Miguel A. Izquierdo S.
Tanto en seres vivos como en material inerte, el tiempo deja sus huellas, ayudado por el agua, el viento, las humedades, las arenas, los cambios de temperatura, y según la materia que reciba su acción, que es parte de su acción, puede llegar a destruirlos, así sea lentamente, pero mientras tanto, deja su traza, legible para el experto, para el científico, para el artista, como el maestro Cauduro.
La cuidada e impactante exposición de obras de Cauduro, correspondientes a varias de sus etapas de producción, desde el joven al maduro, nos dan la oportunidad así sea apurada, de apreciar su evolución, y algunas de sus constantes, aquellas que le han dado su sello, al grado de ahora llegar a decir: “un Cauduro, es un Cauduro”. Sí, una obra que muestra en múltiples formas y colores, la corrosión, los efectos abrasivos, las limaduras y desgastes producidas por salitres, por las decoloraciones y raspones, las pintas, los restos maltrechos en metales y fachadas de todo tipo de materiales, afectados por pies y manos humanas, como por golpes de herramientas y chubascos, por ácidos que arriban a la tierra con las lluvias.
Es una postura la suya, un manera de ver el mundo, no mostrarlo por sus lados o formas suaves, limadas, tersas, pues Cauduro en algún momento decidió mostrar las capas de que estamos hechos objetos y sujetos, desde la carcaza, el esqueleto, la musculatura, las crisis y batallas vividas y sufridas, las mismas que nos van configurando, sin esconder las heridas y como en los árboles, los tiempos de bonanza y de hambruna. Cauduro las va des-cubriendo, con pinzas tira de una hoja, una capa, y aparece la previa, la que ocultaba a su vez, a la anterior, la que pretendía “modernizar”, limpiar, renovar el ser previo, dándole un cariz uniforme, finalmente con pretensión de “borrar el pasado”. Cauduro, sistemáticamente, rasca, penetra en el interior de sus modelos, de sus objetos elegidos para ser pintados en sus múltiples fachadas y por capas, nos muestra su naturaleza compleja, de matices que contribuyen desde el pasado, al presente que lo vela.
Su virtuosismo es notable desde los dibujos a lápiz incluidos en la exposición, tan pequeños pero tan expresivos. Unas cuantas piezas nos muestran su etapa con énfasis geométrico, que preludian los difuminados sobre fondos oscuros que casi dominan etapas posteriores. Conforme toma fuerza expresiva, sus soportes van siendo mayores, voluminosos, hasta integrar pinturas en “muros”, en “fachadas” de tamaño natural que nos muestran un mundo en deterioro, decadente, en abandono. Los fondos de tabique carcomido por salitres, alguna vez cubiertos por argamasa caliza, contribuyen al efecto combinatorio de las multicapas que van desde lo estructural a lo efímero del color, más susceptible al daño infligido por la intemperie a la que nos vemos expuestos día a día.
El video de gran pantalla del cubo del MMAC es impresionante, se trata de los murales encargados al maestro Cauduro por la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Amerita verse con tiempo suficiente, no de paso, como visitarlos directamente en la CDMX. Las injusticias del sistema de justicia, son ahí representadas crudamente, sin cortapisas, sin velos ni mascarillas, y sus dimensiones nos llegan al cerebro, golpeándolo en colores terrosos.
La mirada crítica y política de Cauduro ahí está concentrada. Como en el barrigón gobernador desnudo, de una etapa más temprana, de cerebro diminuto.
Colegas, público en general, ahí está en el Museo esta valiosa exposición, cuidadosamente curada, del Maestro Cauduro, por varios meses. Es una gran oportunidad de acercarnos nuevamente a él, como a sus procesos creativos.