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Hemos mencionado en distintas oportunidades cómo de la mano de una economía social consolidada institucionalmente, por lo general bajo las formas más conocidas de cooperativas, emerge en nuestros territorios, cada vez con más fuerza y representatividad, una economía social mucho más vinculada a lo que es común mal llamar “informal”, cuando se trata en realidad de una manera de trabajar y reproducir su propia existencia, a través de prácticas económicas cuyo denominador común es lo comunitario, asociativo y solidario, prácticas, por otra parte, que aunque llamemos emergentes son ya ancestrales en las comunidades.

Se trata de una infinidad de prácticas entre pequeños productores de la economía popular, la agricultura familiar y movimientos campesinos, nuevas formas de comercialización solidaria, tales como ferias francas, mercados y comercializadoras de la ESS, comercio justo y redes de consumo responsable, iniciativas de finanzas solidarias y expansión del microcrédito, diversas formas de empresas sociales o comunitarias de inserción social, provisión de servicios, hábitat, cuidado ambiental, reciclado, etc. Delimitarlas y visibilizarlas enriquece las formas instituidas más clásicas de la economía social. Y nos permite, al Nodes Morelos Solidario y Cooperativo, trabajar en el territorio con colectivos de personas que necesitan vincularse con otros actores, como la universidad y el sector público.

En este sentido, ¿qué podemos hacer desde las universidades con las experiencias de la economía solidaria? Una tarea indiscutible consiste en potenciar las capacidades de las personas que llevan adelante estas iniciativas en los territorios. Pasa por impulsar a través de acciones vinculadas con estrategias socioeconómicas, organizativas y científico-técnicas en clave de desarrollo territorial. Este trabajo es central para las universidades y las distintas facultades que cuentan con los instrumentos y el personal necesario para colaborar desde un abordaje académico, y en tal sentido creemos esencial que las universidades públicas colaboremos desde un abordaje académico territorial.

Sin embargo, este proceso está sujeto a veces a las tensiones de un ambiente desconfiado de las propuestas que llegan desde afuera y de otros actores que no pertenecen a la comunidad. Se dificulta en muchas ocasiones la tarea, cuando en nombre de los saberes tradicionales, muy importantes y valiosos por cierto, se desacredita la investigación y los conocimientos más codificados de las instituciones formales como las universidades y centros de investigación.

Esta disputa sobre las responsabilidades diferenciadas entre academia y actores en los territorios implica una operacionalidad de trabajo con nuevos instrumentos pedagógicos de vinculación, ya que no deben existir diferencias sustantivas cuando lo que se pretende es alcanzar la difusión y aplicación de innovaciones orientadas a resolver problemáticas específicas en el territorio y en las personas que habitan estos lugares.

Avanzar en esta dirección requiere de una dosis de creatividad y de evitar la tentación de simplemente retirarse de prácticas y acciones de cooperación y encerrarse en claustros académicos que sólo reditúan méritos individuales.

Por otra parte, las organizaciones sociales deben evitar la autorreferencialidad y la desconfianza hacia los demás actores interesados en un cambio alternativo. Esta dinámica cooperativa y colectiva rendirá más frutos que el simple descrédito por algunos miembros comunitarios o la superioridad de ciertos académicos.

*Integrante del NODESS Morelos Solidario y Cooperativo.

c.girardo@hotmail.com