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María de Jesús Ordóñez Díaz*

De acuerdo con Eliade (1978), hace unos 15,000 años; cinco mil años antes de la creación de la agricultura, los grupos humanos de cazadores recolectores ya observaban la bóveda celeste.  Podemos imaginar el espectáculo que miraban en noches brillantes, libres de nubes o de contaminación lumínica. Los seres humanos del paleolítico aprendieron a observar, analizar y memorizar los cambios en el ciclo lunar, en el movimiento de los astros, a relacionarlos con la medición del tiempo, el día, la noche, el cambio de estaciones y vincularon esos cambios con la floración y la fructificación de las especies de plantas y animales de las cuales se alimentaban y obtenían diversos satisfactores; fueron eventos importantes, esperados, ya que marcaron épocas específicas del año y las condiciones ambientales que prevalecieron durante dichos periodos. 

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Desde las mitologías arcaicas la luna ha jugado un papel sumamente importante ya que el simbolismo lunar integró en un único sistema de medición del tiempo, realidades tan diversas como los ciclos reproductivos de la mujer, los ciclos de ascenso y descenso de las mareas, las épocas de lluvia, los ciclos de crecimiento, floración y fructificación de la vegetación, el simbolismo de renacimiento o vida eterna de la serpiente, los periodos de fecundidad de los seres vivos, la muerte, el renacer, etc. (Eliade, 1978). 

Las evidencias arqueológicas han mostrado que desde “el Paleolítico superior, se registró un sistema simbólico de notación de tiempo, basado en la observación de las fases lunares, lo cual permite suponer que ciertas ceremonias estacionales o periódicas se fijaban con mucha antelación… Este sistema de notación se ha mantenido durante más de 25,000 años. Según Marshak, la escritura aritmética y el calendario propiamente dicho, que aparecen en las primeras civilizaciones, se remiten probablemente al simbolismo que impregna el “sistema” de notación utilizado durante el paleolítico basado en la gran capacidad de los paleolíticos para observar y reproducir las fases de la vida vegetal” (Eliade, 1978). 

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Los primeros pobladores del continente americano, cazadores recolectores del Paleolítico manejaban tecnologías y habilidades básicas para hacer fuego, partir cosas, encontrar alimentos, refugio y vestido; sabían hacer herramientas como los cuchillos de lascas de roca, así como lanzas y proyectiles hechos de huesos; utilizaron piedras para moler semillas y raíces; tejían canastos, mantas, bolsas y sandalias (MacNeish, 1967; Eliade, 1978). El alimento se recolectaba estacionalmente. En la primavera recorrían grandes extensiones para reunir la comida necesaria para alimentar a las familias, en el verano la comida abundaba, permitiendo la cosecha y tal vez almacenamiento de algunas nueces para alimentar a la comunidad. En otoño las familias se dispersaban para colectar los frutos maduros. 

El manejo de las plantas se dio mucho antes que la domesticación. Los grupos nómadas de cazadores recolectores cosecharon los frutos y nueces que encontraron en su camino y los transportaron a diversas regiones.

En México se han encontrado vestigios de domesticación y cultivo de varias especies con una antigüedad de entre 10,000 a 12,000 años. Los cazadores recolectores observaron, exploraron y recolectaron especies, las intervinieron llegaron a conocer sus ambientes, requerimientos y procesos ecológicos que les permitió su cultivo y domesticación (Carrillo Trueba, 2009). Con el desarrollo de la agricultura, los cambios estacionales que ya conocían los relacionaron con las épocas de siembra, cuidado y cosecha de los alimentos. Es probable que también aplicaran los conocimientos adquiridos con la observación de las condiciones ambientales para predecir el mejor momento para la siembra. La disponibilidad de agua varía a lo largo del año y entre años. Para los mayas, el tiempo era una secuencia de eventos que como en una sucesiva espiral, repetía eventos cíclicos, de tal manera que, a los años lluviosos, les seguían periodos de sequía, incendios y hambrunas.  

Las cabañuelas es un sistema de observación del tiempo que recibe ese nombre tanto en España como en América, de acuerdo con algunos autores tiene su origen en la antigua Babilonia y el nombre se adoptó en América con la llegada de los castellanos. Durante la conquista, se implantó el idioma castellano, se cambió el calendario mesoamericano que constaba de 18 meses de 20 días, al calendario gregoriano de 12 meses; lo más probable es que se combinaran las observaciones que conocían los españoles, con las observaciones de los pueblos originarios de América. 

Hasta la fecha, en asentamientos rurales de México se mantiene la tradición de observar las condiciones ambientales para predecir la mejor fecha para la siembra y el manejo de las plantas.  

Entre los mayas se le conoce como Xoh K´in que en español se puede traducir como la cuenta de los días. Antiguamente los sacerdotes, médicos mayas eran las personas encargadas de leer el estado del tiempo, práctica que se realiza en el mes de enero. Estas personas realizaban una observación detallada de varios elementos del ambiente, tales como: salida de la luna, las estrellas, hora del amanecer, presencia o ausencia de nubes, humedad en forma de rocío, lluvia o nubosidad. Del uno al doce de enero cada día representa a uno de los doce meses del año; es decir el día uno representa a enero y así hasta el doce que corresponde a diciembre. A partir del día trece, la cuenta se invierte, el día trece corresponde a diciembre y el 24 a enero. Del día 25 al 30, la cuenta cambia nuevamente, cada día representa dos meses. El día inicia a partir de las cero horas del 25 de enero y corresponde a enero, y a partir de las doce del día, comienza el mes de febrero, de tal manera que cada día contabiliza dos meses del año. Como el mes de enero tiene 31 días, el día 31 cambia la forma de observar el tiempo, cada hora representa un mes, de tal forma que a medio día representa diciembre y nuevamente se inicia el registro de enero hasta a las doce de la noche, que corresponde al mes de diciembre. 

El primer día de febrero se reunían todas las observaciones y se formaba el calendario anual, resultado de las cuatro observaciones realizadas en enero, para predecir el comportamiento integrado de todas las variables ambientales observadas para cada mes. Con todas estas observaciones seconstruía el calendario agrícola a seguir para saber la fecha de la siembra y pronosticar con antelación el comportamiento de la lluvia para elegir las semillas a usar; las de crecimiento largo, adecuadas para un buen temporal o las semillas de crecimiento corto que toleran el mal temporal o incluso si la sequía llegaría con el hambre que ello representaba. 

De acuerdo con algunos agricultores tradicionales, la observación se iniciaba a las cero horas del primer día de enero, para anotar la hora exacta de la salida de la luna, las estrellas, del sol, su coloración, la presencia de rocío, nubes o lluvia, la intensidad de los vientos, la presencia o ausencia de otros indicadores como anfibios, reptiles, insectos, aves o mamíferos cuyo comportamiento les ayudaba a construir una predicción más acertada. 

En 1827 el impresor y editor Manuel Murguía y Romero, publicó la primera edición del Calendario de Galván, almanaque que informa sobre los fenómenos astronómicos del nuevo año tales como hora del amanecer y del crepúsculo, la fecha y hora del cambio de estación, todo ello ligado con el ciclo de la luna, que marcaba las fechas de luna creciente, luna llena, luna menguante y luna nueva; información altamente valorada por los agricultores tradicionales que se guiaban con estos datos para saber el momento más propicio para realizar la siembra de las semillas y garantizar una buena cosecha. Hasta la fecha este calendario se sigue publicando, incluye el santoral de cada día, el movimiento de los astros en la bóveda celeste, fenómenos astronómicos sobresalientes, eras y ciclos cronológicos, así como la entrada de cada estación y las fechas exactas de la semana santa. En 2026 esta obra cumplirá 200 años de publicación ininterrumpida. 

Se cuenta que los agricultores más experimentados utilizaban la carta de la bóveda celeste publicada en este almanaque, como un oráculo. La carta se extendía en el suelo y sobre ella se tiraban granos de maíz para complementar las observaciones realizadas durante el mes de enero, con la posición de las estrellas y los astros. 

Con el creciente abandono del campo mexicano, no se da la trasmisión de estos conocimientos ya que los hijos migran a las ciudades y con la muerte de los conocedores del tiempo, mueren estos saberes. Algunas reminiscencias quedan, como el momento más adecuado para cortar leña o el cabello, se dice que si se quiere tener leña bien seca debe cortarse en luna menguante, momento en el que el agua desciende; en cambio si se quiere sembrar o trasplantar una planta, esto debe realizarse en luna creciente porque tendrá mayor disponibilidad de agua y la semilla germinará y la planta trasplantada crecerá, al igual que el cabello, para que crezca debe cortarse en luna creciente ya que si se corta en luna menguante, su crecimiento será muy lento. 

*Investigadora del CRIM-UNAM en Morelos

La Jornada Morelos

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