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MÉXICO, D.F., 13OCTUBRE2010.- El escritor José Emilio Pacheco, recibió la medalla al mérito en las artes de la Asamblea Legislativa. Lo acompaño a la ceremonia su esposa Cristina Pacheco. FOTO: IVÁN MENDEZ/CUARTOSCURO.COM


*Fernando González Domínguez



Cristina Romo Hernández nacida en el municipio de San Felipe Torres Mochas, Guanajuato emprendió hace un mes un viaje sin regreso. Será como su esposo, una viajera eterna. José Emilio lo inició hace diez años. Al parecer hubo nueva boda estos días.


A sus cinco años de edad la niña Cristina mudó su residencia del Bajío a la capital de la república, con una breve escala en San Luis Potosí. Arribó a su entrañable Distrito Federal donde le tocó vivir conforme lo decretaran los personajes de su amigo Carlos Fuentes en la “La región más transparente del aire” su novela corta del año1958. Ahí se lee por primera vez: “ni hablar aquí nos tocó”. Aquí te tocó Cristina.



Su padre y su madre, siempre parlanchines entre ellos revela su hija, mudaron de campesinos sin educación a obrero él en la refinería de Azcapotzalco y empleado de ferretería en Iztapalapa mas tarde, fueron comerciantes y vendedores ambulantes. Vivieron en una vecindad del rumbo de Tacuba, tan parecida a las locaciones que Cristina eligiera para hacer sus reportajes. Cursó su carrera de letras en la UNAM. Editora de libros en la empresa Contenido y secretaria de redacción de la revista de la máxima casa de estudios. Fue escritora primeriza en los diarios “El Popular” -que se llamaría después “El Día”- por recomendación de Henrique González Casanova su jefe universitario. Cristina cimentó una carrera intachable y constructiva desde sus inicios. “El trabajo es mi placer” llegó a decir y jamás dejó de hacerlo. Cristina Romo Hernández, su verdadero nombre firmó en esos trabajos iniciales como Juan Ángel Real. Decidió por el apellido Real en alusión a la “realidad” según le aconsejó uno de sus primeros mentores, el famoso Nikito Nipongo, seudónimo también del periodista Raúl Prieto.

22 de octubre 2012, durante la inauguración de la Feria del Libro del Zócalo Capitalino en el edificio de Gobierno del DF. Foto: Iván Mendez / cuartoscuro.com.

El programa de Cristina “Aquí nos tocó…” duró 45 años y ocho meses ininterrumpidos en el Canal Once conducidos por la misma escritora desde que un Día de las Madres del año 1978 saliera al aire. Afirmaba que su programa estaba hecho para la señal de Once y no en las estaciones comerciales. Fue considerado en 2013 como parte de la memoria de México por la UNESCO privilegio único para un programa de televisión mexicano.



Cristina colaboró en los principales diarios y revistas. Los que se dicen referentes: cuando el periódico “El Día” estaba en ascenso ella trabajaba ahí. Cuando “Novedades” y “Excélsior” eran la referencia obligada Pacheco escribía ahí. Lo hizo también en la entonces influyente revista Siempre de Pagés Llergo. También estuvo en las otrora gloriosas páginas del Unomasuno en su primera etapa. Hace décadas a propósito del nacimiento del diario “La Jornada” acordó con Carlos Payán un espacio para contar cuentos cortos, Mar de Historias, bautizado así por su esposo José Emilio Pacheco.


Ya sabemos que a los que se van, los que parten les brotan flores y cualidades. No es el caso de la señora Pacheco. Todo lo escrito estas semanas fue sincero además de justo. Nadie dijo siquiera una letra en contra de la persona, del personaje y de la escritora recién fallecida. El respeto y el cariño se desbordó a pesar de transitar por los pisos resbaladizos del negocio de los medios. Jamás se supo de un escándalo ni de falta de ética profesional o quebranto tan común en los personajes de la industria de la comunicación. ”El periodista es un servidor. Este es un oficio hermoso que obliga a respaldar las palabras y la verdad” comentó hace unos meses. “Se requiere tener vocación. Leer mucho. El periodismo no acepta la indiferencia” concluyó. Su trabajo era ampliamente reconocido, y muy valorada su manera de hacer oír a quienes nada pueden porque nada tienen.



La literatura de la conductora sorprende por su consistencia. Decenas de volúmenes y colaboraciones que seguro le reservan un lugar de privilegio en los estantes nacionales. Sus libros publicados y sus textos en periódicos y revistas constituyen una valiosa obra digna de analizar.



Participó Cristina en las dos frecuencias mas importantes de la radio de la ciudad : “Dueños/Amos de la Noche” para la XEW y mas tarde para Radio Fórmula. Estuvo en Voz Pública y en Radio Capital con esa lenguaje educado y amable que para el medio radiofónico resulta muy valioso. A la falta de imagen le sustituye el valor de la dicción y la correcta sintaxis.



Su trabajo en la televisión es capítulo aparte: logró con sus palabras tejer un modo de expresión sencillo, confiable y de gran entendimiento para las audiencias que se asomaban a ver sus programas y se mutaban en cómplices de ese lenguaje comunitario que algo tenía de denuncia y algo tenía también de poesía. Oírla preguntar con ese respeto y hasta cariño por sus entrevistados llamaba más a la atención que a la sorpresa. Desechando ese ingrediente de “sabelotodo” de conductoras y conductores Cristina no buscaba sorprender a las señoras de la vecindad que visitaba, o las jovencitas uniformadas de organilleras o policías con las que gozaba platicar. Coquetas ellas le soltaban alguna queja justa sobre el sistema, la maternidad o la violencia de género sin ningún exabrupto ni pedantería militante. Hizo hablar con esa misma ternura a tipos rudos del ring. Boxeadores y luchadores se doblaban con ganchos al hígado o llaves “Stilson” en forma de pregunta y comentario. Hasta el sudor rancio del gimnasio se olía -metáfora aparte- en los aparatos receptores.



Gozaba la señora Pacheco con su trabajo y enseñaba lo que alguna vez le dijo a una periodista que buscaba entrevistarla y retratarla en su casa : “la mejor escenografía está en las calles” . “En Aquí nos tocó vivir nadie se disfraza. Todo es real y espontáneo” sostenía enfática. Seguramente muchos vimos por primera vez las calles de la Ciudad Nezahualcóyotl, Neza pa’los cuates, por las imágenes de su visita a esa demarcación. Conocimos los llanos polvorientos de Iztapalapa, y los lodazales de Chimalhuacán cuando ella llevó a su unidad portátil a grabar en esas barracas. Nos mostró los callejones escondidos del Centro Histórico. Nadie había visto antes una vecindad que no fueran las de Pedro Infante, Tin Tan , Cantinflas o la del Chavo. Aparecieron la de Nonoalco de “Los Olvidados” de Buñuel y las de los “Hijos de Sánchez” con Lucía Méndez. Acaso las comedias de “Lagunilla mi barrio” y a la jovencita Salma Hayek en su “Callejón de los Milagros” filmadas siempre para el celuloide como puesta en escena y no como la realidad que está a la vuelta de la esquina donde siempre había una cámara de Pacheco dispuesta a registrar lo cotidiano.



Las vecindades de “Aquí nos tocó…” en la Santa María Ribera o Tepito olían a frijoles en la lumbre o quizás a “Sopita de Fideos”. Las entrevistadas y entrevistados hablaban a sus micrófonos mientras espantaban una mosca, o alejaban a su perro, o cargaban a un bebé moquiento y lloroso. Basureros, “viene-vienes”, mecánicos o taqueros interrumpían por instantes sus tareas para regalarle una respuesta, una queja y hasta un piropo a la bella Cristina, muchas veces con el pelo al vuelo por los aires callejeros. La magia de la televisión resecaba el paladar por el polvo de las barracas, o provocaban humedad en los ojos de los televidentes por la pobreza tristona de los personajes, de sus “olvidados”. A esos miles de paisanos, chilangos nunca se les había escuchado, y menos con una periodista que a ratos igual contenía unas lágrimas. Sin embargo su habilidad para la comunicación también le ayudaba a darle un tono alegre a esas carencias que con ánimo y empatía celebraba también las pequeñas dichas y el empeño de sus protagonistas.




Cuenta la conductora que buscó a don Dámaso Pérez Prado para pedirle una entrevista. Lo encontró bajando unas escaleras, hizo su solicitud y aprovechó para pedirle permiso de usar su música. Úsela, úsela casi le ordenó el “Malacachimba”, el “Cara’e foca” no sin antes decir que conocía su trabajo y le gustaba. Vaya distintivo logró la conductora : hoy basta oír los primeros acordes del mambo de Politécnico y el del Ruletero para imaginarse el programa.



En 1985, mientras Jacobo iba y venía con relatos -muy valiosos- de la caída de los edificios que le recordaban su infancia o sus casas de trabajo, Cristina trataba de animar a las costureras de San Antonio Abad que habían perdido su empleo, a sus familiares y amigas, dolorida, afligida con respeto platicaba con ellas, mientras en la imagen de fondo se veía a los voluntarios que retiraban piedra por piedra los pedazos de la tragedia. La otra tragedia era descubrir las terribles condiciones de trabajo de esas obreras dibujadas también por cierto en los trabajos de su amiga Elena Poniatowska.



Tuvo Cristina unos años después de hacer semana a semana la “reportera de las calles”, la oportunidad de tejer también el lado opuesto de su trabajo como entrevistadora. En un ejemplar alto contraste inició una serie de entrevistas en estudio con personajes reconocidos que le contaron cosas impensadas para su fama o trayectoria profesional. El programa se llamó “Conversando”. Ocurría en una salita íntima y floreada a la que llegaban notables personalidades muy interesadas en ser entrevistadas por una maga de la palabra. El formato en vivo permitía la participación vía telefónica de quienes seguíamos sus emisiones.

19 de Marzo de 2013 durante su conferencia magistral en la instalaciones de la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Foto: Guillermo Perea / cuartoscuro.com.


Sin aspavientos y cuestionarios rudos pudo sacarle a esos personajes revelaciones y denuncias parecidas a los de la calle, con habilidades y respeto similares. Duró unos treinta años hasta su despedida el pasado primero de diciembre que nos dijo adiós para siempre : A Chabelo lo hizo hablar como Javier López y platicar con ambos en una especie de puesta en escena que mostró a su audiencia quien era cada uno. A Jacobo le hizo platicar las cosas personales que el “Güero de la Merced” siempre contuvo. Al acabar la emisión cantaron “Cenizas” de Wello Rivas a dúo pues ambos conocía muy bien la letra. Bella escena pero…¡Qué bueno que los dos se decidieron por el periodismo! Ese programa se convirtió en una digna pasarela de notables que algo tenían que contar. Diana Bracho, de amplísima trayectoria confía en que fue Cristina en “Conversando” quien le hizo las mejores entrevistas de su carrera gracias a su tono cálido y respetuoso. La quiero y la respeto. Chabela Vargas le anunció su abstinencia. El “Estilos” Oscar Chávez, en calidad de “Caifan”, gruñón eterno se le vió tierno. Etcétera interminable de personajes por cientos y cientos. ( De la sección otros datos: en 1973 la jovencita Diana Bracho obtuvo el Ariel por coactuación en el Castillo de la Pureza de Arturo Ripstein con guión del esposo de Cristina, el escritor José Emilio Pacheco basado en la obra “La Carcajada del Gato” de Luis Spota).



“Conversando” tuvo como invitados a una pléyade de personajes la mayoría muy conocidos pero también la generosidad de la Pacheco daba espacio a grupos de arte, de música, tríos o productores y directores en ciernes que buscaban un nombre en el mundo de la cultura y del espectáculo que las “razones comerciales” les limitaban el acceso a las cámaras y micrófonos. También personajes de música o teatro tradicional o alternativo tenía un asiento en “Conversando”.

Fueron cientos las reflexiones sobre la calidad periodística y personal del trabajo de Cristina que agotaría el espacio disponible. Todos sus colegas le elogiaron. Aquí unas reflexiones: Javier Solórzano recordó elogiosamente -en su calidad de colega y ex compañero de señal en el Once- el trabajo de la periodista “quien se merece un gran homenaje -dijo- por el sentido social de su esfuerzo ”. Javier como otros colegas ya habían sugerido esto desde que cinco años antes de que se festejara en el popular Salón Los Ángeles el 40 aniversario de “Aquí…” Le mereció la emisión de un billete de la suerte de la Lotería Nacional. La escritora Guadalupe Loaeza confiesa que gracias a que una noche antes vió a Cristina con sus reportajes en zonas marginadas se convenció y presentó a sus editores su idea de escribir en contraste y con ironía lo que luego se volvió su libro mas vendido “Las Niñas Bien”.


Como diez años antes, la capilla doliente de los Pacheco Romo fue visitada por decenas de personajes de la comunicación y la cultura. De dulce, de chile y de manteca porque como hemos insistido si una mujer de los medios era querida se llamaba Cristina y se apellidaba Pacheco en un homenaje más que de oro a su marido. Nunca lucró con ese apellido lo honró a grado extremo como una sólida muestra de amor y respeto hasta el ultimo día de su gloriosa vida. Emotivas palabras de sus hijas Laura Emilia y Cecilia que prometieron llevarla a un lugar más cálido al mismo tiempo que liberaban palomas como enviando un mensajes de amor a su padre y ahora a su madre a donde quiera que estén, quizás en un tren infinito, digo yo. Esta misma semana a propósito de la decada de partida de José Emilio quisieran que su casa repleta de libros, fuera un templo a la poesía. Ya lo es por lo cristalino de sus moradores.



Rumbo al final platico que muchas veces coincidí en los pasillos del Canal Once con la señora Romo Hernández, Cristina Pacheco. Coordinaba yo la serie “De Cara al Futuro” con la escritora Ethel Krauze . A cambio de mis tres palabras de “Buenas noches Cristina“ recibía yo cinco de regreso: “¿Cómo le va? Buenas noches”. Nunca negó un saludo y siempre amable incluso lo buscaba con respeto y deferencia aún a quien como yo no nos conocíamos mas que de vista. Educada siempre esbozaba una sonrisa cortés con esos ojos que siempre me parecían brillantes incluso fuera de las luces del estudio. Nunca la detuve a platicar y nunca me negó un saludo cordial. Pasados los años quise pedirle un texto de presentación para un libro sobre periodistas que llevo mucho tiempo preparando. “La voy a buscar”, me dije, y encontré el pretexto ideal hace unos meses: Los preparatorianos del pueblo de San Juan Coscomatepec de Bravo, Veracruz pusieron su altar de muertos dedicado al esposo de Cristina, el célebre José Emilio Pacheco, Premio Nacional de Artes y Ciencias y Premio Cervantes entre muchos otros. Me llamó la atención que el pequeño poblado, cuna del historiador Enrique Florescano, también Premio Nacional y de reciente partida, recordara con vehemencia al escritor en lo que allá se conoce como la fiesta de “Todos Santos”. Ya no alcancé a enviarle la fotografía del homenaje efímero a Doña Cristina, ni mi solicitud de un texto para el libro de periodistas. ( Datos: “Las Batallas en el Desierto” en algún momento estuvo a la cabeza de más vendido en las Librerías Gandhi. Animó al grupo Café Tacuba a dedicarle una rola: “Las batallas”. Cada vez que se transmite “Mariana, Mariana” por la televisión, la audiencia se consolida con nuevos lectores que disfrutan a una Elizabeth Aguilar en calidad de diosa como Mariana)



Cristina recibió todo tipo de reconocimientos y premios. Honró a todos los personajes que nombraban esos premios incluso algunos fueron sus amigos : recibió El Rosario Castellanos, El Manuel Buendía y sobretodo el de la FIL de cultura llamado Fernando Benítez amigo cercano del matrimonio Pacheco-Romo. La periodista lamentó mucho no haber asistido a sus exequias por gira de trabajo, dijo alguna vez. ( otro dato: estas líneas se escribieron justo en el estudio de la que fue casa de Don Fernando Benítez en la Colonia del Valle. Probablemente José Emilio y Cristina estuvieron aquí mismo muchas veces. Hoy la frecuentan amigos y alumnos de Don Fernando y de Doña Cristina, la habito hace veintitantos años. El azar, debe ser el azar me imagino).



Hace justo diez años esta semana, en la capilla funeraria de su esposo José Emilio el entonces Rector de la UNAM José Narro Robles se acerca a Cristina Pacheco y le pregunta :


-“¿Cómo se siente? ¿Qué sigue para usted Cristina? ¿Qué va a hacer?.
– Respuesta: Voy a imaginar que José Emilio se ha subido a un tren y empieza a viajar como siempre lo hizo. Yo estaré segura de que algún día volverá como siempre lo hizo.


-Creáselo Cristina. Créalo así, le dijo el señor Rector Narro.

23 de septiembre 2010, Palacio de Minería Foto: Moisés Pablo / cuartoscuro.com



Cristina ya está sentada junto a su pareja en un viaje que se presume eterno. Va tomada de su brazo. Tardó sólo diez años esperando el regreso de José Emilio. Mejor se fue a alcanzarlo. Le lleva una bufanda y un café recién hecho para dos. Están planeando el próximo texto de un Mar de Historias.

*Director General de Factor D Consultores