

EDITORIAL | MAYO: MATERNAR NO DEBE SER MANDATO
La secretaría de las Mujeres a través de su área de comunicación social, te da la bienvenida a este número de Ovarias. Este mayo nos sumamos a la reflexión crítica sobre lo que implica maternar en un país como México, donde a millones de mujeres se les sigue enseñando que la maternidad es destino, no decisión.

Desde la secretaría de las mujeres reafirmamos con firmeza que maternar o no hacerlo debe ser siempre un acto voluntario, nunca una imposición. Reconocemos y abrazamos todas las formas de maternar —las visibles y las que aún se nombran con dificultad—, y exigimos que el derecho de cada mujer a decidir sobre su cuerpo y su vida sea respetado y garantizado en todos los espacios.
Mayo, mes en el que se celebra tradicionalmente la maternidad, también debe ser un mes para denunciar una de las formas más crueles de violencia: las maternidades infantiles. Llamamos a reconocer que las niñas obligadas a ser madres son víctimas de abuso sexual y de un Estado que ha fallado en protegerlas. No son madres, son niñas.
En este número:
Pamela Alvarado, en Maternidad sin filtros, desmonta los discursos romantizados sobre la maternidad en redes sociales, la publicidad y la cultura dominante. Señala cómo estas narrativas invisibilizan las violencias estructurales, la sobrecarga de cuidados y la brecha de desigualdad que enfrentan las mujeres, y nos invita a construir visiones más reales, críticas y colectivas sobre el maternar.

Nimbe Martínez, en ¡Pero si no lo parí yo!, nos lleva a reconocer otras maternidades: aquellas que no nacen del parto, pero sí del cuidado. Desde su experiencia como adolescente cuidadora, reivindica el trabajo no remunerado de quienes acompañan la crianza sin ser madres biológicas, y propone una visión feminista donde maternar también puede ser un acto político y comunitario.
Frida Soto, en Parir en libertad también es justicia, comparte su vivencia de un parto en casa, digno, acompañado y respetado, para recordarnos que el acceso a una maternidad segura, informada y amorosa es parte de una justicia reproductiva que aún se le niega a muchas mujeres. Su relato es también una denuncia del sistema de salud que violenta, infantiliza y excluye a quienes deciden parir desde la autonomía.
Este número celebra las maternidades diversas, elegidas, colectivas y dignas. Pero también denuncia las violencias, los mandatos y los silencios que aún persisten. Porque ninguna mujer debe ser madre por obligación, y ninguna niña debe ser forzada a maternar.
Maternidad sin filtros

Pamela Alvarado
La maternidad ha sido idealizada en muchas culturas, enmarcada como propósito generalizado de “todas las mujeres” a lo largo del tiempo y en la actualidad en México no dista mucho de la imposición de un modelo ideal, generalizado, heteronormado y hasta aspiracional.
La idealización de la maternidad es tan alarmante que parecería que debemos tomar todos los espacios posibles para cuestionar y hablar de ello; para comenzar cuando hablamos de maternidades parecería que desconocemos la diversidad de experiencias en torno a la maternidad y la nombramos general, logrando incluso definirla como si se tratase de la misma experiencia para todas.
Maternar en México, desde el filtro de la mercadotecnia, desde las representaciones culturales, sociales, mediáticas, desde los cánones sociales de belleza hegemónicos y la heteronorma, se ve como una experiencia general para todas las mujeres, se nombra casi como producto y se comercializa con la vida de muchas mujeres por medio de ideales; el informe mas reciente del INEGI de 2021 reportó que aproximadamente el 88.0% de las personas de 12 años y más en México tenían acceso a internet, una gran mayoría de estas utiliza redes sociales, es decir que al menos más de la mitad de la población en este país está o ha estado en contacto con contenidos expuestos en redes sociales y que hoy en día simbolizan un espacio de distribución de contenidos de extremo alcance, teniéndolo en cuenta y analizando los contenidos expuestos en estos medios de comunicación podemos palpar una culturalización a través de las redes sociales, en donde hoy en día los contenidos ahí expuestos son en su mayoría contenidos que siguen romantizando la maternidad como un si fuera un saco que se adaptara a todas las tallas y formas posibles para quedarle a la medida a todas, además de muchas veces darle pie al ideal de la realización de las mujeres a través de la maternidad. Para el algoritmo parece que es igual si queremos maternar o no lo elegimos, parece poner en iguales condiciones el maternar en autonomía que en tribu, igual si es en el campo o la cuidad, igual si es con otra mujer que si es con un hombre machista, la pintan igual para la que tiene estabilidad mental económica y financiera que como para la mujer que no tiene idea que hará el día de mañana, se nos olvida la diversidad y enmarcamos recetas perfectas en donde la madre huele a pastel recién horneado, tiene todo bajo control, cuida de todos en casa y fuera de esta, no se queja de dedicarse a atender a todos de ponerse de último y además se le celebra el sacrificio.

Hablando de redes sociales, actualmente podemos encontrar mas referencias de madres trabajadoras, abriendo brecha en todos los espacios públicos posibles, así como se repite tan constantemente en la actualidad, muestra de ello, gozamos de Gobernadoras y Presidentas, como lo son los casos de este estado y país, sin embargo incluso la misma presidenta, Claudia Sheinbaum ha hablado de la doble labor de las mujeres, incluso desde su experiencia personal comparte como es que aún gobernando una nación sigue ejerciendo labores que hemos atribuido casi exclusivamente a las mujeres, como lo son el cuidado, el hogar y el acompañamiento. Es decir, aún teniendo una socialización del alcance actual de las mujeres en los espacios públicos, se sigue relacionando a la mujer con la maternidad. Encontramos incluso contenidos exclusivos a la crianza y la maternidad, vemos retrocesos importantes como el movimiento “trad wife” y contenidos tradicionales expuestos que idealizan la convivencia y cuidado de las infancias.
Las consecuencias de los filtros con los que observamos a la maternidad nos empañan la vista, nos limitan a imaginar la compañía de seres saludables, nos limitamos a los momentos de gozo y de amor sublime, de la que por supuesto no niego su existencia y sin embargo detrás del filtro olvidamos que el cuidado, la salud y la educación en nuestro país siguen siendo muchas veces privilegios y aún siendo derechos humanos, no son garantía para todas las infancias en todos los espacios ni en todo el territorio, por ejemplo, actualmente no se tiene acceso de salud pública al esquema de vacunación completo para las infancias, hay enfermedades que su cuidado y seguimiento no so atendidos en hospitales públicos y para los cuales se requiere de muchos privilegios para poder gozar del derecho humano a la salud; y si hablamos de educación quitamos otro filtro, ya que la educación especializada es de difícil acceso para todas las personas y si bien es cierto el acceso a la educación para las infancias es cada vez más extenso no podemos negar que el nivel educativo de la educación privada sigue distando mucho del público y por lo tanto tiene consecuencias directas en la formación de las personas; visualizar con filtros las realidades no permite observar los diversos costos, de todo lo relacionadas al cuidado de las infancias, principalmente la garantía de sus derechos básicos, el filtro con el que observamos a las y los llamados “influencers” nos genera panoramas inalcanzables para un gran porcentaje de la población y sin embargo sigue simbolizando muchas veces la realidad aspiracional de muchas personas.
Maternidad en cifras:
Existen muchos datos duros que nos puedes ayudar a cuestionar el mito de la maternidad ideal en México como el aumento del embarazo adolescente ya que aunque las tasas de fecundidad han disminuido en las últimas décadas, todavía se registran 409,000 nacimientos de madres adolescentes anualmente, según el Consejo Nacional de Población; otros datos sin duda podría ser los relacionados a la violencia de género y sus estadísticas en las dinámicas relacionales cuando existen infancias en el núcleo, la carga de trabajo no remunerada para las madres, la doble brecha salarial como mujer y madre, ya que según un estudio del Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) las mujeres, en promedio, ganan aproximadamente 16% menos que los hombres, las madres suelen enfrentar una brecha aún mayor, que puede llegar al 25% en comparación con los padres trabajadores; otros datos sin duda podrían ser los relacionados al impacto del cuidado infantil como lo detalla el Banco Interamericano de Desarrollo en un estudio realizado, que determina que las madres que se dedican al cuidado de los hijos son más propensas a ocupar empleos informales y en consecuencia a recibir salarios mas bajos; algunas de las estadísticas más importantes que no podemos dejar de recalcar son las relacionadas a la maternidad autónoma en México y la falta de cuidado parental, que si bien aún no tenemos datos duros sobre el abandono parental el Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México afirma que en 33 de cada 100 hogares, las mujeres son reconocidas como jefas de la vivienda, además de los datos relacionados al abandono parental, como nos dice el mismo Instituto, que en 47.3% de los casos, el padre abandonó la familia apenas nacieron sus hijos o hijas y el 85.1% dejaron el hogar cuando sus pequeños tenían alrededor de tres años de edad.

Para cerrar:
Es hora de que la sociedad reconozca y valore las múltiples realidades de la maternidad, permitiendo que las mujeres tomen decisiones informadas y empoderadas sobre sus cuerpos y sus vidas. Al abrir conversaciones sobre las diversas realidades que enfrentan las mujeres al maternar, brindamos panoramas más reales y certeros para más mujeres, aportamos con realidad sus elecciones y contrastamos las diversas realidades. Porque maternar no debe ser en soledad, debe ser una decisión, libre, elegida, informada y en colectivo.
¡PERO SI NO LO PARÍ YO!
Criar sin parir: las manos auxiliares también valen como maternidades. Nimbe Martínez
“Tenía unos 12 años cuando mi hermana de 19, me puso en brazos a su bebé: ‘me voy a la universidad, regreso en unas horas’. Desde entonces, crecí desarrollando un perfil de cuidados, amor y conocimientos sobre cómo criar a un humanito recién nacido sin morir en el intento”.
Desde hace unos años, más o menos cuando el trabajo de cuidados comenzó a tomar importancia -pues no es una tarea que debamos dar por hecho que corresponde a las mujeres disponibles de la familia-, empecé pues a cuestionarme si este rol que inicié a ejercer desde muy temprana edad tendría la importancia necesaria para ser nombrado como maternidad.
¡Pero si no lo parí yo!
“Tú que vas a saber de la vida si no has tenido hijos”, ¡ay! si contabilizara cuántas veces me han dicho esa frase, o alguna que minimice cualquier intento por tener una opinión sobre el valor de la vida. El Sistema sí invisibiliza a las personas que cuidamos y reproduce la versión más romántica de mitos como que sólo quien parió o sólo quien gestó, puede decirse que está maternando y que entiende de la vida.
Yo estaba a la mitad de mis estudios de secundaria, iba a la escuela de 7 a 2 o algo así, llegaba a casa, comía y hacía relevos con mi hermana para que ella se fuera al turno vespertino de la universidad, en aquél entonces recuerdo que habíamos instalado una cuna, y cuidar a mi sobrino se convirtió en una actividad de la tarde que hice con la responsabilidad máxima que puede desarrollar una adolescente a esa edad.
Hoy, el feminismo nos permite plantear la reivindicación del trabajo de cuidados no remunerado más allá de la maternidad biológica; hoy feministas como Silvia Federici abren la posibilidad de cuestionar la idea que sostiene que criar también es un acto político, aún más o incluso cuando no se es madre; hoy es el feminismo nos permite reconocer que existen otras formas no tradicionales de vivir, y las hace válidas:
Reclamar el trabajo reproductivo como un terreno de lucha significa desafiar la organización capitalista y patriarcal del trabajo, y abrir la posibilidad de otras formas de comunidad, de crianza y de reproducción de la vida.»
— Silvia Federici, en El patriarcado del salario
Esto es lo que nunca se dice de las maternidades desde la periferia, o de estas labores invisibles, pues podría parecer que se busca restar valor a quien parió, o juzgarle incluso, por decidir salir a superarse, a educarse, porque el objetivo sigue siendo el mismo: prepararse para darle una mejor vida al humanito central de este texto. No se habla tampoco del impacto emocional, del desgaste físico y tampoco del económico que implica asumir esta labor.
En aquél entonces, no sólo se trataba de mi sobrino de sangre, una amiga entrañable de la familia también se había convertido en mamá adolescente, y también estaba teniendo la posibilidad de estudiar y trabajar, así que mi guardería improvisada recibió a otro humanito más; ya había cumplido yo 13 años, y recuerdo que acostaba a los bebés en horizontal en la cuna: se despertaba uno y le daba de comer, terminaba de comer uno y se despertaba el otro para que le cambiara el pañal. Tenía que hacer mi tarea muy temprano en el día, o ya que recogieran a los bebés. Tuve ayuda, casi siempre mi mamá estaba cerca, y también a veces alguien más, sin embargo fue eso, tuve ayuda, a una edad en la que quizás yo pude haber sido la ayuda para una persona adulta.
Desde que recuerdo, estuve ahí para la primera papilla, para la primera pipí sin pañal, para las primeras palabras, para los primeros pasos. Acompañé emocionalmente los llantos de quiero a mi mamá, las frustraciones de quiero ver un rato más la tele, y tomé decisiones con base en lo que me parecía correcto. Construí un vínculo sólido con mi primer sobrino, le he visto crecer y convertirse en una persona adulta responsable, luego estuve en las primeras manejadas de coche, las graduaciones de término de ciclos escolares, los primeros salarios. Sus logros, me hacen muy feliz y definitivamente me siento parte de ellos.
Luego vinieron otros sobrinos y mi participación en sus crianzas ha sido netamente voluntaria, y sin responsabilidad con horarios, y a pesar que les veo crecer de cerca, no se siente como que les he tenido que maternar.
Como sociedad deberíamos cuestionarnos sobre todas las figuras que giran en torno a las crianzas, a todas las formas de cuidados que existen, con el único fin de reconocerles e incluirles.
Necesitamos feminismos que reconozcan todos los actos de cuidado como parte de las crianzas colectivas.
La invitación a tejer redes aquí se vuelve hasta necesaria, maternar en tribu me parece la forma más amorosa de crianza, en muchas culturas originarias y en sociedades históricas, la maternidad era una labor colectiva. El concepto de madre no se restringía exclusivamente a la persona que gestó y parió, sino que se extendía a otras mujeres del entorno: abuelas, tías, hermanas mayores, vecinas. Yo misma viví un tiempo bajo los cuidados de mi abuela, y aunque esa es otra historia para otra edición, nos permite visualizar que lo traemos en los códices: la crianza siempre ha estado repartida entre las mujeres de la tribu, y así se transmiten conocimientos, se reparten responsabilidades, se sostiene emocionalmente a las infancias.
Pienso en mi tía, la hermana de mi madre, cuya presencia marcó mi infancia: no fue mi madre, pero sí una de las mujeres que me cuidó, me enseñó y me sostuvo; su reciente partida dejó un hueco que solo puede entenderse desde el amor compartido de quienes te maternan sin haberte parido.
Reconozcamos a quienes se echan a sus hombros la carga física, económica y emocional que es resultado de la crianza ajena, como otras formas válidas de maternar.
No parí, sí cuidé. No gesté, di mi tiempo, mi cuerpo, mis arrullos, mis cantos. Y esta forma de amar, también es criar.
Mater en ausencia, madres buscadoras
Frida Gaytán
El siglo XXI, el siglo de la hiper tecnología, la era digital, los viajes turísticos al espacio, donde la inteligencia artificial transforma la vida cotidiana, ha traído consigo las formas más modernas de esclavitud, la mercantilización de los cuerpos y una tarea más para las madres: buscar a sus hijas.
Más de 72 mil migrantes han desaparecido desde 2014, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). En México, según datos de la Secretaría de Gobernación y diversas organizaciones, en México hay más de 100 mil desaparecidos. De esas cifras, más del 50% son mujeres, niñas y niños. Los números son brutales y sin embargo, no son reales, son aproximaciones y proyecciones de cifras mucho mayores que no son reportadas.
Tras estas cifras hay historias, vidas rotas y sobre todo, madres que buscan. Ellas, que han transformado el amor en motor de lucha, se enfrentan cada día a un sistema que decide quién merece ser buscado y quién puede desaparecer —sin importar si se trata de desapariciones cometidas por el crimen organizado, por actores estatales o por fuerzas que actúan con su complicidad o negligencia.
Las madres buscadoras son protagonistas de una lucha profundamente feminista, aunque muchas veces no se nombren así. Enfrentan las consecuencias más crudas de un Estado que ha abandonado su función de garante de derechos y, peor aún, se ha convertido en parte del problema. Estas mujeres han aprendido a cavar con sus propias manos, a diferenciar huesos humanos de piedras, a leer peritajes forenses, a interpelar al sistema de justicia, y a soportar el peso de un duelo sin cuerpo ni certeza. Todo esto, sin dejar de cuidar a sus otros hijos, nietos, padres o hermanas. La búsqueda, entonces, se convierte en una extensión del trabajo de cuidados, ese que históricamente ha recaído sobre las mujeres y que sigue sin ser reconocido ni remunerado.
La tarea de buscar no solo es física, también es emocional, política y pericial. Las madres han llenado los vacíos que dejaron las autoridades: identifican restos, exigen justicia, movilizan recursos, interpelan gobiernos, crean redes de solidaridad. En México, Rosario Ibarra de Piedra fue pionera al fundar el Comité ¡Eureka! en 1977, en plena Guerra Sucia, para buscar a su hijo y a miles más desaparecidos por el régimen priista. Hoy existen más de 50 colectivos de madres buscadoras en el país. El 10 de mayo de 2019, Cecliai Flores fundó las Madres Buscadoras de Sonora, una de las agrupaciones más visibles, con más de mil integrantes hoy que buscan a sus hijas, hijos, esposos y a los de todas las demás.
La búsqueda no es exclusiva de México. América Latina tiene una triste tradición de madres buscadoras. Las Abuelas de Plaza de Mayo, con sus pañuelos blancos, enfrentaron a la dictadura argentina y aún hoy buscan a sus nietos robados hace cinco décadas. En Chile, las Mujeres de Calama siguen buscando a sus desaparecidos bajo el régimen de Pinochet. En Colombia, las madres del Valle del Cauca buscan a sus hijos arrebatados por guerrilla, paramilitares, crimen organizado o fuerzas estatales. Todas comparten el dolor de la ausencia y la revictimización institucional.
Pero no es América y las dictaduras, es una ruptura estructural que se refleja en otras regiones del mundo, donde la situación no es distinta. En África, más de 70 mil personas han desaparecido en la última década, 40% de ellas son niñas y niños. En Asia Sudoriental (India, Taiandia, Camboya), más de 30 mil jóvenes han desaparecido en tres años. Incluso en Europa, organizaciones como SOS Desaparecidos en España alzan la voz ante una realidad que se prefiere callar. EstadosUnidos no comparte sus cifras de desaparecidos pero la existencia de organizaciones dedicadas a la búsqueda habla del mismo fenómeno.
El común denominador en todos estos casos es la negligencia estatal, la impunidad y la discriminación. Las madres buscadoras se enfrentan a un sistema de justicia profundamente patriarcal, donde muchas veces son tratadas con desprecio o infantilizadas por operadores jurídicos que desestiman sus denuncias. La falta de conocimiento técnico-legal, sumada a la revictimización, convierte la búsqueda en un laberinto burocrático. Esto, además, incrementa su carga de trabajo y obstaculiza su derecho a la autonomía.
En este contexto, la desaparición forzada se inserta en un sistema más amplio de control y violencia estructural: el capitalismo neoliberal, que ha alcanzado una fase brutalmente depredadora, donde la necropolítica como ideología fundamental se vuelve cada vez más evidente, en un modelo que no es compatible con la vida. La necropolítica organiza la muerte y decide quién vive y quién puede ser desechado. Los cuerpos, sobre todo los de mujeres, migrantes, pobres y racializados, son tratados como mercancía: pueden ser explotados, desechados o invisibilizados. Las madres buscadoras denuncian esta lógica con cada paso que dan en el desierto, con cada grito en una manifestación, con cada excavación que emprenden.
Buscar no es solo una forma de resistencia, es una manera de afirmar la vida ante un sistema que la niega. Es, también, una práctica colectiva del amor más radical porque las madres no solo buscan a sus hijas o hijos, buscan también a los de otras. Saben que cualquier hallazgo puede significar un poco de paz para otra familia y en esa generosidad, que desafía el dolor propio, se revela una potencia política que rebasa cualquier discurso que se esconde en los eufemismos.
Es urgente reconocer el trabajo de las madres buscadoras como parte del trabajo de cuidados: uno no remunerado, emocionalmente extenuante y socialmente imprescindible aunque negado. No basta con “acompañarlas”, hay que transformar las condiciones que hacen posible la desaparición: desmontar la impunidad, reformar el sistema de justicia con perspectiva de género, redistribuir las responsabilidades del cuidado, garantizar recursos para la búsqueda y sobre todo, escuchar sus voces.
Las madres buscadoras no deberían existir pero aquí están, hay que mirarlas de frente, sin romantizarlas ni convertir su dolor en símbolo vacío. Su lucha no es solo por sus hijos e hijas, es por un mundo donde nadie más tenga que buscarlos.
