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Ayer inicié un curso sobre la representación de la máquina en la Universidad de Guanajuato. Al revisar algunos conceptos vinculados a la ciencia ficción, tanto en la literatura como en el cine, analizamos la oposición entre utopía y distopía. Le pedí a los asistentes que definieran lo que es la utopía. Usualmente pensamos este concepto como un espacio social en el futuro-en el horizonte-siempre a un paso en el que todxs coexistimos en armonía. Se trata de una sociedad sin diferencias de clase, libre de violencia. El término juega con el vocablo eutopía: lugar feliz. Como nombre propio, fue acuñado por Tomás Moro para describir, en su ensayo novelado De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia (1516), un modelo de sociedad ideal en la que estaría abolida la propiedad privada y se prevalecería la máxima tolerancia.

Después de definir el concepto reté a los participantes a que nombraran una utopía en el cine o la literatura. Algunos de los ejemplos que pensaron de inmediato y que por supuesto son referentes culturales fueron: 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Huxley, La isla de Michael Bay y Gattaca de Andrew Niccol. Al detenernos a desmenuzar estas representaciones, pronto caemos en la cuenta de que estas supuestas utopías son en realidad anti-utopías o utopías aparentes en la superficie, mientras que en el fondo se tratan de estados autoritarios o privatizados en los que una clase dominante disfruta de las mieles de la tecnología, la bonanza y el ocio, mientras que otra clase sostiene este estilo de vida desde la explotación, la tecnificación y el control (eugenésico, militar, etc.)

Esto no es algo nuevo. Todos estos ejercicios de representación muestran utopías que se sostienen en ilusiones, engaños, “sacrificios” que la clase dominante asume necesarias para el “bien común” o “el bien de la gran mayoría”. Son utopías que se resquebrajan porque no incluyen a todxs. Estas utopías además de compartir la característica de que son “la promesa cumplida” cuya ilusión se desmorona, tienen en común que se erigen sobre la lógica del capitalismo y en gran medida un tecnocapitalismo (muchas de estas representaciones focalizan el poder ya no en un Estado sino en una corporación). ¿Cuáles son los desenlaces de estas narrativas? La guerra de guerrillas, la distopía, la aniquilación total de las estructuras sociales. En algunos casos una especie de tabula rasa en la que se puede volver a comenzar. Nunca la consolidación de la utopía. Ya lo dijo Frederic Jameson: “es más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo”. Y agregaría a esa máxima que es más fácil destruir una anti-utopía, que imaginar una verdadera utopía.

Existe un libro que explora a profundidad el concepto de la utopía. Hablo de A Return to the Island (2018) de la curadora de arte Helena Lugo. En esta publicación se reúne una serie de ensayos, ejercicios imaginativos y piezas textuales y visuales de teóricos, artistas, músicos y pensadores contemporáneos que indagan y reflexionan en torno a las promesas incumplidas de la modernidad (en la que socialmente se siguió pensando que eventualmente se construirían sociedad justas y equitativas) y la incapacidad actual de imaginar otros mundos posibles que no estén centrados en la oposición negativa de lo que no queremos vivir sino desde el ejercicio de cuál sería el ejercicio idóneo (tal vez un proyecto que sí contempla esta idea es el “mundo donde quepan muchos mundos” del zapatismo). La propuesta de A Return to the Island es recuperar la noción de la utopía a partir de la exploración de geografías imaginarias y reales, empleando la isla imaginada por Tomás Moro pero ya no como un espacio físico sino como metáfora que se pueda reinterpretar en la esfera del arte.

Una de las reflexiones que me despertó esta publicación, en torno a las representaciones de la utopía, es que siempre están situadas en el futuro, pero que si las diseccionamos, en realidad todas han sido críticas a su presente histórico. La ciencia ficción de los años 50 y 60, por ejemplo, se centra en los pavores de la Guerra Fría, la bomba atómica, los espías, la carrera armamentista en busca de la dominación global, mientras que la ciencia ficción actual, digamos, Black Mirror, Her, critican el control o el desplazamiento de la individualidad, la invasión del espacio privado, el papel de las redes sociales, las tecnologías digitales y el control mental dirigido a consumir de manera exacerbada. Esto quiere decir que hasta ahora las representaciones de estas anti-utopías han sido en realidad alegorías críticas de nuestro presente que hemos desplazado como ideas que no han sucedido, cuando en realidad son desde hace tiempo nuestra realidad social. Un ejemplo paradigmático es Elysium (Neill Blomkamp, 2013) en el que se nos muestra un paisaje distópico y desolado, en un futuro posible. Este escenario se filmó en el estado de México. Mientras que la representación futurista se sitúa en el año de 2154, dónde el mundo se encuentra en condiciones poco favorables para el desarrollo humano, la realidad es que las imágenes son del municipio de Nezahualcóyotl, en el presente, donde las condiciones son poco favorable e indignas para el desarrollo humano.