loader image

¿QUÉ ES SER MEXICANO?

Vicente Arredondo Ramírez *

Se nos formula con frecuencia la pregunta sobre ¿quiénes somos? La respuesta natural es dar nuestro nombre, decir qué hacemos, y en donde vivimos. Pero la respuesta no es así de simple.

El tema de la identidad personal y colectiva ha sido y continúa siendo materia recurrente de discusión y conflicto, dentro y fuera de los países. Son muchas las facetas desde la cuales se puede abordar el tema, algunas de ellas son las de sexo, género, idioma, nacionalidad, religión, raza, y ascendencia familiar. Desde las disciplinas académicas, el análisis se puede hacer desde el aparato conceptual de la psicología, el derecho, la sociología, la antropología física y social, la biología, y la filosofía misma.

La simplicidad de la pregunta y la complejidad de la respuesta es entendible, ya que está referida a nuestro ser como persona viva, que bien pudiera no estarlo, o simplemente no haber existido nunca. Sí, estimado Hamlet, ¿ser o no ser?

La respuesta a la pregunta sobre nuestra propia identidad, la podemos dar desde nosotros mismos, o bien, desde lo que saben o perciben otras personas sobre nosotros. En la vida real, no es fácil encontrar respuestas satisfactorias, desde ninguna de las dos perspectivas. La opinión que tenemos de nosotros mismos seguramente está carente de autorreflexión y autocrítica. ¿Cuánta gente puede presumir que se conoce a sí misma en toda su integralidad?

Por otra parte, las relaciones interpersonales dependen en gran medida de la percepción que tenemos unos de otros, la cual está casi siempre envuelta en prejuicios, filias, fobias, intereses, preferencias o autoprotección.

Si esta reflexión sobre nuestra identidad personal es un terreno complejo, es aún más complicado definir lo relativo al tema de la identidad nacional. Cuando se habla de “identidad nacional” comúnmente se hace referencia a las características comunes del conjunto de habitantes de un país, los cuales comparten idioma, tradiciones, valores, símbolos patrios, formas de interrelación, hábitos culinarios, creencias religiosas, en fin, todo lo que desde la antropología se define como cultura.

En nuestro país desde luego se ha reflexionado sobre la identidad del ser mexicano, tanto en su construcción, como en su naturaleza. Como antecedente, el maestro, historiador, filósofo, escritor y poeta campechano Justo Sierra (1848-1912) publicó libros y ensayos importantes con propósitos pedagógicos, sobre la historia de México, los cuales abonaron a la construcción de la identidad nacional, desde los recintos escolares.

A la par de la enseñanza de la historia patria, en el siglo 20, el tema de “del ser mexicano” y de la “identidad mexicana” fue tratado al menos por otras tres personas: José Vasconcelos (1882-1959), filósofo, educador y político, colocó al mexicano en la ruta del mestizaje universal, en su Raza Cósmica (1925). Samuel Ramos Magaña (1897-1959), filósofo e importante académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, publicó el libro El perfil del hombre y la cultura en México, (1934), escudriñando la psicología del mexicano, y señalando el fardo de su complejo de inferioridad. Años después, Octavio Paz Lozano (1914-1998), poeta y premio Nobel de Literatura, publicó El laberinto de la soledad (1950), dibujando también un perfil psicológico de los mexicanos, proclive al pesimismo, como resultado de su historial de vencidos y “violados”.

No es sencillo fabricar espejos en donde todos los mexicanos nos veamos reflejados, ni tampoco proyectar al exterior una imagen nuestra acertada. No por ello deja de ser importante, en este cambio de época mundial, preguntarnos qué significa ser mexicano.

En las últimas tres décadas la narrativa académica, empresarial y gubernamental versó sobre la importancia de que México superara la estrecha visión de sí mismo, para lo cual era necesarios que se insertara en la dinámica de la globalización financiera, económica y de comunicación. Con ello construiríamos, en lo individual y en lo colectivo, una identidad internacional mucho más rica y valiosa que la generada por el atávico Estado-nación. En efecto, superaríamos los anacrónicos conceptos de “historia e identidad nacional”, y de valores decimonónicos, como el de “patriotismo”. Habríamos iniciado la necesaria tarea de convertirnos en “ciudadanos del mundo”, anhelo que corresponde a la gente ilustrada, moderna, civilizada y cosmopolita del siglo 21. Los resultados de esta narrativa están a la vista.

Es claro que el propósito de conformar una identidad universal es una tarea complicada. No es fácil erradicar el sentido de pertenencia, los valores y significados de la diversidad de las vidas cotidianas, y prescindir del aparato institucional de las naciones construido en los últimos dos siglos. En el mundo están surgiendo movimientos nacionales y locales de resistencia cultural, frente a la imposición mediática de cosmovisiones y patrones de vida promovidos por entes económico/políticos metanacionales. Los “países desarrollados” que sirvieron de modelo en Occidente están “haciendo agua”. Son víctimas de su éxito.

Urge preguntarnos, si queremos construir ahora nuestro propio modelo de país y de identidad mexicana para el siglo 21.

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.