Más de 100 años de vida comunitaria

 

Después de la Revolución Mexicana, apenas creado en 1869, el estado de Morelos gradualmente se reorganizó territorialmente hasta que el 11 de abril de 1934 el Congreso aprobó la Ley de División Territorial del Estado, misma que ha tenido sucesivas reformas a partir de conflictos por deslindes y por la creación de los municipios de Tetela del Volcán (1937), Temoac (1977), y los municipios indígenas de Xoxocotla, Coatetelco y Hueyapan, creados mediante el decreto 2344 del 9 de noviembre de 2017, y que entró el vigor hasta el 1 de enero de 2019.

Como una conquista del agrarismo zapatista, el reparto agrario Ejidal en Morelos comenzó en 1915 y concluyó hasta una década después, en 1925. En estos años el 32% del territorio morelense, comunal, se volvió ejidal y el 75% de su población, rural y campesina, se convirtió en ejidataria.

En Yautepec, la del poblado San Isidro es una historia que está asociada a ese proceso de lucha por la tierra, específicamente a lo sucedido con los terrenos de la hacienda de Atlihuayán, fundada en 1627, y que había sido propiedad de los Escandón y Barrón, una de las familias azucareras más prominentes del Porfiriato.

Por pertenencia y compra la hacienda llegó a abarcar más de 6,000 hectáreas desde Yautepec hasta Xochimancas, provocando uno de los conflictos de mayor trascendencia, cuando Jovito Serrano emprendió la lucha agraria, mediante defensa jurídica, para la devolución de 1,200 hectáreas de tierras que había despojado al pueblo de Yautepec, pues había ampliado sus linderos hasta el cerro de Las Tetillas. Hoy todavía podemos ver algunas de esas mojoneras al norponiente y al sur de la hacienda.

San Isidro, al igual que La Nopalera, colonizada a instancias de familias de Yautepec y de Anenecuilco, para facilitar el reparto agrario de las tierras de la Hacienda de Atlihuayán, el 13 de junio de 1923 el presidente de la República, Álvaro Obregón decretó que era “urgente la creación de varios centros de población agrícola en el Estado de Morelos con las tierras y aguas que les sean indispensables”, expropiando e indemnizando doscientas hectáreas de riego de la hacienda de Atlihuayán, específicamente en los campos llamados “San Pablo”, “Chamilpa”, y “El Chilzolote”, nuestro actual San Isidro, conocido así por sus amplios cultivos de chile criollo, que es una variedad de chile, grande de color rojo intenso, en su forma parecido a una tusa de maíz o zuro.

Como todos los pueblos del sur, San Isidro también comparte el pan y la sal, mediante intercambios, apadrinamientos, peregrinaciones y festejos de todo tipo, en donde se degusta una cocina tradicional que es herencia de generaciones de mujeres sentadas en torno y al pie del tlecuil, elaborada con productos de la Milpa, sistema agroecológico que los pueblos mesoamericanos aportaron al mundo, que generosa nos regala maíz, calabaza, flor de calabaza, Cuitlacoche, chile y frijol. En la geografía suriana todos somos parientes, las genealogías se extienden y entrelazan de uno a otro pueblo.

Los rasgos identitarios se expresan y representan en un intenso intercambio cultural, y en procesos migratorios milenarios, prehispánicos, virreinales y contemporáneos, de Olmecas, Teotihuacanos, Tlatilcas, Tlahuica y Mexicas de los que llegaron y los que se fueron, de la montaña al valle, y del cañaveral a la frontera norte. Las y los morelenses, propios y los que nos regaló el mundo, estamos y andamos por doquier. En San Isidro las personas son migrantes de Guanajuato, Puebla y Guerrero, pero también de aquellas familias que de los barrios de San Juan y Santiago, pero también de Tepoztlán, repoblaron la zona y los campos de Ticumán, El Fortín y Barranca Honda en la segunda mitad del siglo XIX y la segunda mitad del siglo XX.

Como parte de esa historia compartida, al sur de Yautepec, sistema de pequeños valles que, por su ubicación geográfica, enclavado al centro norte en lo que podemos llamar el corazón morelense, posee una biodiversidad que sigue siendo plenamente investigada y documentada por instituciones nacionales y extranjeras. Flanqueado por la Sierra Montenegro y el desplante de los lomeríos de la Sierra de Huautla, ese pueblo es atravesado por el Río Yautepec, el Dios fecundador de la comarca, otrora motor de la industria cañera de Pantitlán en el norte a Xochimancas en el Sur, San Isidro rinde culto a San Isidro Labrador, como signo de esa sacralidad al agua.

En San Isidro, prevalecen saberes que están asociados a la medicina herbolaria, a la lectura del tiempo y al conocimiento de la vida, que a través de ofrendas y rituales que conocemos como prácticas de curación se asocian a la medicina tradicional herbolaria, sin cuyo legado la medicina moderna es inconcebible. No es extraño que en los años 70s se haya establecido el Campo Experimental, operado por la Comisión de Operación y Fomento de Actividades Académicas (COFAA), y que el 6 de octubre de 1981 se haya creado el Centro de Productos Bióticos del mismo IPN, institución que ha ido acercándose a la comunidad para dialogar, colaborar y cooperar.

La historia de las comunidades se escribe todos los días, con las voces y los hechos de quienes las conforman. San Isidro hoy está festejando sus primeros cien años de vida comunitaria, con la presencia de su gente, sus ayudantes, sus ejidatarios, de la sus autoridades municipales, de los científicos del IPN, de sus profesores, con la voluntad de su ayudante Margarito Flores Santana y de Sofía Francisco Regino, una de las gestoras culturales de mayor compromiso y amor por su comunidad que he conocido, un ejemplo a seguir.

Lo dicho, si no es cultural, no es transformación.