“MÁS PRONTO CAE UN HABLADOR…”
Aunque la canela no es una subsistencia popular ni estrictamente un producto básico, sí lo es de consumo generalizado en nuestro país. Valga decir que México es de los principales consumidores de esa especia en el mundo, misma que, de excelente calidad, sólo es producida en Sry Lanka (antes Ceylán). La producción de esa isla asiática es de unas quince mil toneladas anuales y un tercio de ella se exporta para las necesidades mexicanas; los otros dos tercios se reparten entre la repostería, sobre todo del llamado primer mundo. Lo que explica nuestro extraordinario consumo no son los pasteles ni los postres ni los guisados (muchos llevan canela, como el entomatado verde de res), sino los tés: si el niño se mojó, la abuela le receta un té de canela, si al señor le duele la espalda, la esposa le da un té de canela, si la embarazada está decaída, su mamá le hace un té de canela; para todo lo usa el pueblo.
Como el precio al menudeo de la canela en México se eleva varias veces sobre el de Ceylán, por la intermediación de los importadores mayoristas, el presidente Echeverría decidió que Conasupo controlara esas compras en el exterior. Así tuve la suerte de ir cinco años seguidos a ese país insular, al sur de la India, para realizar operaciones de gobierno a gobierno, pues allá también había un control oficial de ese mercado.
Mi contraparte cingalesa era el agradable Suma Navaratman, quien siempre me agasajaba en Colombo con invitaciones a comer. Una de ellas fue en su casa, donde su esposa me prepararía un curry de jaibas gigantes. Suma me consultó previamente qué tan picante me gustaría, y yo, con ridícula autosuficiencia de macho mexicano, le dije que en nuestro país comíamos mucho chile, que hicieran el curry como ellos lo acostumbraran. El platillo estuvo tan exquisito como picoso, y era terrible, pues no podía dejar de comerlo, así de bueno estaba. Me debo haber comido unas siete grandes jaibas.
Nunca me he arrepentido tanto, pues se me arruinó el viaje, cuando menos en su parte gastronómica (que es una de las que más me interesan). La semana restante me la pasé a base de yugurts y kaopectate, con el estómago destrozado, durante mi regreso a México vía Bombay y Hong Kong. Escasamente comí esos siete días rebanadas de jamón, arroz al vapor, pan y verduras cocidas.
Valga apuntar que casi todos los chiles que hoy se consumen en el mundo son de origen mexicano, a excepción de algunas pocas variedades de chiles arbóreos amazónicas. La paprika húngara y el pimentón español (que son lo mismo), los pimientos morrones del Mediterráneo (desde España hasta Grecia), los chiles que usan los chinos en Szechuán y los de los currys de la India, Sri Lanka y la península indochina, todos ellos y más son capsicum originalmente mexicanos, lo que quiere decir que a aquellos países llegaron a partir del siglo XVI. (Basta leer la tesis doctoral de Janet Long Solís publicada bajo el título de Capsicum y cultura). Debe recordarse que Colón descubrió América por casualidad, buscando un camino corto desde Europa hacia La Especiería, o sea el Lejano Oriente; como lo que encontró fue el chile en lugar de las especias, nuestro fruto e icono nacional tuvo de inmediato una gran difusión en el Viejo Mundo y hasta Asia llegó, por la Nao de China o Galeón de Manila. Tengamos presente que, en dosis suficiente, la pimienta tiene cierto picor que recuerda al chile.
Por ello, al chile se le dice en inglés pepper, igual que a la pimienta, aunque esas plantas no tienen ningún parentesco entre sí. Pepper y paprika -y ambas palabras en algunos otros idiomas- provienen del latín piper «pimienta», ésta del griego piperi (probablemente a través del persa), antes del indio pippari y ésta, a su vez, del sánscrito pippali.
En México, el chile es un ícono, por eso aquello de que alguien es más mexicano que el chile. Este fruto ha dado lugar a muchos refranes, expresiones y albures. Cuando alguien hace algo por casualidad, de chiripa, como el burro que tocó la flauta, se dice que lo hizo de puro chile, por suerte. Pero cuando algo ¡está al puro chile! es que salió perfecto. Por su parte, hablar al chilazo quiere decir hablar directo, sin rodeos, sin consideraciones. Otra cosa es hacer algo al chilazo, al trancazo; esto es con poco cuidado, a las carreras, mal hecho, al aventón. Como se ve, las variadas y hasta contradictorias semánticas del chile recuerdan el caso de chingar, chingón, de la chingada, chingado, chingadera, etc.
¿Y yo, qué chiles pelo en esto?: así se le pregunta a quien nos quiere inmiscuir en algo que no es de nuestra incumbencia. ¿Y yo, qué pitos toco?, también suele decirse.
De chile, de dulce y de manteca se refiere a tres sabores clásicos de tamales y se aplica cuando en una reunión la concurrencia es heterogénea, hay de todo. ¡Ya no hay clases!, protestaría un invitado pretensioso.
¡Ahora es cuando, chile verde, le has de dar sabor al caldo! Es decir: llegó el momento indicado, preciso, recomendable, oportuno. Ciertamente, a muchos caldos no se les pone el chile desde el principio, pues pueden picar en demasía; mucho mejor es ponerlo antes del hervor final, para que suelte sólo algo de su picor.
Por supuesto que la morfología del chile se presta al doble sentido y el ingenioso pueblo mexicano puede llegar a la majadería. (¿En qué se parece la mujer al jitomate?… en que ambos le quitan fuerza al chile. O bien: No es lo mismo papas en chile, que chile empapas. Con perdón de nuestros lectores, pero la paremiología es una disciplina seria).