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Hiquingari Carranza

Hoy, exactamente hoy hace 50 años aproximadamente a las diez de la mañana hora de Chile, América Latina perdía a uno de sus más grandes y emblemáticos líderes sociales: Salvador Allende, quien moría víctima de la canalla militar y muriendo con él, durante las horas y años posteriores, miles de jóvenes y trabajadores, miles de detenidos, desaparecidos, dirigentes y luchadores populares, hombres y mujeres de todas las clases sociales, que le acompañaban en su sueño de construir una sociedad libre y solidaria. Mientras que otros miles y miles salían del país exiliados, perseguidos y expulsados por la dictadura.

Ante la artera felonía de las Fuerzas Armadas Chilenas y del Gobierno de los Estados Unidos, no había otra opción que morir, y Allende supo cómo hacerlo.

La mañana del 11 de septiembre de 1973 , aviones de la Fuerza Aérea Chilena, bombardearon el palacio presidencial de La Moneda en Santiago, Chile. Horas más tarde, el jefe de Estado electo de Chile, el presidente Salvador Allende, estaba muerto.

Los soldados atacaron poblaciones de la clase trabajadora en todo el país y arrestaron a cientos de activistas de izquierda. Alrededor de 5 mil personas fueron encarceladas en el Estadio Nacional de Chile en los primeros días hasta alcanzar la cifra permanente de 40 mil, en espera de ser interrogadas, torturadas o asesinadas. Cientos de otros militantes simplemente “desaparecieron”. El gobierno de Unidad Popular de Allende fue reemplazado por una junta militar encabezada por el general Augusto Pinochet quién había jurado lealtad al Presidente Allende, solo unas cuantas horas antes.

La experiencia de la Unidad Popular

El programa reformista del gobierno anterior del presidente Eduardo Frei dio a los más pobres el incentivo para asumir un papel activo en la vida política del país. Este aumento de la participación política provocó una mayor radicalización no sólo de los partidos comunista y socialista sino también de algunos radicales y demócratas cristianos. En 1969, este grupo de partidos y grupos de izquierda formaron la coalición de la Unidad Popular, proponiendo como su candidato presidencial Salvador Allende Gossens , socialista y marxista declarado; fue elegido presidente en 1970.

La experiencia de la Unidad Popular hasta su dramático y sangriento final duró 1000 días de revolución pacífica. La experiencia chilena fue un intento sostenido de avanzar hacia el socialismo a través de una estrategia no armada, y desde un gobierno elegido constitucionalmente.

Obviamente que siendo un gobierno joven tuvo errores graves de conducción, se trataba además de un experimento socialista, absolutamente innovador y disruptivo, comprometido abiertamente con las clases más necesitadas, con los niños, los jóvenes, las mujeres y los ancianos, en una permanente búsqueda para intentar construir una sociedad igualitaria.

La derrota de la Unidad Popular se debió a muchos factores paro de manera contundente a las permanentes acciones de sabotaje por parte de la oligarquía chilena, a la acción de los medios de comunicación y al levantamiento de las Fuerzas Armadas chilenas, acompañada de la intervención de las empresas y los capitales más reaccionarios del país andino y, sin duda, a la intervención directa y militar del imperialismo norteamericano.

En su mensaje de despedida, mientras esperaba su muerte el 11 de septiembre de 1973, el presidente Allende explicó lo que estaba sucediendo: “el capital extranjero y el imperialismo, unidos con elementos reaccionarios, crearon el clima para que las fuerzas armadas rompieran con la tradición (de mantener a toda costa, las garantías constitucionales)”.

Errores y dignos aciertos

Los cambios económicos, clave de la Unidad Popular, sobre todo la nacionalización de la industria del cobre, enviaron señales de alarma a Wall Street y la Casa Blanca, donde temieron que el experimento chileno se repitiera en otros lugares; por ello decidieron detenerlo a cualquier costo.

El gobierno de Salvador Allende comenzó con tan sólo el 36 por ciento de los votos en las elecciones presidenciales de 1970, por tanto la Unidad Popular enfrentó constantes desafíos para crear y sostener una mayoría política. No se trataba de un desafío aritmético, sino político.

“Hemos dicho que el camino pacífico sólo es viable si la idea de la revolución conquista la mente de la mayoría del pueblo y la impulsa a actuar. Cuando las fuerzas que favorecen el cambio han alcanzado una superioridad abrumadora, no quedan oportunidades para un levantamiento reaccionario, y mucho menos para su éxito”, subrayó el teórico comunista Volodia Teitelboim.

La creación de la Unidad Popular fue un logro notable, que reunió a marxistas, radicales y cristianos. Sin embargo, como señala Gladys Marín: “uno de los principales problemas del proceso revolucionario chileno fue que no se creó una dirección revolucionaria sólida y homogénea”.

La unidad de los partidos comunista y socialista estaba más avanzada y establecida que en la mayoría de los demás países. No obstante, surgieron diferencias de énfasis, ritmo y dirección. Las medidas revolucionarias no debieron dirigirse contra la propiedad privada en general, sino centrarse más bien en contra del imperialismo extranjero y la oligarquía nacional, cuya explotación monopólica de la economía los enfrentaba no sólo a la clase trabajadora y al campesinado, sino también a la clase media. estratos e incluso sectores de la pequeña burguesía. Había que hacer esfuerzos para ganar estas fuerzas o al menos neutralizarlas.

El programa de la Unidad Popular preveía la eventual transición al socialismo, que se lograría mediante el fin del dominio de la minería y las finanzas por parte del capital extranjero, una reforma agraria ampliada y una distribución más equitativa del ingreso que favoreciera a las clases más pobres. Los logros de este programa fueron responsables del avance de la Unidad Popular en las elecciones municipales de 1971 y en las elecciones al Congreso de 1973.

Entre 1970 y 1972, sin embargo, la tolerancia del gobierno de la Unidad Popular por parte de la clase media disminuyó como consecuencia de las dificultades en la economía, que incluyeron una reorganización compleja y no siempre consistente resultante de la nacionalización de las minas de cobre de propiedad estadounidense, el principal recurso de la producción económica y de una serie de industrias pesadas. Las dificultades para mantener los niveles de producción se vieron agravadas aún más por los boicots por parte del capital extranjero, principalmente estadounidense, y la reducción de la producción agrícola como consecuencia de la reforma agraria. La inflación y el estancamiento de la producción fueron propicios para el crecimiento y reagrupamiento de las fuerzas que se oponían al experimento socialista. La oligarquía, el derechista Partido Nacional, y los demócratas cristianos de centro finalmente unieron sus esfuerzos y apoyaron las tendencias antigubernamentales en las fuerzas armadas.

A pesar de las crecientes dificultades, en las elecciones intermedias parlamentarias de marzo de 1973 la Unidad Popular obtuvo el 44 por ciento de los votos, impidiendo que el bloque de centroderecha obtuviera la mayoría parlamentaria de dos tercios necesaria para derrocar a Allende.

“En un momento en el que sólo habíamos llegado al poder en parte, era esencial democratizar todos los campos de actividad, aplicar medidas de democratización de gran alcance en la gestión económica, extender la democracia al poder judicial y a los mecanismos de control, lograr un equilibrio de fuerzas a favor de la democracia entre los militares y armonizar el sistema administrativo con estándares genuinamente democráticos”, escribió Orlando Millas.

En este sentido el gobierno de la unidad se quedó a medio camino. No logró establecer una democracia efectiva en campos decisivos. Sus logros, aunque impresionantes y muy dignos, orillaron a Washington, en un conclave integrado por el presidente Richard Nixon, el asesor de seguridad nacional Henry Kissinger, representantes de la CIA y otros, definir la forma para interferir de manera contundente en Chile y terminar con la Unidad Popular.

El gobierno estadounidense comenzó a priorizar las campañas de desestabilización al interior de las Fuerzas Armadas y de la propia sociedad Chilena.

El golpe de Estado chileno tiene lecciones para quienes hoy están preocupados por la dominación estadounidense en el mundo. Henry Kissinger, entonces director del Consejo de Seguridad Nacional, articuló en 1970 los motivos de Estados Unidos en anticipación a una probable victoria electoral de Allende. Les dijo a los funcionarios estadounidenses que planeaban apoyar el golpe: “no veo por qué tenemos que permanecer impasibles y ver cómo un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”.

Después del golpe de Estado chileno, los intervencionistas estadounidenses estaban ajustando métodos para derribar gobiernos objetables.

Deberíamos tomar el pensamiento de Kissinger de entonces como precedente para comprender las actitudes de derecho y control que prevalecen hoy por parte de los EUA. en nuestros países.

En 1973, el sangriento golpe militar respaldado por Estados Unidos derrocó a Allende e implantó el terror de Estado en Chile bajo la dictadura de Pinochet.

La música, testimonio y respuesta

Sin embargo, a pesar de que Víctor Jara fue asesinado en el Estadio Chile, donde fueron detenidos miles de seguidores de Allende. Ángel Parra fue encarcelado en el Estadio Nacional con miles de personas más y luego trasladado al remoto campo de prisioneros de Chacabuco. Muchos otros músicos se vieron obligados a exiliarse. Una larga noche de represión y miedo cayó sobre Chile. Pero la música la Nueva Canción no murió. De hecho, los músicos desempeñaron un papel importante al inspirar nuevos movimientos de derechos humanos en el exilio y sostener a personas bajo represión en Chile.

La música se globalizó, un elemento central en los florecientes movimientos de solidaridad con el pueblo de Chile. Se introdujeron de contrabando al país casetes con música de la Nueva Canción. La canción “El Pueblo Unido” se hizo conocida mundialmente y traducida a numerosos idiomas. La música fue parte central de innumerables actos internacionales, manifestaciones, mítines, marchas y mítines mientras multitudes de personas en todo el mundo denunciaban la dictadura y exigían el regreso de la democracia.

El movimiento de Nueva Canción surgió en Chile en la década de los 60´s y tiene sus raíces en tradiciones musicales populares que se transmitieron de generación en generación. Los jóvenes músicos se inspiraron en las tradiciones populares pero crearon nuevas formas musicales, instrumentales y poéticas que revolucionaron la cultura musical de Chile. Canciones como “ El Derecho de Vivir en Paz “ Plegaria a un Labrador ” (Víctor Jara), “ Venceremos ” (Inti-Illimani) y “ El Pueblo Unido” (Quilapayún), con su música conmovedora y letras con conciencia social, se convirtieron en conocidos himnos de los movimientos populares. de los años 1960 y 1970.

Hoy, las nuevas generaciones de músicos chilenos se inspiran en el movimiento y muchos se consideran descendientes de la Nueva Canción. Sus músicos son referentes culturales y leyendas vivas en Chile, y su música uno de los tesoros culturales más originales y hermosos del país.