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Es común que, conforme pasa el tiempo, los sucesos históricos se vean invadidos por consejas populares y el aire de leyenda, sobre todo si, como es el caso de Rubén Jaramillo, su asesinato y el de su esposa y sus tres hijos, Enrique, Filemón y Ricardo, este último menor de edad se intentó de maquillar desde las más altas esferas del poder en el México de aquellos años, que aún no son tan lejanos.

La lucha agraria de Rubén Jaramillo representa uno de los capítulos más significativos en la historia de los movimientos campesinos en México durante el siglo XX. Nacido en 1900 en Tlaquiltenango, Morelos, Jaramillo se convirtió en un líder indiscutible para los campesinos que buscaban justicia social y la redistribución de la tierra, asignatura que aún estaba pendiente en la tierra del caudillo agrario de la Revolución Mexicana, Emiliano Zapata, de cuyas fuerzas el joven Jaramillo había sido parte.

Jaramillo se unió a Emiliano Zapata en su lucha por la redistribución de tierras. Tras la muerte de Zapata, Jaramillo continuó con su legado, liderando a los campesinos de Morelos en la exigencia de sus derechos agrarios. Su lucha se caracterizó por un enfoque en la autogestión y la defensa armada de las tierras recuperadas, desafiando tanto a los grandes terratenientes como al gobierno, que a menudo actuaba en complicidad con estos intereses.

Su asesinato el 23 de mayo de 1962, junto con el de su familia, marcó un punto de inflexión en la percepción pública sobre el gobierno y su relación con los movimientos agrarios.

Como se lee en la introducción del libro de Daniel Luna “De zapatista a líder campesino: Rubén Jaramillo y la lucha social en el Morelos posrevolucionario” editado apenas el año pasado “en cierta medida, las luchas jaramillistas —política, social, electoral, guerrillera, urbano-popular— anuncian los conflictos sociales del siglo XX mexicano. Rubén Jaramillo fue perseguido por sus ideas, se le intentó corromper, se le obligó a tomar las armas, se le amnistió para volverlo a acusar de disolución social y finalmente fue asesinado después del indulto presidencial de Adolfo López Mateos. Sus seguidores también fueron hostigados y padecieron la violencia del Estado mexicano”.

La lucha de Jaramillo ayudó a visibilizar las demandas campesinas, tema que se daba por saldado en México con desfiles cada 20 de noviembre. Bajo su liderazgo, los campesinos lograron recuperar tierras y establecer comunidades autosuficientes, lo que demostró que era posible desafiar el statu quo con éxito. Su insistencia en la necesidad de una reforma agraria integral mantuvo viva la agenda agraria en el debate político mexicano, a pesar de la resistencia de los sectores más conservadores.

El movimiento jaramillista también sirvió como inspiración para otros movimientos sociales en México y América Latina. La figura de Jaramillo simbolizaba la lucha por la justicia social y la resistencia frente a la opresión.

Pero, si su lucha fue ejemplar, su muerte caló más hondo aún y lo ha hecho una figura relevante del México del siglo XX, junto a su ídolo Zapata.

La muerte de Jaramillo, mediante una traición que involucró a casi toda su familia y ejecutada por el Estado mismo, demostró lo que se puede hacer desde el poder para intentar mantener las cosas a gusto de algunos aunque se llevaran por delante no solo los ideales de la Revolución sino a todo un sector productivo de la sociedad. Su muerte y la subsecuente forma de operar del gobierno federal para justificar, legitimar y ocultar el multihomicidio, caló hondo en la sociedad mexicana.

No obstante, aunque ya se conoce toda la verdad del caso, la figura de Rubén Jaramillo sigue empañada por los barriles de tinta que se ocuparon en manchar su nombre, su gesta y sus ideales.

Rubén Jaramillo es una figura que debemos rescatar con orgullo y reconocer que su lucha aún no concluye. Y, en todo el proceso, hay muchas otras lecciones que debemos repasar también.