Mis dos películas favoritas de 2023

(Parte I)

 

Este 2023 vi dos películas que tocaron mi corazón de distintas maneras, algo que se ha convertido en una tarea difícil de obtener en una industria que cada vez más se ha enfocado en crear películas autocomplacientes, autorreferenciales, hipérboles de vacío y superficialidad. No sé cuántas veces fui al cine o vi una película en alguna plataforma de streaming sin ningún ápice de afectación, sin conmoverme. Son filmes que he olvidado ya. Uno de mis discursos favoritos de Mircea Cărtărescu, en el que habla sobre el edificio de la literatura, me sirve para pensar nuestra relación con las películas y su valor sentimental. En el texto dice:

El edificio de la literatura hacia el que nosotros, las gentes del libro, nos dirigimos desde todas partes, desde todas las épocas, desde todos los pliegues de la historia, se alza sobre un gigantesco amasijo de escombros. Es la montaña de los libros mediocres, perdidos en la anomia y, sin embargo, importantes, porque son ellos los que elevan y hacen visible el santuario. Son libros escritos por dinero, leídos por voyeurismo […] Constituyen el noventa y nueve por ciento de los libros del mundo.

Lo mismo podría aplicarse para el séptimo arte. La gigantesca construcción del cine, cuyo santuario se yergue sobre un montículo de basura, películas que se han filmado para ganar dinero, para vender juguetes y playeras. El desperdicio que se vuelve necesario para sostener a las películas-construcciones sólidas e indestructibles.

En el primer piso, dice Cărtărescu, “fue construido por profesionales para los que la escritura es un oficio. Por hábiles cerrajeros, herreros, carpinteros, hojalateros y torneros de la escritura”. Ahí también están los profesionales del oficio fílmico: matemáticos, ingenieros, artesanos del cine. Pero más arriba en los siguientes pisos:

La parte del oficio y la del arte, se entrelazan en diferentes proporciones en la mayoría de los escritores verdaderos, los que honran su vocación. Pero hay un piso más por encima de ellos, un escalón de una altura abrumadora, insalvable para la mayoría. Para llegar a la cumbre de la catedral de la literatura, hasta el campanario más alto, no hay vía de acceso. Tienes que haber nacido allí.

En esa altura reside Aki Kaurismäki, el cineasta finlandés poseedor de un atípico optimismo, que contagia la mirada de ternura y esperanza. Su cine, es un cine de alguien que sabe escarbar en la cruda realidad para encontrar belleza y honestidad. Kaurismäki filma con un estilo que hoy, en la era de la pantalla verde, parece estar condenado a la extinción: filma rostros, gestos, espacios descarnados pero nunca desprovistos de humor, gentileza y complejidad. Es un cineasta de paciencia y silencio. Sus encuadres, el uso de la iluminación, la puesta en escena, la dirección actoral, el uso de la música, cada elemento está plasmado desde el corazón.

En mayo de 2023 estrenó su más reciente película en el Festival de Cine de Cannes. Fallen Leaves (título que hace referencia a un verso de la canción “Les feuilles mortes” de Joseph Kosma y Jacques Prévert). Se trata del último filme de su llamada saga proletaria, que está conformada también por Shadows in Paradise (1986), Ariel (1988) y The Girl from the Match Factory (1990).

Como en todas sus películas, Kaurismäki inventa un mundo propio en el que a través del humor refleja la convivencia cotidiana de la miseria, la resistencia, el amor, los actos de liberación momentánea y las luchas de la clase proletaria (otro elemento que parece estar en peligro de extinción) en su inmediatez. En Fallen Leaves habitan personajes exiliados, marginados, malhumorados o decididamente ridículos (muchos de sus personajes o de los percances que sufren están influenciados por Buster Keaton y Charles Chaplin). Estos son personajes que la sociedad les atribuye el rol de perdedor/a, vidas que difícilmente nos interesan, aunque en el fondo son nuestras propias vidas. A través de sus películas, Kaurismäki consigue mostrarnos las pequeñas victorias cotidianas de hombres y mujeres que son capaces de tejer lazos de encuentro y solidaridad insospechados. En su obra vislumbramos la posibilidad del amor, cuya belleza es tristemente desconocida para el capitalismo.