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En 1978, Luis Zapata Quiroz ganó el Premio Grijalbo con Las aventuras, desventuras y sueños de Adonis García, El vampiro de la colonia Roma, una novela que nos hizo testigos de una confesión íntima, condimentada con un sentido del humor hilarante, aunque a muchos no les dio precisamente risa su publicación, en 1979. El tema de la homosexualidad era entonces un desafío que ponía nerviosa a buena parte de la sociedad. Son diversas las historias de escándalo alrededor de esta novela. Desde antes de su publicación sucedieron, al menos, dos episodios: en el jurado que la premió, entre ellos Gustavo Sáinz y Sergio Galindo, estaba un representante de El Heraldo (por la razón de que ese periódico ponía una cuarta parte del dinero), quién se opuso a premiar una novela de gays. Cuando en el suplemento de la revista Siempre!, La cultura en México, apareció un anticipo del libro, donde unos policías persiguen el auto donde viaja el vampiro con sus amigos y terminan acostándose todos, desde la Secretaria de Gobernación le llamaron a Carlos Monsiváis y lo pusieron a temblar. Eran los tiempos del general Arturo Durazo, finísima persona del hampa mexicana en el poder.

Luis Zapata tenía 24 años cuando empezó a escribir El vampiro de la colonia Roma. En un principio se propuso hacer una novela testimonio, a partir de grabaciones con un muchacho que se dedicaba a la prostitución. Luego encontró que había coincidencias en sus peripecias con las del Lazarillo de Tormes, La Pícara Justina, Guzmán de Alfarache, el Buscón Don Pablos, Pito Pérez y otros pícaros de la novela universal. Al mismo tiempo, recuerda, “tuve la intención de hacer un texto extremadamente coloquial, esa era mi búsqueda, llevarlo un poco hacia sus últimas consecuencias”. En la época que El vampiro de la colonia Roma irrumpió en la literatura mexicana, Luis Zapata estaba terminando su carrera de letras francesa, escribiendo su tesis sobre Chrétien de Troyes, un escritor francés de la Edad Media.

Cuando se cumplieron 30 años de la publicación de El vampiro de la colonia Roma, Luis Zapata aceptó una breve entrevista, con todo y lo reacio que era para hablar de su obra:

 

No tengo la costumbre de releer mis libros. Una vez publicados me desentiendo de ellos. Difícilmente puedo decir lo que significa para mí El vampiro de la colonia Roma, no me regodeo mucho en los libros escritos, a mí me preocupa lo que estoy escribiendo en el momento, es lo que me interesa y en lo que me siento más comprometido.

– Pero lo cierto es que El vampiro te marcó y marcó un momento de la literatura mexicana.

En ese sentido sí creo que es el libro por el que me conocen muchos lectores, o la mayoría de la gente que ha leído un libro mío ha leído El vampiro, obviamente, porque se vendió y se sigue leyendo. La leen los jóvenes, cosa que me sorprende hasta cierto punto, se las piden en los CCH como lectura para materia de literatura y eso es en cierta forma halagador, sorpresivo. Pero no veo una razón para festejar 30 años de publicar un libro. Eso lo atribuyo a la generosidad de mis amigos, a quienes se les ocurrió decir que se cumplen 30 años de la publicación de El Vampiro, y bueno ¡sí y qué! Otros libros míos cumplirán 20 años o 15, pero no veo un motivo para celebrar. Como tampoco veo motivos para celebrar los cumpleaños, es simplemente el tiempo que pasa y en eso no veo que sea algo muy celebratorio.

– Entre 1979 y 2009 no sólo hay 30 años de distancia, también hay actitudes que se han modificado…

Obviamente se ha ganado libertad. Cuando salió El Vampiro, muchos de los ataques se basaban en juicios morales, no literarios, que es como puedes criticar a un libro: señalar sus defectos o sus virtudes con un paradigma estético, literario y no moral, como fue criticado. Pero, al mismo tiempo, se publicaron muchas reseñas y críticas de apoyo. Estuvo muy dividida la opinión. Claro, también fue bienvenido por grupos de liberación gay, muchos intelectuales hicieron comentarios favorables. Ahora, con tantos años de por medio, pues naturalmente han cambiado mucho las cosas. Por ejemplo la presencia de personajes homosexuales, no solamente en la literatura, sino en las series de televisión, en las telenovelas, en el sector público, en todos lados ya es a tiro por viaje: tiene que haber un personaje gay. El público que consume ese tipo de literatura, televisión y cine ya cuenta y en función de eso se ajusta la oferta.

– A la distancia, ¿cómo recuerdas tus intenciones al escribir y publicar un libro como este?

En cierta forma yo quería que el libro provocara alguna reacción, que desagradara al lector, quizá no tanto por las cuestiones sexuales, aunque también las incluyo, sino por la exacerbación de lo verbal o del tono verbal. Me planteaba un poco la voluntad de irritar al lector o de provocar en otro sentido, porque creo que una de las funciones de la literatura es retar, y uno como lector uno espera que el autor que está leyendo te rete en algún sentido, o te estimule en otros más, por lo menos esos son los autores que a mí me gustan, que más frecuento o que más me han llegado. Pienso, por ejemplo, en el Rabelais que hacía grandes enumeraciones de cuestiones obscenas, toda la lista de cojones que hace en Gargantúa, que es muy chistosa y muy divertida. Seguramente lo que Rabelais tenía era la intención de sacudir al lector por medio de la risa: provocar es una parte importante de la literatura.

Imagen cortesía del autor