Por ahí de finales de los años treinta del pasado siglo, Pianís, hijo del entonces Coronel Cipriano Izquierdo Vivanco, terminada su educación media en la Vocacional, decidió convertirse en ingeniero militar y así se lo planteó a su padre.

Éste, que se desempeñaba como maestro en el Colegio Militar, no bien escuchó el deseo de su hijo, resolvió el asunto sin posibilidad de réplica:

– ¡Qué estudiar para militar ni qué ocho cuartos! ¡Te van a matar al primer día!

– ¡Pero papá…!

– ¡No hay tu tía!

El profesor militar pasó a otro tema. Pianís dejó pasar unos días para volver a la carga con su petición de estudiar en el Colegio Militar, y se armó de valor:

– Papá, quiero ser ingeniero militar.

– ¡Otra vez la mula al trigo!, ya te dije que no te voy a dar permiso para eso.

– Usted mismo es militar, quiero ser como usted.

– Mire mi amigo, en el Colegio Militar, a los novatos los estrenan subiéndolos al trampolín de diez metros de la alberca, la noche de su primer día de clases, y con los ojos vendados. Desde allá los avientan. Unos se matan y otros por fortuna, salimos vivos. Estás tan flaco que te romperías el espinazo en la caída. No le vas a servir a tu madre ni paralítico ni muerto, así que no hablaremos más del asunto.

Décadas después, en los años setenta, cuando se cambió el Colegio Militar de su sede en Popotla, junto a El Árbol de la Noche Triste, a sus nuevas instalaciones en el bosque de Tlalpan, los bulldozers que peinaban sus antiguos terrenos y edificaciones para preparar las nuevas obras descubrieron decenas de cadáveres de tiernos jóvenes. Los analistas dataron los entierros en varias décadas de principios del siglo XX, pero no supieron explicar la presencia de tantas osamentas en el Colegio, sin panteón oficial.

Por esos tiempos, los padres campesinos de esas decenas de estudiantes, los enviaban desde los confines del país al Distrito Federal con la esperanza de verlos regresar al menos con un empleo. Recibieron, si acaso lo solicitaron, la noticia de que habían muerto por alguna enfermedad o que habían desertado. No les devolvieron sus cuerpos, ni la verdad de lo sucedido.

Quien les relata esto es nieto del que llegó a ser el General Cipriano Izquierdo Vivanco. Lo hago con sentimientos encontrados, pues fui su nieto consentido y sigue haciéndose presente en mis sueños a más de cuarenta años de haber muerto, y pude enterarme, siendo yo adulto, de varias de sus arbitrariedades y tropelías impunes, como soltarle un balazo en el pie a uno de sus primos, tras una discusión vecinal, muy a la usanza militar de entonces, y por lo que sé, de hoy día, ante civiles.

De modo que no me sabe celebrar los más de doscientos años del Colegio Militar, mientras esa institución no reconozca los asesinatos de sus jóvenes novicios, por otros de sus estudiantes, violentados por décadas, y exprese una disculpa pública a sus padres y a los descendientes de sus padres. Que abra sus archivos para identificarlos. Debieron ser muchos más de 43 con todo y los lisiados.

El caso de Irán, entre otros, nos muestra el gravísimo error de darles más y más poder a los militares, confianza, y excesivos salarios. Su “espíritu de cuerpo”, definitorio, no les da para hacer de él un “espíritu de matria, patria, fraternal”.

Colegio Militar de Popotla.

Foto: Mediateca INAH