(segunda parte)

 

En mi columna anterior hice un resumen sobre cómo, en 1973, Alejandrina Ávila se convirtió en guerrillera. En esta segunda entrega describiré, brevemente, cuáles fueron los resultados de esta militancia, cómo terminó tal aventura guerrillera y qué ha sido de Alejandrina desde entonces.

Recordemos que se trataba de un contexto nacional dominado por un régimen autoritario y represor hacia una parte de la disidencia política. Lo señalo ya que hay posturas que mantienen que la lucha guerrillera de la época, a excepción de la desarrollada en Guerrero, contó con poco respaldo popular. Puede que haya sido así en términos generales; sin embargo, hubo experiencias particulares que nos ayudan a complejizarla tal interpretación. Ese es el caso de las acciones en las que participó nuestra protagonista.

De entrada, durante su llegada al “nuevo mundo” que implicaba la sierra y el estilo de vida rural, recibió ayuda de una pareja conformada por jóvenes rarámuris: José y Angelina. De hecho, vivió en la casa de ambos durante sus dos primeras semanas en la región. Fue así como logró crear una relación muy cercana con Angelina, quien entonces tenía 28 años y un embarazo de 6 meses. Hubo un pasaje inicial en la relación entre ambas que facilitó su acercamiento: Alejandrina curó a uno de los hijos de Angelina de una infección en el rostro ocasionada por piquetes de moscos. Por desgracia, Angelina murió durante el parto de su tercer hijo. Alejandrina señala que la noticia le produjo un profundo dolor.

Es verdad que el acercamiento inicial con José y Angelina fue posible debido que se trataban de familiares de Arturo Borboa, el indígena rarámuri que mencioné en mi entrega anterior. Él fue el principal enlace para hacer trabajo político con habitantes de la zona (básicamente indígenas rarámuris y trabajadores de un aserradero). Borboa ⎯quien era originario de la región⎯ ya había adelantado trabajo desde antes de la llegada de Alejandrina. En palabras de nuestra protagonista:

“El Tío” [Arturo Borboa] ya había estado trabajando en la zona, hablando con la gente […] Platicamos con ellos y les explicamos el rollo de la [lucha armada: hacer una revolución socialista], nada más que dijeron que nos iban a apoyar en todo lo que necesitáramos, (y sí es cierto, siempre nos ayudaron), pero nunca nos expresaron que tuvieran mucho entusiasmo de irse de guerrilleros […] Lo que ellos querían era formar sindicatos. Cuando hablaron con nosotros eso fue lo primero que nos dijeron: “compañeros, ayúdennos a hacer un sindicato”. Sí les echamos el rollo de que ese no era el camino, que había que luchar por la revolución, pero pura chingada los convencimos.

Por desgracia, estos trabajos se vieron afectados ya que hubo muchas diferencias y rupturas al interior de la organización. Quienes formaron parte del comando en el que militaba Alejandrina no participaron directamente en los conflictos, pero sí terminaron afectando sus acciones.

Desde mi lectura, con todo y que el método guerrillero no fue visto como viable para la mayoría de las personas con las que se interactuó, el panorama no fue totalmente desalentador. Había similitudes en el convencimiento de la necesidad de crear sociedades más justas, por ejemplo. Para las y los guerrilleros, la lucha armada era el mejor método para solucionarlo; para trabajadores del aserradero, en cambio, era la construcción de un sindicato.

Las diferencias al interior concluyeron con el “deslinde” de Alejandrina. Se argumentó, entre otras cosas, que ella nunca usó violencia física contra “enemigos” de la revolución. En efecto, nuestra protagonista nunca disparó contra nadie, lo cual, a mi parecer, no la hace menos guerrillera que otras personas que sí lo hicieron.

El “deslinde” sucedió a principios de 1975, pero no implicó el fin del activismo social de Alejandrina. En 1977, se trasladó a Aguascalientes para hacer trabajo político con obreros ferrocarrileros. Fue así que llegó a dicha ciudad, donde vive actualmente.

A finales de 1979 ingresó a trabajar al Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE). Ello marcó el resto de su vida profesional y buena parte de su vida política: se integró a la lucha sindical e, incluso, llegó a ocupar puestos altos dentro del sindicato de trabajadores del instituto, con todo y que su condición de mujer la colocaba en una posición de desventaja. Según su testimonio, llegaron a señalarle “¿cómo te atreves a intentar ser secretaria general del sindicato? Eso es cosa de hombres”.

Alejandrina también ha formado parte de luchas de izquierda electoral y hoy en día es jubilada, simpatiza con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y sigue participando en la política de izquierda. En sus propias palabras, “nunca he dejado de luchar y yo creo que nunca lo voy a hacer”.

*Profesor de Tiempo Completo en El Colegio de Morelos. Doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora.