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Nuestro paso por la Tierra ha sido un trayecto compartido. Cada espacio que hemos habitado también está cohabitado por otras especies, parece una obviedad pero es importante volver a decirlo. Por mucho tiempo se ha buscado instaurar una serie de discursos que nos apartan y segregan, pero que sobre todo nos intentan distinguir de manera jerárquica de las otras variedades de formas de vida. Vinciane Despret y otras pensadoras como Donna Haraway, Bruno Latour e Isabelle Stengers, han desarrollado una nueva aproximación a la forma en cómo nos relacionamos con otras especies y han introducido un “giro animal” a la ciencia humana y las narrativas que configuran el tejido del mundo.

Uno de los conceptos que se busca desestabilizar desde esta corriente de pensamiento es la del excepcionalismo humano, que considera a la especie humana como superior al resto de las especies. A partir de la observación de cómo los animales y los insectos experimentan el mundo, por ejemplo, la ecolocalización de los murciélagos, la manera de las hormigas de detectar emociones a través del olor o la danza de las abejas que traza una cartografía de organización y belleza. Se pregunta Despret: “¿qué conocen, qué mundo asociado se crean en ese conocimiento? ¿Cómo saben afectar y hacerse afectar?” En estas interrogantes, dice, se tiene:

un arma formidable, no contra el propio excepcionalismo, sino contra las generalizaciones sobre las que se funda. Pues el excepcionalismo solo procede por generalizaciones, esto es lo que constituye su estructura de pensamiento: “al contrario de los humanos (por ende, todos los humanos), los animales… (por ende, todos los animales)”. Una vez que uno empieza a socavar, a desestabilizar, a imposibilitar las generalizaciones, recupera el espacio para pensar, no LA diferencia, sino la infinidad de las diferentes maneras de ser humanos y animales.

Una de esas formas es la idea de la cooperación. En múltiples épocas y espacios la vida animal y humana han entablado un proceso de cooperación y coexistencia. Uno de esos espacios actuales, sin duda es la colmena.

Gay Deisolbi es una artista mexicana que, desde el arte, en su más reciente exposición, Colmena: hogar compartido (Jardín Borda, agosto 2023), se ha aproximado a la investigación-creación de un corpus plástico no sólo utilizando cera producida por las abejas de su padre apicultor, sino invitando a que las abejas se vuelvan colaboradoras de estos dispositivos artísticos, como los llamó la doctora Zaira Espíritu, durante el conversatorio “Integración de arte y ciencia en la creación de obras”, una de las actividades de activación y mediación de la exposición.

Colmena: un hogar compartido es una exposición compleja. Lo primero que llama la atención son pinturas o dispositivos autobiográficos (autorretratos) que representan a objetos que han sido fundamentales para la vida de la artista. Estos autorretratos están intervenidos con cera, una materia orgánica que evoca la memoria, la sabiduría y la abundancia, según la cultura que se estudie. En esta mitología personal, es más bien una presencia familiar que ha atravesado objetos y recuerdos. En ese sentido, la exposición también propone otras formas orgánicas de aproximarse al trabajo plástico, al crear un lienzo de cerca, con todo lo que esto implica en términos de exploración pictórica. Otras piezas, des automatizan objetos cotidianos. Se convierten ya no en libros, botellas, lámparas, jarrones o teteras, sino en dispositivos orgánicos artísticos que también revelan una relación de armonía y cooperación entre las abejas y la artista. Para el proceso, Deisolbi colocó en distintas colmenas estos objetos, esperando que las mismas abejas se apropiaran de este y colaboraran de manera activa en su resignificación. Es interesante que en un gesto de entendimiento, los insectos recubrieron los objetos con la materia con la que construyen su propio hogar.

Zaira Espíritu, habló, sobre el trabajo y la exploración de Deisolbi, de “la necesidad de hablar desde un lugar que nadie más habita”. Su cercanía con las abejas no sólo muestra una forma innovadora de aproximarse al trabajo plástico, en realidad, propone una manera distinta de pensar nuestras relaciones con otras especies con las que compartimos el espacio. Ella misma me compartió que actualmente las abejas necesitan de los apicultores para sobrevivir en un entorno devastado por el cambio climático y la proliferación de ciudades. Esa interdependencia ahora podemos concebirla no sólo como un vínculo que busca evitar un cataclismo ecológico o como una fábrica que produce miel, sino como una comunidad en la que ambas especies se reconocen y crean nuevas narrativas y el arte como uno de los muchos dispositivos que tenemos para reformular nuestro mundo.

Imagen que contiene olla, tabla, pequeño, hecho de madera

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