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Derecho a saber

Antulio Sánchez*

La caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, marcó no solo el fin de la Unión Soviética y de un sistema ideológico-político que en ese momento era una entelequia, sino que ese episodio definió a las democracias occidentales, que para algunos estudiosos llevaría al reinado del modelo político liberal. A partir de ese suceso, las sociedades europeas buscaron robustecer dicho modelo, apoyándose en mecanismos que lolegitimaran, lo cual fue hallado en la transparencia, que se erigió como el aspecto central para dotar de calidad a las democracias occidentales y ser el pilar esencial del derecho a saber.

Ese es precisamente el tema que aborda Alejandro Pisanty en su libro Tecnologías de la información y derecho a saber, quien emprende un periplo por diversos momentos históricos para dejar constancia de que la transparencia es un proceso acumulativo, en cuanto no solo es resultado de múltiples mecanismos y tecnologías que se han usado a lo largo de la historia para poder poner a disposición de la ciudadanía la información y los datos, de que hace circular la información de interés público, sino que la conjunción de datos y tecnología pasadas desembocan en el uso de las actuales o modernas. 

A lo largo del libro se revisan varios derechos que van aparejados con los del derecho a saber. Hay una minuciosaexposición de los actores sociales y tecnologías usadas a lo largo de la historia, que han conformado los cimientos de lo que hoyconocemos como derecho a saber. Pero como reconoce el mismo Pisanty, la transparencia y el derecho a saber son un proceso gradual, que conforme el tiempo avanza y las tecnologías se perfeccionan, se pueden lograr mayores niveles de transparencia, de ahí precisamente su carácter acumulativo. 

De diversas maneras y formas es como podemos encontrar a lo largo de la historia el derecho a saber. En el siglo XVIII se presentó un acontecimiento relevante en los derroteros de ese derecho: en 1776 Suecia impulsó una ley de transparencia, fue el país pionero en esa materia a escala planetaria y muestra de que en ocasiones los gobiernos democráticos se someten por propia voluntad al escrutinio público. Sin olvidar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos por parte de la ONU en 1948, estipuló en uno de sus artículos que «todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, […] de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión».

A lo que apunta al final el derecho a saber es a dar paso a unademocracia de calidad, en la que los ciudadanos accedan a la información pública, y que les rinda cuentas sobre el destino y uso de los recursos públicos, a ser enterados en todo momento sobre la información que tiene o produce el mismo Estado, e incluso la que lo cuestiona. 

Pero en una sociedad democrática no es suficiente con tener garantizado ese derecho a saber, ya que deben existir los mecanismos para aprovecharlo, uno fundamental es la educación que debe incorporar desde sus niveles básicos la difusión de ese derecho, propagarlo como piedra angular de la vida diaria en la sociedad.  Sin olvidar, como dice Pisanty, que existen taxativas o límites al derecho a saber, tales como la no violación de la intimidad o privacidad, la protección de la honra y reputación de las personas, sin obviar los aspectos de seguridad nacional o los que tienen que ver con la investigación en curso de un delito o de delitos en concreto. 

Hoy, a diferencia del pasado, contamos con una tecnología como internet, que gracias a sus múltiples protocolos, servicios y plataformas, facilita la puesta a disposición de la ciudadanía de distintas informaciones y datos de carácter público que detenta el Estado: la taxativa la imponen las instituciones, las personas y sus vocaciones democráticas, no las herramientas tecnológicas.La situación actual que vive internet, demanda que las solicitudes de información pública vía correo electrónico sean ampliadas en la medida que las personas tienen variadasmaneras de conectarse; servicios de mensajería instantánea y redes sociales, más cercanas a los ciudadanos amén de que son las predominantes en la difusión de la información. 

Dos cosas a considerar de la lectura de la obra de Pisanty y sobre el derecho a saber. Por un lado, no debe esperarse que todos los ciudadanos se vuelquen a explotar dicho saber, ya que, por ejemplo, los mecanismos de transparencia lo usan minorías, académicos, organizaciones civiles, periodistas y pocos ciudadanos. De hecho, en algún momento se llegó a pensar que las solicitudes de información serían una forma de activismo, una vía para desencadenar una cascada de preguntas a las instituciones públicas para que terminaran desbordadas y paralizadas; al final quedó en mera ilusión. 

El otro aspecto, es que la tecnología por sí misma no lleva a potenciar el derecho al saber, e incluso contar con herramientas de inteligencia artificial tampoco es la varita mágica para lograrlo, ya que para eso se requiere lo que Guillermo O’Donnell definió como una ciudadanía de alta intensidad, que implica un compromiso activo de los ciudadanos en la vida política, social y económica de su país, lo que llevaría a usar todos los recursos disponibles para que los gobernantes en turno rindan cuentas. Y eso es algo que nos falta.  

• Periodista especializado en nuevas tecnologías.