Estamos de visita en el altiplano potosino. Al entrar a la casa de nuestras anfitrionas, lo primero que veo es la huella que deja una barreta al intentar botar la chapa de la puerta, y sobre su quicio, otro daño similar. Ahí hubo un intento de robo, por lo menos, y lo que lo impidió debió ser la doble chapa de seguridad. Pregunto y me empiezan a contar: hace unos años, en el parque del fraccionamiento, que cubre una manzana, antes bordeada por añejos mezquites, al presidente municipal y seguro a sus asociados inversionistas, se les ocurrió anunciar el proyecto de establecer ahí un cementerio canino, y por supuesto concesionarlo a los mismos cuates del presidente.

Nuestras anfitrionas, un par de mujeres “calzonudas”, como dicen por acá, sin mayores pretensiones, se enfurecieron ante tal noticia, cuyo efecto eliminaría de por vida oportunidades de juego a la chamacada, pues el proyecto original destinaba ese espacio a un parque infantil y juvenil, de esparcimiento público. Bajo tales condiciones les habían ofrecido ese espacio en la compra de su casa, los administradores del fraccionamiento. De inmediato convocaron a sus vecinas y vecinos, visitando sus casas, sin chat electrónico alguno, y pronto ganaron el consenso de defender el espacio y hacer lo necesario para impedir la ocurrencia maliciosa del presidente municipal. Avanzaron en su organización, formularon las peticiones correspondientes al caso y tras varias entrevistas con funcionarios municipales de varios niveles, no lograban convencerlas de abandonar su proyecto que enmascaraba una privatización, de beneficio para unos cuantos y de daño para la totalidad de vecinos.

Finalmente tuvieron la entrevista buscada con el presidente municipal, quien no hizo otra cosa que insistir en “las bondades” de su proyecto, pues “acabaría con ese espacio abandonado, polvoriento, en que algunos jóvenes se emborrachaban tras jugar futbol, haciendo escándalo que molestaba a los moradores del rumbo”. La comitiva, entre quienes se incluían nuestras anfitrionas, no se dejó convencer, y con la visita, tuvo la claridad de que la lucha por defender ese espacio público sería mayor de lo que habían imaginado, y siguieron luchando, ampliando sus gestiones y convocatorias para la acción.

En su ausencia, ocurrió la intentona de asaltar su casa, de ahí las huellas de barreta, acción destinada a amedrentarlas, un par de mujeres adultas sin más interés que defender el espacio público para infantes y jóvenes. La indignación de sus vecinos tomó dimensiones enormes, de gran solidaridad y los ecos dieron lugar a que semanas después, se retractara el proyecto privatizador. Me ha tocado atestiguar los resultados de su accionar ciudadano: tiene años que se habilitó el sitio como parque deportivo para infantes y jóvenes, está abierto 16 horas diarias, cierra a las 11 de la noche, cuenta con alumbrado tanto en la cancha empastada de futbol como en las de basquetbol y volibol, y cuenta con una angosta pista para corredores. Niñas, niños y jóvenes, mujeres y hombres, hacen uso intensivo del espacio público a lo largo de todo el día, gratuitamente, y más que eso, cuidan su espacio, lo dignifican.

¿Cuántas manzanas de nuestro país estaban originalmente destinadas a parques públicos y fueron silenciosamente vendidas, concesionadas, a propósitos privados? Seguro centenas de miles, casi tantas como colonias y fraccionamientos sin ellos, que abundan en nuestras ciudades. La salud física y mental de nuestros infantes, jóvenes y adultos, va de por medio al no tenerlos.

Posible imagen un parque público popular en donde se vean niños jugando