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El cronista se podría pasar escuchando todo el día las inusitadas cátedras de don U, siempre y cuando éste no deje de verter, mediante los caminos más peregrinos, acusaciones contra Octavio Paz y sus “pacitos”. Uno puede estar hablando del clima con él y de pronto algo —las nubes, un mosquito, las piedras y el sol— le recuerdan que ha llegado la hora de vapulear al Nobel.

Por lo general, los ataques son de corte formal: según don U, Paz simplemente era un holgazán para los quiebres sintácticos, las elipsis y hasta para las conjugaciones y adjetivaciones, es decir, un patán con veleidades de poeta, de ensayista y (¡pacabar deamolarla!) de traductor que, tal cual se ve, no conocía bien su lengua ni, por tanto, ninguna otra.

Pero lo peor de todo no es eso (porque los autodesignados poetas mexicanos, a fin de cuentas, según don U, no pasan de ser unos mafiosos buenos para nada, excepto cuando se trata de postular a becas); lo peor es que Paz tenga imitadores, discípulos y protectores, aquella larga estela compuesta por los funcionarios de la poesía mexicana, esto es, los “pacitos”. En cuanto a esto, Piglia decía algo que al Antipaz podría interesarle: “Todos hacían de cuenta que lo oían porque era un poeta, pero en realidad es obvio que Paz no fue otra cosa que un periodista, sobre todo eso, un gran periodista, un excelente divulgador de teorías y de hipótesis que entendía mal y transmitía bien.”

Punzadas de ese estilo parecen salidas de algún personaje realvisceralista de Los detectives salvajes o del mismo Roberto Bolaño (“los Octavio Paz de bolsillo, los cerdos fríos, ábside / O rasguño en el Gran Edificio del Poder”), pero si uno menciona a los de la vereda opuesta a Paz, don U se ríe a carcajadas de esa “bola de esperpentos mariguanos” tan infames como sus padres no reconocidos: los estridentistas.

Pero dejemos a Bolaño tranquilo por un rato; ya tuvimos demasiado este año con tanta exposición y tanta playera, tantos coloquios, tesis, libritos y librotes en torno a su figura. Porque para el Antipaz no hay caso; no hay caso ni con los amotinados ni con los seudoconceptuales ni con los horrorosos Contemporáneos Villaurrutia, Owen, Gorostiza, Cuesta, Novo y Pellicer, esos “señoritos”, esos “poetastros”, esas “chinas poblanas” del montón, como los llama gentilmente, demostrando no estar al tanto de la corrección política contemporánea. Y si uno se retrotrae hasta López Velarde, bueno, don U simplemente toma sus chivas y se va.

En resumen, la pregunta es: ¿le gustará algún poeta mexicano a don U? Es más: ¿le gustará algún poeta? Y todavía: ¿le merecerá algún respeto la literatura? Hasta el cierre de esta edición no se ha tenido noticia de ello.

Una persona sentada en un sofá

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Foto: Martín Cinzano