Yo no he sido el único que ha pronunciado esas palabras cuando pienso en el cataclismo climático. Sí, yo soy muy flojo, pero no han sido únicamente bocas flojas a las que he escuchado pronunciar esa frase desoladora, peligrosamente normalizada.
Me apego a mi contexto. Una clase social, un lugar geográfico y unas ideas que ya no sé de donde surgieron. Pienso en mi entorno y me pregunto cuántas personas dirán lo mismo en otros Estados de México. Cuántas lo dirán en otros países de Latinoamérica. Cuántas en Europa… Y me quedo pensando en Europa, en la visión que podrían tener sobre el futuro y el cambio climático, una quizá muy distinta a la nuestra debido a las acciones que han llevado a cabo. Pienso en el Sur Global y que por factores externos, históricos, terminamos en esta realidad.
No es fácil desde cualquier perspectiva mirar más allá de lo latente, donde las tierras natales entintan las miradas y con ella coloreamos nuestras acciones. En México no es casualidad que el futuro lo veamos más amenazante, donde la inacción agravará más la situación. Mucho se dice con respecto a las estrategias que México ha (o no) llevado a cabo con respecto al cambio climático, así como el esfuerzo de sus habitantes para exigir nuevas y beneficiosas propuestas.
Se podría pensar que a México no le importa el al futuro debido a una cualidad innata de valemadrismo, pero es importante tener claro que la inercia mundial nos trajo exigencia tras exigencia, y que, con el pasar de cada uno, nos quedamos cada vez más alejados de los estándares internacionales. Ahora que parece que no estamos siguiendo el manual del cambio climático de la misma forma en la que lo hacen los países desarrollados, somos, a ojos del mundo y l@s propi@s mexican@s, nuevamente, valemadristas.
Ojo, no estoy diciendo que el cambio climático sea una moda, sino que las formas de abordarlo no deberían ser las mismas, tomando en cuenta que cada contexto tiene sus complejidades. Podríamos ponernos a pensar: ¿Se estará haciendo algo, pero no de la forma en la que nos dijo el mundo se debe hacer? Si realmente no se está haciendo nada, ¿por qué?
Suena complicado, pero ante dilema tan grande vayamos por áreas y vayamos por pasos. Situémonos en la coyuntura del mundo: Actualmente, allá afuera, desde diversas trincheras del mundo, se está llevando a cabo una pelea ideológica que se simplifica en perpetuar lo que queda del capitalismo o enterrarlo. No es tarea fácil, teniendo en cuenta lo arraigado que tenemos el capital en el subconsciente… o peor aún, en la racionalidad.
Desde un nuevo capitalismo, ya sea verde, de stakeholders o sostenible, se plantean, ahora sí de verdad, soluciones idílicas a crudos problemas a los que se les prefiere omitir el origen, pues mostrarían que estas nuevas propuestas son novedosas en forma pero conocidísimas en el fondo.
Esta renovación del capitalismo no es nueva, por lo que lo interesante surge del otro lado, cuando se piensa en otros modelos y, al no encontrarlos, se dimensiona la presencia del capital como el ente decididor de vida en el planeta, incrustado en la cultura de la modernidad, institucionalizado en entidades económicas y financieras e inclusive en nuestra racionalidad, la lógica de pensamiento, formación, capacitación y sentidos de la vida: El régimen ontológico del capital, según Enrique Leff, sociólogo ambiental de la UNAM. Es difícil encontrar una
forma innovadora de pensar cuando lo que existe y lo que imaginamos no simplemente se encamina a un sentido, sino que ya surge predeterminado a uno.
José Gabriel Palma, economista chileno, explica que América Latina está en un “Momento Gramsciano”: Empantanados en un modelo neoliberal que perdió toda legitimidad y discursos progresistas que no logran generar suficiente credibilidad. Esto, pienso, se expande más allá de las barreras económicas y latinoamericanas: Se siente al leer la tensión de noticias y acciones internacionales, o al escuchar la duda colectiva, desde distintos ángulos y en diversos idiomas, sobre el incierto futuro del sistema actual y su debilidad ante guerras, pandemias y soluciones alternativas las cuales no se están dispuestas a aceptar a menos que sean perfectas… a ojos de las potencias que tienen el poder para implementarlas o reconocerlas.
Sí, el problema ambiental es de carácter global, pero importa mucho la forma en que las personas dimensionan un problema según el contexto en el que viven, pues no es lo mismo saber que en un futuro llegará la catástrofe climática, a vivir sus estragos en un país que no tiene el plan o el presupuesto para mitigarlo.
Es curioso que América Latina se vea siempre atrasada desde la perspectiva de los países que marcan el paso del mundo. Empezó hace siglos, con las naciones de nuestra región orilladas a ofrecer recursos y ceñirse a las tendencias hegemónicas, resultando en un reducido margen de acción soberana. Convergió y continuó con grupos nacionales de gran poder que buscan mantener un estatus quo a costa de muchos otros aprovechando la compleja situación. Nos adaptamos a las exigencias del mundo y en momentos de crisis optamos por medidas
sugeridas que omiten la complejidad de nuestros diversos entornos. Actualmente la fórmula permanece.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son claro ejemplo de ello y podrían analizarse desde diversos puntos, pero me sorprendí cuando entendí que lo primordial sería concebir la distancia de todos esos objetivos con respecto a nuestras vivencias. Así dimensioné su lejanía. Funcionan con un modelo de arriba hacia abajo: Desde lo alto y homogéneas. Si las políticas públicas nacionales per se no generan consciencia climática ¿cómo esperar que organismos internacionales, creados en un contexto ajeno al latinoamericano, vean por encima de sus agendas y se adentren en las complejísimas masas en una sociedad? Aquellos objetivos se impusieron en el 2015 y caminamos con ellos no porque quisiéramos, sino porque el mundo siguió girando.
Lo curioso surge cuando hay gente que todavía no los conoce, y a las organizaciones que los impulsan les parece tan extraño. No es casualidad. Si el problema que los ODS buscan resolver fuera concebido por tod@s l@s mexican@s con la importancia que merece, no habría que hacer siquiera una labor de difusión, estaría todo el mundo interesado y sería un foco rojo en la percepción, definida cómo la forma en que individuos de una sociedad comprenden su entorno desde su propia perspectiva cultural, social y económica, y sintetizan, aceptan, rechazan y jerarquizan situaciones que los acogen.
Abigail Rodríguez, socióloga de la UNAM, afirma necesario estudiarla ya que permite generar propuestas que tengan sentido para las personas, partiendo de lo que piensan, sienten, observan, perciben y conocen, además de las inquietudes o los cuestionamientos que tengan. Las actividades para generar conciencia pueden ser esfuerzos nulos si no se conoce qué entienden las personas por cambio climático, si lo consideran como un problema o una amenaza, si no se sabe dónde obtienen información o si se sienten responsables.
Es por estas y otras peculiaridades que es necesario analizar qué problemas nos aquejan para así poder crear una vía sólida, comunicativa y participativa, de abajo hacia arriba, y entender cómo ve la sociedad mexicana no sólo el cambio climático, sino el futuro desde su propia y compleja interseccionalidad.
Próximamente les estaré presentando los porqués a los que llegué cuando dicen que México es un país “desinteresado” en el cambio climático. (Pista, no es por valemadrismo).