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Alma Karla Sandoval

Ucronía para el estado de las cosas II

Lo de hoy es hacer memoria, trabajar colectivamente en su genuina construcción dándoles eco a las voces que han sido silenciadas para dejar huella, rastros y testimonios que sigan leyéndose. Los feminismos aportan esas cartografías para no perdernos, de ahí que incomoden; sus cartas esféricas permiten navegar tierra adentro desde la paradoja o la ucronía que señala los cielos de la libertad, de posibles respuestas y acciones muy potentes en el aquí, en el ahora, más allá de los gritos en las marchas o los disciplinados actos gubernamentales donde se habla de nuestra emancipación.

No hay puertos seguros porque probablemente ya no existan. Por ende, apuesto por las olas del feminismo, por esta cuarta vez mirando los fuegos de San Telmo de la historia, por las jóvenes que reaccionan frente a la amenaza de más y más olvido con denuncias valientes, con su presencia sumada acuerpando, salvándose de su propia destrucción en lo más privado del abuso.

En enero de este año, en una secundaria técnica de Yautepec, luego de una charla sobre el tema, varias estudiantes de entre doce y quince años, tomaron el micrófono para revelar la violencia sexual que han padecido en casa, en su colonia. Son los abuelos, los padres, los hermanos, los tíos, los primos, los amigos, los compadres quienes aparecen repetidamente en esas historias perpetrando delitos donde el cuerpo de las menores se mancilla. Luego no nos escandalicemos frente a los altos porcentajes de embarazo adolescente en Morelos. Eso está ocurriendo ante nuestros ojos. No sé si “como era en un principio, ahora y siempre…”, pero sí sin que nadie escuche verdaderamente las voces esas chicas.

Lo que sí es nuevo es que el feminismo las rescata y empodera. Un movimiento plural que no pueden matar ni desaparecer por más gramáticas del horror con el que los agresores se expresen, por más feminicidios. Si hablamos de ucronías, señoras, señores, a mí me gusta pensar que los asesinos ya perdieron. Contemplo la derrota de la necropolítica porque si bien nadie ni nada nos va a devolver la vida de las y los finados, nada ni nadie podrá acallar a las feministas de estos años y a las de las décadas futuras. Las nuevas generaciones que los representan, sin rostros fácilmente identificables que puedan cooptar o violentar es una ventaja. Cuando hablamos de mareas verdes o violetas debemos admitir que se han convertido en tsunamis. Tarde o temprano inundarán los castillos del patriarca, los palacios de gobiernos más amurallados.

Es interesante que esas feministas están conscientes de su poder y no esperan lo que debería hacer todo Estado en sus cabales: protegerlas, defenderlas, apoyarlas. Saben que son la otra mitad de la humanidad más una, que “la cosecha de mujeres nunca se acaba” no para beneplácito de quienes consumen sus cuerpos, sino para honra de esas mismas jóvenes que ya están luchando con todo porque nos queremos vivas y el gap salarial oficial entre mujeres y hombres en este país aún es de el nueve por ciento.

Sin embargo, es mucho más amplia la agenda de esta revolución que en las calles nos está enseñando a construir ciudadanía. La interseccionalidad, lo variopinto de las necesidades, exigen que el poder administrando presupuestos reaccione, pues no se están fortaleciendo las políticas públicas que protejan a las mujeres, al contrario: la batería actual de programas sociales las deja en una situación de extrema vulnerabilidad tan dolosa como alevosa. No nos extrañe que dicho proceder no frene las protestas cada vez más legítimas.

Pero no todo es enojo ni dignidad de la rabia cada marzo. Hay que verlas brincar, cantar, sonreír todas juntas alzando los puños, abrazándose, conteniéndose, superando en oleadas imparables lo que todas callamos. Hay que verlas siendo protagonistas de su historia, vivas como nunca, y floreciendo donde han tratado de imponer la muerte.

Alma Karla Sandoval

*Escritora