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Hace muchos años Salcedo estuvo cerca de convertirse en portero titular del primer equipo de Pumas. El día en que fue a probarse a Ciudad Universitaria (por sugerencia de un directivo que lo había visto jugar en el llano), simplemente lo tapó todo. El técnico entonces lo felicitó y hasta le dijo que tenía un estilo parecido al de Miguel “Superman” Marín*; aunque cuando Salcedo ya acariciaba la gloria del debut a estadio lleno, agregó: “pero, caray, te falta estatura.” Y, la verdad sea dicha, tenía razón: su metro sesenta y seis ni de cerca le alcanzaba para cubrir la media exigida a cualquier portero de club profesional, aun cuando Salcedo había dado fehacientes pruebas de que sí le sobraba para cubrir cuanta pelota buscara la red o cayera sobre el área.

De ahí en más, Salcedo se volvió un tipo descreído de la vida. Vio debutar a otros porteros en Primera, manos de mantequilla por supuesto mucho más altos que él, pero que en técnica (y en intuición) no le llegaban ni a los talones. Comenzó entonces a estudiar ingeniería, una carrera a la cual le tomó tanto cariño que nunca terminó. Resultado: se puso a vender libros especializados en el corredor Balderas, un lugar que ya no existe, embolsándose bastante dinero con títulos actualizados de cálculo diferencial, biología celular, física cuántica, derecho penal y constitucional.

Así, poco a poco Salcedo fue borrando su decepcionante experiencia en el fútbol. Se dedicó a ganar dinero, salir de farra y a tener hijos por aquí y mujeres por allá: después de todo, vida de futbolista. Hasta que un nefasto día, la policía, sin aviso alguno, le decomisó gran parte de sus libros y le impuso una multa que lo hundió. Entonces, si antes Salcedo era uno de esos muchachos descreídos de la vida, cuando yo lo conocí ya era un viejo por completo encanecido, en la ruina, con un brillo en la mirada que parecía encenderse cuando blasfemaba y escupía contra este país de extorsionadores.

El año pasado, en un viaje a Chiapas, un colega librero (cuya vida y obra serán materia para una próxima crónica) dejó caer la noticia de la muerte de Salcedo por COVID. Ahí también supe que antes de la pandemia había regresado a las canchas, atajando primero en una liga de futbol-rápido de la colonia Guerrero y luego en otra de Villa de Aragón, donde había logrado establecer el récord de la valla menos batida. Quedé perplejo, pero, en el fondo, no me extrañó: después de todo, a ningún delantero le debe causar mucha gracia enfrentar a un veterano que por fin, gracias al infortunio y la venta de libros, ha podido alcanzar la más alta e indispensable virtud del guardameta: no confiar en nadie.

*Legendario arquero argentino de Cruz Azul, entre 1971 y 1980, conocido además por un célebre autogol. Durante una entrevista a los medios deportivos mexicanos reveló las consecuencias de atajar tantos “bombazos” al quitarse los guantes y dejar ver unas manos deformadas, aseverando: “Son pelotazos de la vida”.