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Andrea Álvarez Sánchez

Las artes del ocultismo dan mucho de qué hablar. El exvoto del presente artículo muestra a una bruja que quiere «chuparse a un niño».

A lo largo de mi vida me he acercado a plantas mágicas, medicinas alternativas, al estudio del subconsciente y la manipulación de la energía. Si bien las brujas no me llamaban tanto la atención por el cliché de las películas comerciales, los muñecos de plástico y las risas prefabricadas, hoy me decidí a conocer su historia, por mi atracción y temor hacia el mundo de la magia.

Las brujas, situadas en el límite de lo real y lo ficticio, han formado parte del folclore de los pueblos desde tiempos antiguos. Para el cristianismo, sin embargo, la bruja es la personificación del mal. De ahí que por siglos se acusara a miles de personas de practicar brujería y ardieran en la hoguera de la Inquisición.

En México, por su parte, la brujería actual es producto del sincretismo: se presenta como una fusión de la tradición prehispánica, del prejuicio de los conquistadores españoles y del imaginario de los esclavos negros que llegaron con ellos.

Mientras que la bruja clásica vuela en escoba, la de este exvoto es alada. Se parece más a Lilith, quien en el mito hebreo fue la primera mujer de Adán y, rebelde y desobediente, lo abandonó. Los sumerios, a su vez, la describen como una mujer pájaro con garras de lechuza y de sexualidad insaciable. Las Lilith acostumbraban salir de noche, tentar a los hombres y copular incluso con monjes mientras estos dormían para apoderarse de su semen y así engendrar más súcubos. Estos personajes, que a los niños les chupaban la sangre, son un antecedente de la bruja y el vampiro.

En México se dice que las brujas «se chupan» a la gente. En la tradicional canción jarocha La bruja, hay una estrofa que dice «Y ahora sí, maldita bruja, ya te chupastes a mi hijo…» Ahora bien, no se especifica que chupen sangre, sino que más bien absorben su esencia. A menudo, la salud de la víctima se deteriora poco a poco hasta que, sin razón aparente, fallece.

En los tratados antiguos el vuelo de las brujas está relacionado al ungüento. Algunos autores, como Covarrubias y fray Martín de Castañega, afirman que, para fabricarlo, usaban sangre o carne de niño, un elemento indispensable para la preparación de la mixtura. Otros ingredientes eran plantas con propiedades narcóticas, tales como la belladona, la mandrágora, la cicuta y el beleño; además de bufotalina, extraída de sapos, la cual provoca estados de alteración de la conciencia. Las brujas embarraban el ungüento en la escoba y con ella se lo aplicaban en las membranas vaginales. Estas sustancias alucinógenas les otorgaban la capacidad del vuelo. 

Algunos demonólogos sostenían, asimismo, que el «viaje» por los aires era puramente mental, que en realidad se quedaban dormidas «como muertas» y se trasladaban «en espíritu» para participar en aquelarres donde el demonio les revelaba secretos.

 El exvoto, reflejo del imaginario popular, muestra lo divino y lo pagano. La salud y la enfermedad quedan en manos de la bruja y el Santo Niño de Atocha, en un plano sobrenatural.

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Exvoto del taller de Madame Andreyeva

https://www.andreaalvarezsanchez.com/