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Hemos llegado a Seward, Alaska, todo el mundo presume acerca de la vida salvaje aquí, y no es mentira, en ella puedes hallar: alces, osos, zorros, y si te descuidas, un águila real puede robarte a tu perro (sí como en la propuesta con Sandra Bullock, si no me crees puedes encontrar videos en el yutú). En cuanto a comida, se tiende a hablar del salmón salvaje, o del king crab, pero más y en específico del salmón, es uno de los lujos y orgullos del país, ya que se dice que, a diferencia del salmón atlántico, el de Alaska tiene una carne mucho más magra, y un tono más rojizo, lo cual le da grandes propiedades calóricas, así como nutrientes.

Total, que tanta palabrería me abrió la reja del apetito, y fui en busca del famoso salmón. Casi siempre al salir de la terminal marítima hay algún autobús de cortesía, que te lleva al centro de la ciudad, es un servicio común que te ahorra un montón de tiempo y confusión.

Al salir en busca del colectivo, un auto particular se orilló hacía mí, un hombre de unos 45 años bajó la ventanilla del copiloto y me dijo: ¿shuttle bus?… vas al centro, ¿cierto? Le respondí: sí. Vamos súbete, voy para allá. Me subí casi en automático, sin dudarlo, el hombre parecía muy amable, era de tez blanca, lentes y un vestigio de cabello que parecía haberlo abandonado tiempo atrás.

En el camino me venía hablando de la ciudad como si fuese un auténtico guía turístico, mientras conversábamos yo miraba por la ventanilla el paisaje atónito, las montañas nevadas eran increíbles, y un lago del agua más cristalina que te pudieses imaginar corría a su costado siendo bordeado por acres y pinos, no te miento, era como si estuviese en una pintura de Bob Ross pasada por un filtro de instagram para todavía hacer la imagen más beautiful. Una locura.

El hombre me comentó que, si antes de llegar me molestaba hacer una parada técnica en su casa, tenía que dejar algunos papeles. A mí no me molestaba, al fin y al cabo, me había hecho un favor al acercarme al centro de la ciudad. “Quizá hasta mi esposa se encuentre ahí, hace las mejores galletas”, me comentó entusiasmado arrugando la cien.

Llegamos a una casa muy linda de madera, y un camino de jardín que invitaba a entrar en ella. Al escuchar el auto su esposa salió a recibirnos amablemente, y rápido, el hombre me introdujo y comentó de mí lo poco que le había compartido de mi vida durante el trayecto, para ser honesto fue paja pura, esas cosas que dices con personas que sabes que nunca verás jamás otra vez, sólo para pasar tarjeta.

La esposa nos comentó si no nos apetecía un par de galletas con leche, el hombre me miró serio: tienes que probarlas, accedí de nuevo sin saber por qué, pasamos a su sala y mientras continuábamos la charla, la esposa nos sirvió un vaso de leche y unas cuantas galletas de chocolate chips que parecían recién horneadas, de fondo sonaba algo de música country de algún autor que no pude identificar.

Estuvimos platicando así cerca de una hora, hasta que en un punto algo me pareció extraño, ya para ese entonces yo debería estar en el centro de la ciudad comiendo salmón, ¿qué demonios hacía yo en casa de unos extraños tomando leche y comiendo galletas? Me excusé fingiendo una llamada y después hice como que tenía que irme porque mis amigos me buscaban, no era verdad, pero en ese punto y de golpe todas esas series de asesinos seriales, o parejas desesperadas intentando salvar su matrimonio asaltaron mi mente, y yo no estaba en posición para prestarme a ninguno de esos dos escenarios.

Corrí hasta el centro, y una vez ahí busqué el salmón salvaje, acabé en un restaurante chico y lo ordené de inmediato, el sabor no era el que yo esperaba, era bueno, pero no de otro mundo, y había algo de la memoria de esa casa extraña con esa pareja de intenciones dudosas que no me dejaba estar a pleno, por más que lavaba mi paladar con un poco de aguas con gas, era cómo si el sabor de las cookies con leche me impidieran disfrutar del momento, el resabio seguía ahí como una piedrita en el zapato.

Al volver, pensé que tal situación no pudo sólo haberme pasado a mí, pregunté a mis compañeros y todos me dijeron que fueron y vinieron a la ciudad en el camión normal y de costumbre, ningún auto o personaje extraño los había aproximado, lo cual me dio un poco de escalofríos, ¿quiénes eran aquella pareja? ¿qué intenciones tenían? ¿cómo pude ser tan ingenuo?

Quizá había sido todo un sueño, y nada de eso pasó. Quizá Alaska dentro de su naturaleza increíble también escondía encuentros desafortunados y fantasmas. Si lo piensas, era el escenario perfecto para un crimen, un pueblo chiquito de unos cuantos habitantes, silencioso, envuelto en la naturaleza que engulle todo a su paso.

Decidí quedarme bajo el cobijo de esta anécdota, tomándola como una advertencia. Los viajes son increíbles, y Alaska era una pintura demasiado hermosa, pero también el mundo está lleno de locos o águilas salvajes que te roban a tu perro, hay que tener en mente ello, como un amuleto contra las tragedias si no quieres acabar en una miniserie.

* Se publicó originalmente en La Jornada Morelos el 4 de junio de 2023