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La humanidad vs la máquina

(Segunda parte)

 

 

¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Por placer o porque esperamos algo? Lee Sedoul, después de ser vencido por la inteligencia artificial AlphaGo en cuatro de cinco juegos de Go, se retiró. “Yo pensaba que era el mejor, o al menos uno de los mejores. Pero luego la inteligencia artificial me dio el tiro de gracia. Es simplemente imbatible”, declaró justificando su decisión. ¿Lo hacía para ganar, entonces? ¿Por qué el hecho de que exista una máquina imbatible implica –en su lógica– que el juego haya perdido su propósito? ¿Acaso la máquina se llevó también el gusto por el proceso?

Antes de derrotar a Lee Sedoul, AlphaGo se enfrentó al jugador chino Fan Hui, en una serie de cinco partidas, las cuales AlphaGo también ganó. Fan Hui jugaba en una categoría menor, pero era reconocido como el campeón europeo de Go. Su experiencia no fue muy diferente a la de Sedoul. En una de sus declaraciones dijo que: “Cuando la gente me pregunta cómo me sentí cuando perdí contra AlphaGo, creo que les resulta difícil entender cuánto cambió esa experiencia el juego para mí. Antes de jugar AlphaGo, sentía que conocía el mundo, que sabía muchas cosas. Pero después todo cambió”.

En pocos años la idea de que una inteligencia artificial es superior a nosotros se volvió prácticamente aceptada por todos. Quizá hoy en día, pocas personas se atreverían a asegurar, como lo hizo Sedoul, que la máquina no es un rival. Antes eso era impensable. Una idea del futuro, todavía lejano, sin embargo, en Fan Hui y Sedoul se sintetiza un largo proceso cuyas conclusiones fueron avasalladoras. Por eso, el único triunfo de Sedoul nos hizo sentir como que reivindicaba algo en nombre de la humanidad. Un atisbo, un mínimo gesto que revelaba la fragilidad de las inteligencias artificiales. Por supuesto, esto no duró mucho. Poco tiempo después AlphaGo aprendió de sus debilidades, corrigió sus errores y se volvió imbatible.

Por el momento las IA’s sólo pueden especializarse en una sola cosa. AlphaGo puede vencer a cualquier humano en Go, pero no puede hacer ninguna otra cosa. Lo mismo podemos decir de un brazo robótico que está especializado en operaciones quirúrgicas de precisión sobrehumana. No puede hacer algo diferente a lo que su programación le manda. Desde hace tiempo los humanos también hemos tendido a la especialización. A diferencia de otras épocas, en las que la ciencia buscaba una visión holística, en ciertos terrenos académicos, hoy se privilegia la hiper especialización. Me pregunto si acaso este proceso nos mantiene de nuevo en desventaja, frente a máquinas que probablemente comiencen a realizar varias tareas al mismo tiempo.

Algo que me llamó la atención del documental AlphaGo es que en algún punto, los mismos programadores sintieron culpa del creador. Al ver lo que la inteligencia artificial provocaba en los contrincantes humanos, vieron que las consecuencias eran más profundas de lo que habían concebido. Los inventos son una forma de que los humanos se prueben a sí mismos que son capaces de hacerlo. La idea de lograr programar que aprenda por sí mismo a jugar Go, a ser creativo, es sin duda un reto seductor, como también lo fue por ejemplo, la creación de la bomba nuclear (además de las razones políticas, por supuesto). Era un tema de “podemos hacerlo”. Lo paradójico es que hay una larga tradición de científicos que se arrepienten cuando logran ese objetivo y vislumbran la siguiente etapa del proceso que han desencadenado. Una vez que se materializa el sueño y las fronteras se abaten, los creadores sienten que quizá han ido demasiado lejos y peor aún, que alguien más llegará incluso más lejos, sin importar las repercusiones. ¿Qué pasa cuando esas fronteras ya no se establezcan para los humanos sino para las máquinas? ¿Quedará espacio para los sueños y el arrepentimiento?