El inicio y los Pirineos

(primero de cinco)

 

Saint-Jean Pied de Port

Un bello poblado francés, al pie de los Pirineos, desde el cual los peregrinos inician su viaje a Santiago por la antigua ruta del Camino Francés. Es la primera barrera natural que se nos presenta desde el poblado hasta su cumbre. Un inicio duro y vertical que pone a prueba la condición y el deseo del que se aventura en esta larga vía láctea. Lo recuerdo como el inicio de un muro que no termina y que al llegar la noche sólo se han subido unos cuantos metros. Una experiencia de ir por la vida ligero, sin cargas ni pesos extras, sólo la motivación y el deseo de conseguir la meta. El camino se logra con la mente, el corazón y el espíritu irrenunciables, como todo en la vida…

La balanza

La balanza que nos permite saber el peso de las cosas fue la primera experiencia. Una vieja y experimentada peregrina francesa vio mi mochila así como la dificultad para quitármela y a ojo de buen cubero, como decimos, me enseñó que no podemos cargar con la comodidad cotidiana para hacer un camino… Lo primero es dejar todo lo que no es indispensable: sólo lo que llevamos puesto, un cobertor, un pedazo de pan, vino, y con suerte, un trozo de queso maduro, son suficientes para cada día.

La cuesta inicial

La montaña es el primer reto, la noche y el descanso son la recompensa del primer día y el amanecer es la motivación de descubrir la cumbre oculta. La neblina cubierta por una lluvia fina que cae, como una bella cabellera de mujer. La orientación se pierde y el esfuerzo no se percibe en un paisaje inexistente y escondido en la bruma brillante, como un espejismo del desierto. Sólo descubrimos que hemos dejado la montaña al sentir el descenso en nuestros pies y al escuchar el sonido metálico de una vieja campana a lo lejos. Aquella que nos acompaña en el denso bosque verde del grisáceo de las nubes. El deseo de la tarde llega y continuamos escuchando el sonido de nuestros sentidos, el más fino que nos acompaña y orienta…

Establo en el camino

El primer albergue u hospital del camino es un establo para el ganado, en la que su abrigo nos permite protegernos del frío y de la lluvia por la noche. No hay luz, sólo candelas para iluminar el espacio, la paja es nuestra cama y el calor del lugar nuestro abrigo. La primera noche del camino es la primera gran experiencia de lo que viene por delante y valoramos lo que tenemos cada día como lo mejor. El cansancio nos hace olvidar el hambre, y la vía láctea nos cobija en un profundo sueño, guiándonos por la noche de las estrellas, que seguimos con deseo.

El grifo de agua dura

En medio de la nada, al llegar a la cumbre, aparece entre la niebla y las rocas, un grifo de agua para el peregrino sediento que se detiene en el camino a descansar y saciar la sed. El agua es dura y áspera con sabor a hierro, pero es el único manantial en el lugar. Al abrirlo, tomamos de él y agradecemos haberlo encontrado y reconfortado nuestra sed y fatiga, para así continuar en la soledad de la montaña desconocida, caminando sin sombras e iluminados por una luz translúcida.

Campanas y neblina

Los barcos en el mar se protegen de la Costa de la Muerte por medio del sonido de campanas. Los peregrinos que hacían el camino a pie, cruzaban los Pirineos guiados por una vereda y pisadas. La neblina me tomó por la tarde con una lluvia fina pero intensa, sin saber cómo llegar al monasterio de Roncesvalles. Sólo el sonido de las campanas y su campanero marcaron el rumbo entre la obscuridad de la neblina, en medio de la montaña, hasta el cobijo del primer hospital. El sonido, el cielo y las estrellas nos guían al destino de Santiago.

El lugar de Roland

La chanson de Roland, poema épico de la litera- tura medieval francesa, cuyo personaje mítico tiene un lugar en el valle de Roncesvalles. Este sitio representa un vestigio que nos habla del cantar de juglares, su personaje y sus hazañas y batallas épicas. El valle conserva aún una carga que nos hace recordarlo e imaginar que caminó en el mismo lugar sobre el que estamos ahora caminando, y qué a pesar de tratarse de otro tiempo histórico, los sentidos pueden aún percibir su presencia e intensidad.

Hospedaje especial

Uno de los primeros hospedajes al iniciar el camino de Roncesvalles fue un antiguo co- legio marista en el que ofrecían al peregrino una litera y una comida caliente. Tuve la suerte de conversar con el padre al registrarme y decirle que había estudiado gracias a una beca con ellos hasta el bachillerato y que los recordaba con afecto. Expresé lo que en ese momento recordaba de tantos años de estudio y de la generosidad de haberme dado ese apoyo para poder realizar mi educación académica. Tras un abrazo fraternal al escuchar mis palabras, me hospedó en una habitación privada y pequeña, pero muy cómoda, ante la sorpresa de mis compa- ñeros hispanos que desconocían la razón.

Un edificio antiguo

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Templo de Roncesvalles, España.

Foto: Lucas Vallecillos