Hace un par de semanas fue noticia nacional el fuerte operativo realizado por la Guardia Nacional y el Ejército en Huitzilac, en el que se terminaron clausurando más de diez aserraderos clandestinos y que ocasionó el enfrentamiento de algunos supuestos taladores con las fuerzas del orden.

A principios de año ya se había realizado otro operativo de importancia y entonces también se detuvo la operación de algunos otros aserraderos ilegales; y, no hace mucho tiempo, las autoridades de la Ciudad de México anunciaron que ya habían empezado a clausurar allá comercios que traficaban con la madera obtenida ilegalmente.

Esas acciones le dieron esperanzas a un buen sector de la población de que por fin se estaba combatiendo de manera sistemática y eficiente uno de los delitos más perniciosos que hay para la vida y la ecología como lo es la tala ilegal, que ya ha causado estragos en los bosques morelenses y ha puesto en un serio predicamento al Bosque de Agua, que alimenta los mantos acuíferos que benefician a la población de tres entidades.

Un daño ocasionado por la tala, que no es tan evidente, son las afectaciones a poblaciones completas de árboles consideradas endémicas de la zona, originarias de esos bosques devastados o que en ellos habían encontrado el lugar ideal para prosperar. Los talamontes arrasan parejo y no se fijan si alguna de sus víctimas solo arroja semillas una vez al año o si a su sombra se desarrollan otras especies vegetales que también pueden tener usos prácticos.

Nuestra compañera Angélica Estrada entrevistó a María Feliciana Arredondo Barrera del Instituto Mexicano de Medicina Tradicional “Tlahuelli”, quien lamentó que la tala haya diezmado la población de algunos árboles y plantas utilizados por la medicina ancestral de nuestro país. “La tala representa la degradación de la tierra, ya que se llevan las semillas y algunas plantas son anuales y, una vez taladas, ya no vuelven a crecer”, le dijo.

Son más daños, quizá insospechados por muchos, de la tala clandestina que todos deberíamos tener presentes cuando se hable del problema, pues este flagelo no representa solamente la devastación de zonas arboladas y la erosión ocasionada en los lugares despoblados de vegetación, sino el exterminio de delicados balances naturales logrados en milenios y de los que el ser humano ha sabido sacar provecho razonable y se ha beneficiado por siglos.

En efecto, se debe continuar combatiendo la tala y la comercialización ilegal de madera y no solo cerrando temporalmente los aserraderos clandestinos y sobrevolando aparatosamente las zonas ya afectadas. Por eso valdría la pena que alguien fuera al aserradero del que nos informaron anónimamente y que se ubica muy cerca de la única escuela secundaria federal de Tres Marías, la “Mariano Escobedo”; este aserradero trabaja de noche y, para atemorizar a los vecinos, acompañan con disparos el ruido de las sierras. Esto sucede hoy en Huitzilac a días de aquel despliegue espectacular de la Guardia Nacional.

Afortunadamente para todos, como se ve, los vecinos de Tres Marías, con disparos y todo, prefieren no quedarse de brazos cruzados, como cómplices del ecocidio que sigue azotando los bosques de nuestro estado. Muchos deberíamos seguir su ejemplo