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COBARDIA

 

Josefina recuerda muy bien haber aceptado la invitación a cenar tacos propuesta por Silvio por mero aburrimiento de su parte. En esta etapa de su vista, la estilista no estaba para tomar decisiones sino para divertirse de vez en vez, cuando se presentaba una oportunidad de salir no a los lugares que a ella se le antojaba sino a los que él escogía sin nunca preguntarle qué se le antojaba comer. Las invitaciones se hicieron más frecuentes y la relación más próxima. Silvio recicló el anillo de compromiso que le había devuelto su novia anterior el día de la ruptura, demostrando así su inigualable voluntad ecologista, de la que por supuesto no tenía que enterar Josefina (de la procedencia de la joya, no de este gran esfuerzo por salvar el medio ambiente que hasta este punto se demostró).

Pasaron varios años vividos por Josefina como un ciclo repetitivo de hastío que ella misma calificaba de miedo por no atreverse a emitir una opinión contraria a la de con quien ahora se encontraba casada.

Viajaron en un silencio preferible a las mentiras – el pretexto perfecto de no sufrir -rumbo a la playa, a bordo de la camioneta de Silvio hasta llegar a la gasolinera en donde fueron rebasados por un vehículo negro muy lujoso. Los últimos momentos convividos juntos en su casa, Afortunadamente alquilada, sonaban a verdades alternativas tan absurdas que si no fuera porque eran reales hubieran resultado cómicas. Silvio se había convertido en aquel mentiroso que, ensartado, no tiene más escapatoria que endosar el papel de víctima con tal de no ser desenmascarado.

En la gasolinera, la pareja se detuvo con la intención de tomar un helado para refrescarse: guanábana para ella y zapote para él. Afuera, la música de la canción Por cobardía competía en intensidad con el calor del termómetro, en total acuerdo con el anunciado por el reporte metrológico matutino. El lugar lucía decorado con botellas de refresco y envolturas de botanas abandonadas por los vacacionistas despreocupados por cuidar de su entorno.

“Por cobardía me fui de ti

Por culpa mía, por egoísmo, ya te perdí

Por cobardía huí de ti…”

En el fondo, Silvio y Josefina sabían que éstas eran sus últimas vacaciones juntos, aunque que no lo querían verbalizar. Si se lo hubieran preguntado al limpiador de parabrisas, quien se estaba percatando del disgusto del uno con el otro, lo hubiera confesado. Sin embargo, reprimió sus palabras e incluso dijo todo lo contrario a lo que pensaba con tal de ganarse una buena propina. Claro, si la mujer hubiera sido su esposa, otra habría sido la historia. “Qué Dios bendiga esta pareja tan enamoradiza!”

Mientras que Josefina seguía disfrutando de su helado mirando la carretera, Silvio estacionó su coche y abordó el vehículo negro en el que lo esperaba Faustina.

Los boletos de avión a Los Cabos nunca fueron considerando a Josefina sino a Faustina, con quien llevaba tiempo envuelto en una relación paralela inconfesa.

El limpiador de parabrisas presenció la escena de huida y sacó ráfagas de fotos como si fuera una fotonovela improvisada. Silvio reportó su coche como robado para recuperarlo e impedir, sin pelear, que su mujer saliera de vacaciones. Lo que no vio Silvio fue que Josefina había sacado su maleta y estaba ahora abordando un taxi sin importar el rumbo que tomarían sus vacaciones o su vida misma a contar de este momento.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM