Una de las noticias más importantes de los últimos días en el país es la inauguración de un tramo del llamado “Tren Maya”. Ciertamente, el sureste del país es una región especialmente abandonada y urgen políticas públicas que solucionen el problema.

Ahora bien, me parece un debate totalmente válido discutir si el tren es el mejor camino, o siquiera uno bueno. Muchas de las discusiones al respecto se centran en el impacto ambiental de la obra; se trata de un tema importante, pero no es el único. Otro aspecto igual de relevante (de hecho, entrelazado con el anterior) es el planteamiento que asegura que el tren sigue un modelo tradicional de desarrollo, es decir, uno que parte de un supuesto sencillo y concreto: a mayor inversión —pública y privada— mayor calidad de vida de las personas. La fórmula no es totalmente incorrecta, pero es igual o más importante poner atención en quién invierte y en busca de qué resultados.

En los dos seminarios de titulación del doctorado en estudios del desarrollo del Instituto Mora de los que formé parte, la Dra. Mónica Toussaint señalaba que vale la pena preguntarnos “desarrollo ¿para quién?”, lo cual visualiza nuevas posibilidades de análisis. Creo que también podríamos agregar “¿según quién?”, ya que el desarrollo no es una idea que se explique por sí misma o que no requiera mayor definición (como tantas otras fundamentales de nuestra contemporaneidad: democracia, justicia, libertad, entre otras). Es relativamente fácil encontrar propuestas diferentes (incluso opuestas) que aseguran tener por objetivo incentivar el “desarrollo” de ciertos grupos o regiones. Además, no todas y todos tenemos la misma idea sobre qué sería calidad de vida, ni cuáles serían las mejores formas de alcanzarla.

En más de una ocasión, el desarrollo ha sido asimilado como crecimiento económico; se mantiene que hay que dar libertad para que las y los inversionistas (sobre todo privados) realicen sus acciones y que, en consecuencia, habrá más actividades económicas y más trabajo. Desde esta perspectiva (que podríamos llamar “la visión liberal del desarrollo”), construir ese contexto es lo más importante y, si se consigue, se creará un efecto en cadena que mejorará las condiciones de las mayorías (esta visión no da un lugar central en sus teorizaciones a aquellas y aquellos que no son beneficiados con ese contexto o, incluso, se ven afectados).

Hay dos escuelas dentro de los estudios del desarrollo que critican frontalmente esta perspectiva: el posdesarrollo y el antidesarrollo. Estas escuelas ponen en entredicho que crear sociedades “desarrolladas” sea el único camino deseable o posible. Se discute de manera crítica la división tradición-atraso/modernidad-progreso para presentar un panorama más complejo donde se abre la discusión sobre, nuevamente, “atraso” y “progreso” para quién y según quién.

Sin inscribirme de lleno a estas escuelas, creo que tienen postulados que vale la pena reflexionar. Por ejemplo, me gustan sus análisis históricos donde se estudian los procesos que hicieron posible que el concepto de desarrollo se volviera una herramienta dominante para interpretar políticas públicas. Así queda claro que se trata de una construcción relativamente reciente: data del fin de la segunda guerra mundial. También queda claro que se trató de una forma —exitosa— de justificar el capitalismo de la segunda posguerra. Acepto que el resultado de ese proceso es un debate abierto, pero para quienes somos de izquierda “radical” o antisistema, la respuesta es clara y no es necesario mencionarla (en otro espacio pudiera desarrollar un poco este punto).

Ahora bien, dejo apuntadas algunas de mis conclusiones sobre la idea de desarrollo: me parece que es positivo que haya políticas públicas que específicamente busquen, por lo menos, reducir desigualdades y acabar con la pobreza. No trato de defender una postura necesariamente antidesarrollista, pero sí una que siga lo que podríamos llamar estudios críticos del desarrollo. Una que, por ejemplo, crea que es benéfico usar la razón y confiar en la ciencia para diseñar políticas públicas, pero que no parta del supuesto de que, para ello, siempre es necesario transformar radicalmente los espacios (tanto en términos sociales como medioambientales).

En mi siguiente entrega trataré de dar algunos ejemplos concretos sobre cómo abordaría esta escuela el tema con el que inicié estas líneas: el llamado “Tren Maya”.

*Profesor de Tiempo Completo en El Colegio de Morelos. Doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora.