rebelión estudiantil y la matanza de Tlatelolco no cabían entonces en un USB sino en un montón de latas de lámina que pesaban lo suyo y no cabían en cualquier parte.

Sin embargo, París fue una fiesta para Oscar porque gracias a los amigos de acá y de allá, la Oficina de Investigación de la Televisión Francesa (ORTF) le permitió producir, Historia de un documento, que es el destilado, por así decirlo, de los testimonios fotográficos y fílmicos del 68 que logró sacar Oscar del país.

El apoyo fue técnico -para que director pudiera integrar las fotos fijas en las que aparecían personas vivas que posteriormente aparecieron muertas en fotos de Héctor García y Enrique Bordes, a la película-, y se puede decir político porque luego de un año de trabajar el guion con Rodolfo Alcaraz, el filme se estrenó en el auditorio de la ORTF y la institución tenía la idea de proyectarlo en la televisión francesa, pero el gobierno de México cambió esa decisión. El embajador de México en Francia era don Silvio Zavala, un hombre probo que no pudo hacer nada, de acuerdo con Menéndez, porque todo se manejó desde la secretaría de gobernación.

Sin embargo, hubo otro episodio que desdora la memoria de un campeón de la libertad de expresión. Resulta que el escritor y periodista René Avilés Favila asistió al estreno de la película de Oscar y mandó una nota al diario Excelsior donde colaboraba habitualmente, pero la nota no fue publicada, y saben ustedes quién era el director del rotativo: Julio Scherer, quien rompió públicamente con Echeverría hasta que sintió el hachazo en la espalda. No treparse al avión de redilas que este Maquiavelo puso en vuelo para marear a la intelectualidad opositora, fue un acto de resistencia.

JUEGO DE ESPÍAS

El episodio que pinta por sí mismo el clima de la guerra fría en Europa y Latinoamérica en los 70, fue el periplo de aquellas latas de celuloide de París a Roma, de Francia a Santiago de Chile, de ahí a Cuba y de Cuba a México.

Parada la difusión de Historia de un documento, Menéndez proyectaba donde fuera posible sus rollos de 16 mm sobre el 2 de octubre y en una de esas funciones, Danilo Trélles, promotor de cine cercano a Salvador Allende, lo invitó a trabajar para el gobierno de la Unidad Popular, pero antes, le dice el chileno al mexicano, quiero que vayas a Roma porque a Roberto Rossellini le va a interesar mucho tu material.

Como la doctora en demografía y Maestra Emérita de la UNAM, Mercedes Pedrero Nieto, fue quien contó esta anécdota en 2018, a ella le pertenece la ocurrente afirmación de que primero el hombre viajó a la luna y luego inventó las maletas con rueditas, de manera que su pareja tuvo que arrastrar todas sus latas en el aeropuerto Fiumicino, ahora llamado Leonardo da Vinci, y la autoridad le confisco el material. Tuvo que ir el autor de Roma, ciudad abierta, a rescatarlo. Aunque eso fue un día de campo comparado con lo que les esperaban a esas cajas de celuloide repletas de imágenes, en su regreso a México.

Oscar filmó con los trabajadores de la sal en el norte de Chile, fotografió Machu Pichu y conoció el estado de shock que sacudió al país con el triunfo de Allende; primero por la euforia de las clases medias y populares que al menos en las urnas conquistaron el Poder. Enseguida porque les costó un genocidio descubrir que sólo estaban en el gobierno, pues en el poder seguían los mismos de siempre. Si algún gobierno del mundo, fuera de Cuba, se mostró solidario con el gobierno de Salvador Allende, fue el de Echeverría.

Pero antes del golpe de Pinochet una cosa era la política interna del presidente de México y otra la exterior, la de vistas afuera. Supongo -porque no se lo pregunté-, que Oscar intuyó que no podía meter su película del 68, año en el que Echeverría era secretario de gobernación, por la aduana mexicana sin correr el riesgo de perderla, así que les pidió a los colegas cubanos que se llevaran las cintas a Cuba para que terminaran en México por la vía diplomática. Pero sucedió el golpe de Pinochet y un racimo de bombas de la derecha cayeron en la embajada cubana, y un par al menos en casa del camarada Danilo, así que el cineasta consideró que parte de su vida personal y profesional se había perdido.

El texto es de Mercedes: “Tiempo después del golpe, como todas las tardes, yo estaba esperando que Oscar me hablara para irlo a recoger al Metro General Anaya porque trabajaba en el centro y sólo teníamos un vochito y nos juntábamos a comer. Sonó el teléfono, pero no era Oscar, era una mujer con un acento cubano característico que preguntó si esa ese era el teléfono de Oscar Menéndez, le dije que sí y me dijo mire nos ha costado mucho trabajo dar con su teléfono y nos urge que venga por unas cajas que estorban mucho y como están pesadas no es fácil moverlas.

“Fui al encuentro con Oscar para recogerlo en el Metro, pero ese día no era como todos los días, ahora le llevaba una nueva. Le dije lo de la llamada de la Embajada Cubana y me dijo vámonos a Polanco, zona donde se ubica la Embajada, yo le pregunté ¿qué tal si primero comemos?, me dijeron que están hasta las 6 y media. Y me dijo ¡No! Vamos ahora mismo., ¿te das cuenta? ¡Son mis películas! Y vi cómo se le escurrían un par de lágrimas.

“Y debo decirles que en 46 años que llevamos viviendo juntos, ni antes ni después lo he visto llorar, no obstante que si hemos compartido momentos muy emotivos tanto de duelo como de gozo. Pero la manifestación de sus emociones es diferente”.

(*) Afortunadamente a obra de OM está resguardada en la UNAM por la donación que hizo el cineasta de su obra a su alma mater.

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