loader image

Las redes sociales y su impacto en la creación de contenido creativo

¿Cuánta gente hoy en día tiene descargado Tiktok en su celular? Muchísima. Pero yo no… yo veo los tiktoks en Instagram.

Hace unos años, en la pandemia, por el fulgor de una fama adolescente en twitter, decidí migrar a tiktok para continuar mi carrera de niche internet micro celebrity (una fugacísima fama en un micro sector del internet). Después de cinco videos cómicos me harté del trabajo detrás del grabar y editar. Entre hacer tiktoks y cuidadosamente analizar otros -por las tendencias de las que me podría colgar- se me iba la mitad del día. Opté por borrar la aplicación, pues ya no me daba el tiempo para perder la otra mitad en revisar las redes faltantes.

Comprendí el complicadísimo trabajo detrás del tiktoker, la facilidad en la que puedes convertirte en uno, y como poco a poco el contenido se perfilaba para ser viral y efímero, de tendendencias, si es que para ese entonces todavía no lo era.

No fue hasta la llegada de los reels (la opción de Instagram idéntica a tiktok) que me di cuenta de que ese formato había llegado para quedarse. Dentro de ellos encuentras de todo: Gatitos, bebés, gamers, deportes, arte, gatitos gamers, bebés artistas, etcétera. Es un reflejo del quehacer de una gran parte del mundo, delimitada por una pantalla vertical con un máximo de minuto… y no porque no pueda ser de más, sino que a esos videos largos la gente se los omite.

Poco a poco fui encontrando cuentas creativas, como la de ese chico que con plastilina crea historias terroríficas de realismo mexicano (@muerte_al_buen_cine); esos hermanos que venden nostalgia a través de cortitos (@jondrafilms) y esa chica de historias bellas encontradas en lo cotidiano (@elvlogdetrin). Ninguna más de minuto y medio. De entre las cuentas he visto también que resurge la poesía, una concreta: Micropoesía.

“Ya no pelamos juntos las naranjas”, escrito sobre un fondo negro con una canción antigua. Tomando en cuenta que el mundo trae un ritmo aceleradísimo y no retenemos bastante información, no se me hizo extraño pensar que las redes sociales podrían revivir a la poesía: Gran parte de nuestra generación no tiene tiempo y ganas de leer un libro, pero sí las líneas que quepan dentro de un minuto. Lo curioso de la poesía es que es más que sólo su forma; pueden pasar semanas a las que les mueve únicamente un verso. Hace unos días me salió uno de Pizarnik, y “habito con frenesí la luna” se ha vuelto mi pensamiento dominguero favorito.

Pese a este resurgimiento artístico que me parece bueno, me cuestioné si esta ola creativa cargaba consigo originalidad. La semana pasada un compañero del trabajo me dijo que quería ser fotógrafo, y por ello empezamos a idear cómo hacerle para destacar en redes. Me envió unos ejemplos de filósofos explicando ideas de grandes autores, poetas callejeros con máquinas de escribir y fotógrafos utilizando ajustes preestablecidos. Todos seguían las tendencias del ramo al que pertenecían. Concluimos que, para crecer en una red social, se deben seguir las tendencias hasta cosechar un buen número de seguidores; antes de eso no se recomendaba ser original. Además, dicha originalidad deberá ser una que venda. No puede ser de cualquier tipo.

Pienso al tanteo, pero creo que antes los contenidos viajaban más lento. La gente que creada cosas no estaba expuesta diariamente a cien variantes de una misma idea. Las corrientes abarcaban quizá un año entero, y a partir de ellas se creaban obras con una misma base, pero todas distintas entre sí. Había obras para inspirarse pero tiempo para reinventarlas. Hoy, bajo un entorno donde el contenido se mueve deprisa, la necesidad de la tendencia está a la orden del día, sin importar si esta nace, vive y muere en una semana. Con el simple hecho de estar expuestos al actual dinamismo, se diluye la originalidad… o más bien, no se deja de estar influenciado por el mundo.

Imaginemos que una persona llega al punto en el que, por sus números, se percibe influencer, decidiendo hacer algo auténtico. Al haber ganado seguidores en su mismo rubro, estos probablemente ahora copiarán su contenido. En redes tan amplias y conectadas como las de ahora, ese formato llegará a miles de personas en un tiempo récord. Se crea una nueva tendencia pero, como en toda plataforma contemporánea, es difícil saber quién empezó un trend. Quienes crean, hacen lo mismo. Quienes observan, ven todo igual. Ejemplifico. Hace unos meses se puso de moda un tipo de reel donde se imitaba el estilo del director Wes Anderson: Colores, tipografía, tipo de tomas y banda sonora. Al principio se me hacía curioso, pero dos semanas después ya estaba harto de la cancioncita, y me sentía impotente de no poder ver nada más porque todos creaban exactamente lo mismo. Tardó una semana más para que alguien hiciera un video imitando al director chino Wong Kar Wai. Hicieron falta tres semanas para que se disipara la euforia, y que a partir de la base WesAnderiana surgiera algo distinto. No fue sorpresa que para ese entonces el trend ya estuviera cayendo en picada.

A final de cuentas, la intención de crear contenido artístico generalmente es impulsada por el sueño de destacar en la red para vivir de un pasatiempo amado. Buscar ser famoso en tiktok es únicamente un medio, una moneda al aire para llegar a un trabajo soñado… a veces, con más garantías que el intentarlo del modo convencional.

A esta dinámica se le podría catalogar como ciber-meritocracia: Enfocar el trabajo a patrones percibidos como catalizadores de elogio para ascender en un entorno competitivo. Esto termina siendo una vaga promesa para quienes hacen videos, pero pensar que es posible vivir un sueño gracias a las redes ya reside en nuestro imaginario colectivo como una posibilidad. Cuántas veces no hemos escuchado a alguien decir “Ya mejor me hago tiktoker” como respuesta al hartazgo de su entorno. Bajo estas condiciones, creo que sería prudente cuestionar la elección de las tendencias por encima de la autenticidad debido a una idea cibermeritocrática. Sin duda, la aparición de Tiktok ha catapultado la creación de contenido, pero ¿estamos más cerca de consumir contenido creativo, o más bien de ver a la creatividad como un nuevo producto de consumo supermasivo?

Por Bruno Naciff Otero

De entre todas las cosas, me define la resiliencia: Estoy a punto de terminar una carrera que no me gusta. Así también la positividad: Es una carrera menos para encontrar la que me encanta. En menor medida, también me define el sarcasmo. Ya no sé si la escritura me ha llamado o si he sido yo quien ha atraído a la escritura. Hasta el momento, sólo he necesitado de pasión para narrarle a las hojas como siento, pienso e imagino la vida. Lo hago desde la curiosidad por lo sencillo, lo bello en lo cotidiano y la magia que, oculta, nos habita. Mi nombre es Bruno Naciff Otero. Tengo 22 años y estudio Negocios Internacionales en la UNAM. Antes no tuve la claridad para encontrar oficio que me encantara, pero creo que al escribir estas líneas me acerco más a encontrarlo. Uno de mis sueños es llegar a ser un excelente escritor; otro es ver un cielo repleto de estrellas. Estoy en un momento donde sé que puedo cumplirlos ambos.