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Una reflexión sobre La aparición del libro

 

Si uno hace una lectura muy superficial de La aparición del libro de Lucien Febvre y Henri-Jean Martin, en gran medida el texto se refiere a fechas, cifras, nombres y datos sobre cómo, cuándo y dónde se configuró la tecnología que hoy conocemos como libro. En apariencia es un texto historiográfico inofensivo, sin embargo, si uno presta atención, a lo largo de sus cinco capítulos, Febvre y Martin, logran reescribir la manera en cómo se piensa la historia del libro, principalmente a partir de la desmitificación de lo que la imprenta significó para la aparición del libro y sus componentes; y la relación del libro con su antecedente, el manuscrito.

Existe una extraña fascinación o mejor dicho, una neurosis de querer atribuirle los inventos a los individuos. Nos gusta creer en la idea del hombre-genio, hombre inventor que redirige el curso del mundo con sus artefactos y máquinas. Desde Da Vinci, pasando por Gutenberg, hasta Thomas Alva Edison, Alexander Graham Bell o los hermanos Lumiere, cada uno de estos hombres carga injustamente sobre sus hombros con un invento. En el ámbito editorial constantemente se habla del peso que tuvo la imprenta de Gutenberg en términos culturales. De hecho, se piensa que el libro nace con la imprenta, por lo tanto, sobre el libro recae la paternidad de Gutenberg. Lo cierto es que ni Gutenberg (sólo como un individuo-genio-inventor) inventó la imprenta, ni el libro nace con dicho avance tecnológico. ¿Quién inventó el libro y la imprenta, entonces? Existen un gran número de casos de tecnologías que se desarrollaron o se inventaron de manera paralela y simultánea en dos lugares distintos por personajes diferentes. En realidad, podríamos decir que la imprenta (y cualquier otro invento) es un avance o el perfeccionamiento de una serie de técnicas propias de su contexto. Lo que sucede normalmente en la historia de la técnica es que se unen distintas máquinas o se aplican las tecnologías de dichas máquinas preexistentes a nuevos oficios. No olvidemos que gran parte de la tecnología que se utilizó para la imprenta ya existía en otras industrias, por ejemplo, el tórculo, ya se usaba en las artes gráficas y en la elaboración de estampas o el tornillo o prensa que era usado en el rubro vinícola o incluso el molino de trigo que se convirtió en una pieza fundamental en la fabricación de papel.

¿Cuál es entonces la verdadera revolución en la configuración del libro que antecede a la imprenta? Según la investigación de estos dos historiadores franceses de la escuela los Annales, es el papel. Para Febvre y Martin el invento del papel es la verdadera tecnología que posibilita que siglos después la imprenta funcione como una máquina de producción masiva de textos y que a partir de ahí confluyan las condiciones que terminarían por configurar el objeto del libro como diría Chartier “tal como nosotros lo conocemos, con sus cuadernos, sus hojas, sus páginas” (Chartier, 259). Para Febvre y Martin:

¿De qué hubiera servido contar con plancha de imprimir o composiciones constituidos por caracteres móviles si sólo se disponía para recibir la impresión de pieles en las que penetraba difícilmente la tinta y de las cuales solo algunas —las más raras y costosas, las de vitela, es decir la piel de ternera muerta al nacer— eran suficientemente planas y ligeras para hacer fácilmente sometidos a la acción de la prensa? La invención de la imprenta habría resultado inoperante si un nuevo soporte del pensamiento, el papel […] (Febvre y Martin, 2)

Y es verdad que sin el papel, no se habría modificado la manera en cómo se producían los manuscritos, ni hubiera proliferado la escritura y la lectura de la forma en cómo crecieron en los siglos posteriores. A lo anterior entonces, habría que sumarle lo que propone Chartier en su texto “Del códice a la pantalla: las trayectorias de lo escrito”, al aseverar que además de la imprenta habría que atender a tres distintas revoluciones que cambiaron la forma de leer y de producir textos: la revolución técnica, la revolución de la lectura (de voz en alta a voz baja) y la de los soportes. La que nos ocupa en este momento, la de la imprenta:

Hoy en día, reconocemos los límites de esta primera revolución. En principio queda claro que, en sus estructuras esenciales, el libro no se modificó por la invención de Gutenberg. Por lo menos hasta cerca de 1500, el libro impreso sigue dependiendo en gran medida del manuscrito: imita su compaginación, su escritura y su apariencia. Antes y después de Gutenberg, el libro es un objeto compuesto de hojas dobladas y reunidas en cuadernos que se amarran unos con otros (es decir, un códice o codex). En ese sentido, la revolución de la imprenta no es en absoluto una aparición del libro. (Chartier, 259)

Al igual que Chartier, en La aparición del libro se aborda precisamente esta noción de que las estructuras principales del libro no se lograron con la invención de la imprenta sino que en gran medida o bien ya tenían siglos en desarrollo o bien se concluyeron mucho tiempo después. Por ejemplo, bien documentadas están las impresiones de textos que seguían la misma lógica que los manuscritos o que emulaban incluso su escritura. De hecho, los denominados incunables están mucho más cerca de la cultura del manuscrito que de la lógica del codex:

Es necesario dejar constancia de una observación: los primeros incunables tienen exactamente el mismo aspecto que los manuscritos. […] Tan es así que un profano debe examinar atentamente una hora para decidir si se trata de un impreso o una copia hecha a mano. (Chartier, 71)

Un proceso muy similar ha tenido la lógica del electrónico, ya que la digitalidad de cierta manera emula y mimetiza las formas tradicionales del libro. El futuro de manera irónica siempre se ha construido mirando al pasado.