Los paisajes culturales son categorías que la UNESCO ha incorporado como parte del patrimonio cultural, natural y mixto de los bienes del patrimonio de la humanidad.

Son tres las denominaciones que sirven para su identificación y declaratoria:

La primera denominación se refiere a los paisajes claramente definidos, diseñados y creados por el hombre. Los cuales incluyen los paisajes de jardines y parques históricos y que en el diseño moderno eran considerados como arquitectura de paisaje.

Destacan los jardines europeos, como los ingleses de diseño natural con la naturaleza del lugar; los franceses por su diseño geométrico elaborado con fuentes de agua integradas, de gran dimensión, al igual que los de naturaleza. Podríamos incluir los jardines orientales de gran significado en cada uno de sus diseños como el jardín japonés.

En México estarían incluidos los jardines de tradición mesoamericana, parte de ellos han permanecido, como las chinampas en la región lacustre de Xochimilco, en la Cuenca de México o las chinampas secas, como se les ha denominado, en la región de Cuautla, Morelos.

La segunda denominación lo constituyen los paisajes evolutivos, producto de imperativos sociales, económicos, administrativos, y /o religioso, que han logrado su asociación respondiendo a su medio ambiente natural. Se dividen en dos subcategorías:

La subcategoría de los llamados paisajes fósiles / reliquia, en los cuales el proceso evolutivo llegó a su término. Su presencia es testimonio de la evolución de la tierra en sus diversas etapas, muchas de ellas de millones de años. Algunos se conservan como bosques fosilizados o como vestigios paleontológicos, de los cuales existen importantes reservas protegidas en el mundo.

La segunda subcategoría es el de un paisaje continuo en el tiempo, que sigue teniendo un papel social activo en la sociedad contemporánea, estrechamente ligado con la forma tradicional de vida.

Podemos identificarlos como los campos elevados de cultivo en la región de Asia para el cultivo del arroz. Los llamados andenes o terrazas en la región de los andes de tradición prehispánica –y que las comunidades actuales siguen utilizando–, así como sus cultivos ancestrales que han sido parte de su alimentación.

En México los campos de cultivo de maíz con métodos tradicionales de tumba y roza o de chinampa, que conservan esa tradición mesoamericana, han permanecido por generaciones entre sus pobladores.

Los graneros o cuescomates son una evidencia arqueológica viva de su antigüedad y uso para el almacenamiento del grano en los solares de las casas de muchos poblados en México, particularmente en Morelos.

Y la tercera denominación es el de un paisaje asociativo cultural, que incluye los aspectos religiosos, artísticos o culturales de su elemento natural y que preponderan sobre sus vestigios culturales tangibles.

Se trata de paisajes sagrados y simbólicos que todas las culturas tienen en sus contextos y que guardan un significado especial en cada una de ellas. Pueden ser montañas o valles sagrados, lagos, ríos, cuevas o cenotes. Su relación es más como un patrimonio inmaterial que material, como son los anteriormente mencionados.

México cuenta con una importante inscripción como paisaje cultural: el paisaje del agave del mezcal y del tequila en la región de Jalisco. El cultivo y las actividades que se desarrollaron en torno a éste, han sido de gran valor cultural en la región y en otras que participan en esta actividad y proceso industrial.

En su inicio se conformaron grandes haciendas, alambiques y lugares para su cultivo y procesamiento que son testimonios de un patrimonio material, arquitectónico e industrial.

La inscripción, en el año de 2006, fue bajo el nombre de paisaje del agave y antiguas instalaciones industriales de Tequila.

Las terrazas elevadas de arroz en la región de la Cordillera al norte de la isla de Filipinas, fue incluida como uno de los paisajes culturales más representativos y conservados en uso de Asía. Inscritos en la lista de patrimonio mundial en 1995.

Durante 2000 años, los altos campos de arroz de Ifugao han seguido los contornos de las montañas. Fruto del conocimiento transmitido de generación en generación, expresión de tradiciones sagradas y de un delicado equilibrio social, han contribuido a crear un paisaje de gran belleza que expresa la armonía entre el hombre y el medio ambiente.

Foto: Archivo Juan Antoni Siller Camacho