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De los lugares que buscan nombrarse a sí mismos.

Suelo decir que radico en la ciudad de México cuando realmente vivo en el Estado. También, después de esa primera capa, digo que vivo en Satélite a pesar de vivir en Lomas Verdes, pero es que nadie conoce Lomas Verdes a menos que tenga un familiar o una anécdota ahí. Sin embargo, gracias a lo que hoy leerán, espero que en un futuro cercano ya no serán pocos los que aquí hayan creado memorias.

Hace unas semanas se llevó a cabo, acá en mi pedazo del EdoMex, un festival de quince días dedicado a diversos tipos de arte: Esculturas, conciertos, murales y películas. La vida no me dio para asistir a los trece eventos que SatéliteM17, el organismo que gestionó todo, había seleccionado. Me planté únicamente en cinco eventos, pero sólo con ir a uno -y me consta de buena fuente- era suficiente para quedar maravillado por algo más que sólo las obras.

Pienso, de primeras, en “Knock Knock” y la inauguración del Andador 23. La primera se presenta como una instalación sonora, una inmersión que redescubre un mundo al que generalmente damos por hecho: El sonoro. Sentado junto a las plantas en una silla que vibra al ritmo del sonido, te abrazan tintineos y estruendos que aparecen aleatoriamente, desde la nada, como material crudo para rememorar lugares, momentos o sueños. Esta experiencia me mostró que, al igual que el lenguaje, el sonido también delimita nuestras barreras culturales, geográficas e ideológicas.

La obra de Víctor Palacio, el artista, me dejó cuestionando: ¿Cómo se siente el sonido? ¿Escuchamos como se supone debemos de escuchar? ¿Hasta qué punto pueden estimularse los sentidos? En esa tarde, que por primera vez pensé mi entorno como melodía, también dimensioné la pena por aquellos que no pueden escuchar vida.

Andador 23 es, literalmente, un pasillo sobre las calles de Satélite. Son paredes transformadas en lienzos para los artistas de la zona, y una que otra colaboración de artistas supraestatales. La creatividad transmutó a la pintura, y lo que era piedra se volvió mural: Metros y metros de estilos bautizados con sus propios idiomas visuales, salpicados de

acentos dedicados a los alrededores, conviviendo en una burbuja -o más bien, un rectángulo- en medio de las avenidas.

Estas obras tienen varias lecturas. Son arte y se les piensa como tal, pero la experiencia que me brindaron traspasó las barreras que una obra por sí sola puede ofrecer. La primera fue que, a comparación de ubicarse en museos o recintos, estas obras se presentaron en

pedazos de cotidianidad que poco habían sido pensados para el arte. Dentro del parque Naucalli, Knock Knock se llevó a cabo en el “Ágora”, un lugar muy descuidado y no por querer ser underground, sino porque era lo único que había. Andador no tuvo seguridad ni reflectores estatales sino que, irónicamente, fueron los mismos vecinos alrededor del Circuito Economistas quienes les denunciaron y reprocharon.

Satélite M17 llegó a raspar la costra grisácea nacida con la zona. Este festival fue, a mi parecer, un primer acercamiento a la creatividad juvenil propia de una ciudad relegada a un modo de vida donde el arte no es propia del lugar. Se creería que se está intentando dotarle de identidad a la zona, al sateluco, pero más bien se le está tratando de cambiar, de evolucionar.

También pienso este proyecto accidentalmente revolucionario gracias a las condiciones con las que fue hecho, por quienes, y en dónde. Mucho se habla de la centralización cultural de la CDMX y los patrones sociales que giran alrededor de ella: Sus asistentes, la ropa de aesthetic, las conversaciones, las cúpulas, la pose.

Aquí el público no formaba parte de un círculo elevado del arte, ni se saludaban entre todos porque todos forman parte del mismo mundo secuestrado. Aquí la gente vestía las ropas

de una salida al parque, de la escuela, del cine. Se hablaba acerca de lo cotidiano, de la vida que envuelve la vida a la orilla del arte, en lugares comunes del mundo. Aquí se les veía a los padres de los artistas repartiendo comida, dando discursos o abrazando.

Había familias que venían en paquete a ver el performance de dos hombres, según entendí, que se amaban (How to climb a mountain). Había niñas acompañadas de sus abuelas para escuchar una plática referente a los problemas administrativos al querer implementar el proyecto en la zona (Making modern monuments). Había fans de bandas que iban nada más a expresar afecto a sus ídolos (Canción que quema).

Incluso me atrevo a afirmar que SatéliteM17 logró lijar la forma y dejar el fondo: el arte. Al sentirme incómodo alrededor de familias, compañeros de escuela y niños, me di cuenta de que el arte debe ser así de cotidiano. Siento que viví arte de una forma más pura, más novedosa; distinta.

Creo que este festival fue un excelente ejercicio para cuestionar a la CDMX como el lugar legitimado en el imaginario colectivo destinado a la cultura. Abrió, al menos para mí, la posibilidad de ver un México multipolar, creador de festivales y gestor de nuevos talentos en lugares donde las dinámicas no se vean influidas por la forma en la que la CDMX existe.

Sin embargo, creo necesario definir las características del lugar donde se está gestando este movimiento. La gente de Satélite, Lomas Verdes, y sus pequeños alrededores, es clasemediera, medio clasista, conservadora. Ciudad Satélite nació a mitades del siglo pasado como un suburbio cercano al Distrito Federal donde se pudiera tener un pedazo de tierra, con un diseño parecido a los suburbios estadounidenses que priorizaban el uso del coche.

Así creció hasta nuestros días, con el Distrito Federal a treinta minutos de distancia. Para muchos es un bonito ritual ir a dominguear en la Ciudad de México porque no son sólo los espacios culturales sino los espacios colindantes, su conectividad: Calles, cafeterías, lugares interactivos, espacios de convivencia, parques, etc.

Satélite tiene el potencial (pero más que nada, el capital) para dinamitar eso, al menos de forma privada; sus habitantes pueden pagarlo. Creo que gracias a la influencia de diversas expresiones de arte encontrada en internet, la cercanía de la cúpula cultural de la CDMX y

las herramientas de clase que tiene el sateluco, la generación más joven de la zona ya estaba esperando que algo como SatéliteM17 sucediera. Ahora sólo queda observar la reacción de las otras generaciones y preguntarse:

  • ¿Podría ser que el sateluco promedio opte por relegarle a la CDMX los espacios que SatéliteM17 está tratando de implementar?
  • ¿Cómo se creará una comunidad junto a locales desligados actualmente del arte?
  • Si SatéliteM17 piensa consolidar a todo Naucalpan y con ello su complejidad ¿cómo desdibujará las barreras (principalmente socioeconómicas) para que todas las burbujas convivan entre ellas más allá de efímeros chispazos?
  • Si llega a consolidarlo ¿debería llamarse NaucalpanM17?
  • Si no lo hace ¿se estaría catalogando como una CDMX que, más que consolidar, absorbe el talento de sus alrededores?

A partir de lo vivido, imagino cuántos Satélites habrán allá afuera buscando demostrar su potencial, con sus propias complejidades y/o facilidades para lograr lo que aquí se intenta. Pienso en las experiencias que pueden trasladarse a otras localidades para encontrar puntos en común y catalizarlos todos en conjunto; al mismo tiempo, pienso en las cosas que hacen a mi localidad distinta de cualquier otra. A partir de lo vivido, sólo queda esperar a saber cuáles serán las nuevas características que enuncien al sateluco más allá de su geografía.

Por Bruno Naciff Otero

De entre todas las cosas, me define la resiliencia: Estoy a punto de terminar una carrera que no me gusta. Así también la positividad: Es una carrera menos para encontrar la que me encanta. En menor medida, también me define el sarcasmo. Ya no sé si la escritura me ha llamado o si he sido yo quien ha atraído a la escritura. Hasta el momento, sólo he necesitado de pasión para narrarle a las hojas como siento, pienso e imagino la vida. Lo hago desde la curiosidad por lo sencillo, lo bello en lo cotidiano y la magia que, oculta, nos habita. Mi nombre es Bruno Naciff Otero. Tengo 22 años y estudio Negocios Internacionales en la UNAM. Antes no tuve la claridad para encontrar oficio que me encantara, pero creo que al escribir estas líneas me acerco más a encontrarlo. Uno de mis sueños es llegar a ser un excelente escritor; otro es ver un cielo repleto de estrellas. Estoy en un momento donde sé que puedo cumplirlos ambos.