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Los festejos de estas fechas, para la cultura de Occidente y quienes compartimos, de este lado, buena parte de ella, sabemos que tiene ocasión como parte de la conmemoración del natalicio de una de las figuras fundacionales de la religión católica y cristiana practicada por las mayorías. En la noche del 24 de diciembre, desde el año 380 D.C. se conmemora el nacimiento de Jesús. Conocido también dentro de otras religiones, como la gnóstica, como Yeshua Ben Pandira, o bien, El gran Kabir Jesús de Nazareth. 

 

Particularmente, en el caso de Jesús de Nazareth, su figura como profeta -independientemente de la ulterior doctrina religiosa e incluso del sentido moral de sus enseñanzas; las cuales permearon esta cultura de Occidente- trajo consigo un mensaje de amor y renovación interior. Esto desde luego ha quedado al margen: lo que ha subsistido es la práctica cultural de la celebración, los días de asueto, en algunos casos el dispendio. Como sea, el motivo de rescatar la figura o mensaje profético en estas breves líneas tiene el propósito de destacar otra que, de hecho, no en pocas ocasiones se ha establecido en símil con la de Jesús. Se trata de Quetzalcóatl.  

 

La serpiente quetzalli de las religiones prehispánicas se compartió en territorios del centro, entre teotihuacanos y toltecas, por mencionar algunos, pero también de otras regiones y culturas como la maya. En el caso de los teotihuacanos tenemos una importante representación que constituyen los murales de Techinantitla. 

 

Respecto del mito, en su versión nahua se ha hallado que Quetzalcóatl animaba al cosmos. En esta acepción se le relaciona con Ehécatl, deidad del viento. En la creación del Quinto Sol la deidad, mediante el soplo al sol, crearía el movimiento y, en consecuencia, el orden de los días y las noches. Así, Quetzalcóatl Ehécatl crearía y ordenaría al universo. Engendraría asimismo a los seres humanos extrayendo del inframundo los huesos de los humanos de otras eras. Mezclaría su sangre con los huesos molidos y alimentaría con maíz a los recién creados.  

 

Sin embargo, como se sabe, al tiempo que esta deidad creaba, se le atribuía también un poder destructor. La dualidad como un ser creador y destructor obedecía más bien a los tiempos cíclicos propios de la cosmogonía de los pueblos prehispánicos. Aunque también encontramos esta concepción en otras civilizaciones como la china, donde desde tiempos antiguos existen referencias simbólicas y culturales de un movimiento pendular. De los momentos propicios para la siembra; los que corresponden a las cosechas. Y desde luego los necesarios de destrucción para abrir paso a nuevas formas. En ese ir y venir de la materia y del tiempo se juega, según estas visiones, la propia humanidad. 

 

Volviendo a nuestra referencia inicial, a Jesús, también encontramos el movimiento de carácter pendular por el que se convierte en el enviado que renueva el mensaje de regreso al interior: desde sus enseñanzas hasta el momento de su crucifixión, el drama cósmico se cumple en su totalidad. La creación, el tránsito o recorrido, el otorgamiento del don y la aniquilación. 

La atención, el legado, el mensaje de estos símbolos festejados en diversas fechas en relación con sus rasgos culturales recae en un aspecto que quizá no deberíamos olvidar: la oportunidad de cerrar ciclos, de reivindicar a partir del aprendizaje de los errores; y en el caso de quienes siguen a la tradición católica cristiana (pero no viene para nada mal en este caso generalizar a todo tipo de creencias y preferencias religiosas) de fincarse más en el amor que en la doctrina.  

 

¡Buen tiempo de renovación! 

 

*El Colegio de Morelos / Red Mexicana de Mujeres Filósofas