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MARÍA HELENA GONZÁLEZ
Fragmento del texto que aparece en el libro Juárez. A 150 años de su muerte, publicado por la UNAM y ediciones El Equilibrista, de recien- te aparición.
Existen factores que explican nuestro grado de cercanía y afecti- vidad con ciertas representaciones, entre ellas:
a).- Nuestra cultura icónica, ten- diente a formar juicio crítico sobre lo que miramos.
b).- La extendida preferencia por lo escrito -en detrimento de la infor- mación visual- cuando se trata de la Historia.
c).- La desconfianza en la idealiza- ción propia de los héreoes.
En el presente texto proponemos que la imagen de quien fuera presi- dente de México en varias ocasiones, entre 1858 y 1872, se nos aleja en el terreno de las afectividades, porque nos presenta a un personaje estereo- tipado y poco expresivo, sobre todo si lo comparamos con lo que nos ofrece la cultura visual actual, saturada de expresiones emocionales.
Un breve repaso por la historia de la imagen del reconocido estadista nos muestra a un hombre sentado o de pie, investido con los símbolos del poder republicano, o a un hombre re- tratado de perfil, o de tres cuartos, de tez morena, de entre 45 y 60 años de edad. La repetición del mismo ros- tro, peinado y acicalamientos (las variaciones incluyen marcadamente el color de la piel) acentúa la inexpre- sividad del modelo, que carece asi- mismo de flexibilidad corporal. Esto nos lleva a pensar en un estereotipo que se muestra, en un muy reciente ejemplo de circulación de la imagen simbólica, en la serie de los billetes
de 500 pesos, esos que destacan “el principio básico de igualdad ante la Ley”.
El libro Juárez. Memoria e imagen en el centenario de su natalicio (Va- rios autores, 2006) incluye alrede- dor de un centenar de fotografías de pinturas, esculturas, murales y otros objetos que representan al también llamado Benemérito de las Améri- cas. Sin ser especialistas en lectura de rostros, lo primero que llama la atención es el color de ojos de Juá- rez. ¿Cómo era su mirada? ¿Por qué Tiburcio Sánchez, N. Vela, Escudero y Espronceda, Evert A. Duykynck, José Clemente Orozco y Jorge Gon- zález Camarena le aclaran los iris? ¿Será que ante la ausencia de cone- xión emocional -en los seres vivos el entrecruzamiento de las miradas es crucial- la estrategia plástica para acercarnos al modelo es la claridad como sinónimo de iluminación?
Cuando miramos las pinturas de Juárez, llama la atención la cantidad de representaciones que se alejan de la fisonomía del estadista, mis- ma que podemos conocer a partir de dos fotografías famosas: aquella en la que aparece con su hermana María Josefa y su esposa Margarita Maza,eldíadesubodayunadelas últimas que le tomaron (Colección de la SHCP).
Por otro lado, la web ofrece gran cantidad de imágenes hipermedia- das, es decir, que interactuan con diversos medios de comunicación y representación. Pero el efecto estéti- co es el mismo. Haciendo un simple análisis veremos que las característi- cas con que podríamos hacer el retra- to hablado se ciñen al color de la piel, la nariz aguileña, el peinado alaciado de raya un lado, la vestimenta formal y el espacio cargado de símbolos de poder -señaladamemnte la bandera tricolor- que le es propio, e induce nuestra lectura hacia el campo se-
mántico de valores vinculados al respeto, entre ellos la admiración y la sumisión como límites opuestos.

En “Las otras imágenes: Juárez en palabras”, Vicente Quirarte (2006) establece las diferencias entre la imagen narrada y la imagen icónica. Propone como registros objetivos las fotografías que existen sobre el naci- do en Guelatao, estableciendo que la tensión aparece cuando comparamos lo mirado con lo escrito, al iniciarse una espiral de reflexividad que acaba de resolverse cuando aceptamos la constitución de la realidad humana como un juego de representaciones de mediaciones y de remediaciones.
Hasta aquí hemos dicho que Juá- rez nos es familiar porque hemos puesto atención a ciertos rasgos iden- titarios -aunque a veces Juárez no se parezca a Juárez-. Pero el problema de la lectura va más allá del sujeto que se retrata como una ficción que se desenvuelve en el espacio moral: “Los marcos u horizontes morales son un conjunto de distinciones cua- litativas que son aprehendidos por sus adherentes de un modo superior e incomparable en relación con otros, y que, a su vez, inspiran nuestro so- brecogimiento, respeto y admiración. Podemos imaginarlos como los cons- tituyentes de un espacio en el cual juzgamos la realidad y desde la cual lo hacemos. Desde tiempos inmemo- riales, las representaciones son un recurso para captar al “yo” de cada uno, y esto incluye el aspecto emo- cional. El yo de cada uno se enfrenta a los otros yoes de manera emotiva. En las neurociencias encontramos aportaciones interesantísimas y no- vedosas.
Una de ellas permite integrar a esta comprensión la localización y el funcionamiento del Sistema Nervio- so Autónomo y las áreas cerebrales comprometidas en la experiencia, o el reconocimiento y la expresión emocional: “En la actualidad existe un vasto cuerpo de investigaciones abocadas al estudio de diferentes parámetros periféricos ante la acti- vación emocional, tales como la ac- tividad muscular facial, frecuencia cardiaca y respiratoria, así como la respuesta galvánica de la piel… los re- sultados de estos trabajos muestran que existe un patrón de activación del sistema nervioso autónomo que es característico de cada una de las emociones básicas… Otra aproxima- ción al estudio de las emociones está dada por la evaluación de la reacción autonómica que subyace a situacio- nes emocionales de valencia positiva y negativa ante la presentación de es- tímulos visuales afectivos”.
Poco animadas por carecer de gestos, lágrimas, o sonrisas, algunas pinturas de Juárez generan la misma actitud de impasibilidad en quien las mira. No logra conmovernos -aunque lo hagan y puede ser incluso has- ta las lágrimas-, ciertas narrativas basadas en los hechos, números, y datos de su paso por la vida. Lo ad- miramos por lo que sabemos sobre él, pero su imagen no es estimulan- te al respecto. Como vimos en un principio, en el cerebro, la conexión emocional y el reconocimiento facial
son procesos independientes.
Las neuronas espejo, generado- ras de empatía tienen mucho que ver con nuestro apego a ciertas imágenes. Ekman insiste en que es en el rostro en donde podemos decodificar las emociones del otro: “Ya tenemos pruebas de que hay más expresiones faciales diferentes que las palabras que existen en la lengua para nombrar una emoción cualquiera punto el rostro ofrece un mapa de señales sutiles y de matices que el lenguaje no ha podido trazar en palabras únicas (Ekman, P. 2021
pág. 134).
Acaso sean las microexpresiones,
definidas como expresiones emo- cionales que abarcan todo el rostro y duran apenas una fracción de lo que duraría la misma expresión en condiciones normales, las que nos pudieran mostrar una parte del al- ma de Juárez que aparece retratada en los hechos, pero no en su imagen creada. Esas microexpresiones casi imperceptibles, brindan rica infor- mación por su autodelación de emo- ciones ocultas. El miedo a la lente, a quedar mal representado, a no al- canzar a hacer patria como debiera propiciaron su apariencia hierática, poco humana. A Juárez lo peinaron siempre como estatua. FIN.