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Julián Vences

Un domingo 17 de abril de 1966, en la catedral de Cuernavaca, se celebró por primera vez la Misa Panamericana, la popular “misa de mariachis”. Esa música, esos cantos ya sonaban con anterioridad en la capilla del Centro Intercultural de Cuernavaca fundado y dirigido por monseñor Iván Illich. Ahí, el canadiense y folklorista John Mark Leclerc a partir de grabaciones recopiladas por el obispo Sergio Méndez Arceo, compiló acordes chilenos, brasileños y mexicanos interpretados por el Mariachi Hermanos Macías.

Con o por la “misa de mariachis” el obispo Sergio Méndez Arceo reafirmó su fama de renovador litúrgico; fue como la cereza en el pastel, como un coronar con broche de oro las precedentes innovaciones: restaurar catedral, celebrar misas en español (no en latín ni de espaldas, sino de frente a los fieles), promover leer la Biblia e incluso, con autorización del Papa Juan XXIII utilizar la versión protestante «Dios habla hoy» y, sobre todo, por sus intervenciones en el Concilio Vaticano II.

Cada domingo jubilosas y entusiastas multitudes, venidas de todos los rincones, abarrotaban la nave de catedral, deseosas de participar de esta novedosa manera de alabar a Dios. Decenas de curas, obispos y cardenales, como nunca antes en ningún otro templo del mundo, venían a concelebrar.

Al reverendísimo séptimo obispo lo alumbraban reflectores de los cinco continentes. Su apartado postal, el número 13, diariamente rebosaba de correspondencia, el teléfono 2 12 88, sonaba a cada rato. Más y más gente interesada en esta misa escribía o llamaba pidiendo informes, solicitando permisos y partituras.

Pero la fama de unos, como siempre, molesta a otros. Y la fama cuesta. Y al excelentísimo señor obispo se la cobraron muy caro, sobre todo porque en sus prédicas abordó temas relacionados con derechos y justicia social.