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Auto Mariano en Temimilcingo

Jaime Chabaud Magnus

Es increíble cómo, rascando un poquito, buscando con cuidado, en el México profundo no avasallado por la modernidad y las fauces de las urbes, pueden encontrarse vestigios de representaciones parateatrales de herencia prehispánica o de las épocas tempranas de la Nueva España cuando franciscanos y dominicos usaban el teatro de evangelización como eficiente arma en la gesta por convertir al cristianismo a la población indígena. Un ejemplo de ello es el Auto Mariano que continúa vivo en Temimilcingo, municipio de Tlaltizapán, en la provincia de Morelos. Este pueblo, dicen los pobladores, tiene antecedentes olmecas de entre el siglo 1,200 y 400 a.C. La refundación a manos de la cultura nahua ocurre posiblemente hacia el 1,300 con la tribu tlahuica. Temimilcingo posee uno de los primeros conventos franciscanos del siglo XVI y hay evidencia de que los religiosos emplearon el teatro para la evangelización de este territorio morelense. De hecho los lugareños atribuyen a una superficie de rocas el nombre de teatro y aseguran fue donde se llevaban a cabo las representaciones que preparaban los frailes con los pobladores.

Doña Victoria Portillo Mendoza es la depositaria de la tradición y cada 12 de diciembre, representa un Auto Mariano singular en Temimilcingo. Tiene 90 años de edad, un sentido del humor y memoria prodigiosos, y ha dedicado 73 a que sobreviva la representación. Ella la heredó de una tía suya que también llevaba toda la vida haciéndolo, misma que la recibió de otra tía y así sucesivamente. Los orígenes, pues, se hunden en la bruma de los tiempos. El dato más lejano que se conserva es de 1820, aproximadamente. Doña Victoria no le llama Auto Mariano a lo que hace sino “Los versitos” y con ellos convoca a 200 niñas y niños cada año para que los aprendan y reciten a la Virgen de Guadalupe, la virgen morena que se apareció al indio Juan Diego. Este acontecimiento mítico-histórico le puso rostro indígena a la cristiandad. Es tanto el acto mayor del sincretismo hispano-indígena (o viceversa) como la culminación de la tarea evangelizadora del siglo XVI y principios del XVII.

Indita la más bonita,
Trigueñita la más lucida
Señora la más hermosa
Dueña del alma y la vida.

La parte estrictamente dramática, entendiéndola como la encarnación de personajes que interactúan dialógicamente en una situación atravesados por un conflicto (para decirlo de manera simple y chapucera), ha ido adelgazándose para cobrar mayor importancia la procesión y los cánticos en español y en náhuatl. Es curioso que la parte dramática del Auto haya cedido ante la necesidad de parateatralidad (hoy llamada performatividad) que se sustrae a las nociones aristotélicas de teatro.

En “Los versitos” de este Auto Mariano se entreveran partes en español con arcaísmos y vocablos nahuas, al tiempo que se emplean otros estrictamente en náhuatl que al paso del tiempo y con la tragedia de la desaparición de la lengua madre (hace pocos años murieron los últimos nahua-hablantes), las inexactitudes campean. Un ejemplo de los primeros es el siguiente versito:

Xochipitzahuac del alma mía,
Cuándo me llevas a tierra fría
Xochipitzahuac de mi corazón,
Cuándo me llevas a la oración.

Representaciones como éstas perviven en nuestro México violento que ama y rechaza su tradición como la muy extendida sobre la Pasión de Cristo que halla su paradigma más famoso en Iztapalapa, en la Ciudad de México, que cada Semana Santa reúne hasta tres millones de personas. Sin embargo, año con año perdemos algo de esta rica historia y aún no existe, que yo conozca, un levantamiento completo de las representaciones parateatrales de esta herencia que nos dejó la conquista, el mundo colonial y la resistencia indígena. La maravilla de que Los versitos sigan vivos se debe también al apoyo de Blanca Anzures Portillo (hija de doña Victoria), de Saúl Vázquez (esposo de Blanca) y de Lidsay Mejía (nieta), todos ellos promotores culturales muy reconocidos en Morelos que preparan ya una publicación que rescata esta memoria teatral y parateatral. Mucho nos falta por descubrir y recuperar del México recóndito.