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Gabriela Mendizábal Bermúdez y Eugenia Roldán Cabrales*

Las personas conocidas en el lenguaje popular como amas de casa, o amos de casa -porque aunque por estereotipo de género son pocos los hombres que hacen ese rol en sus familias, si los hay- son las personas que habitualmente realizan labores como cocinar, asear la casa, lavar y planchar la ropa, pasear al perro, llevar a los hijos a la escuela y ayudarlos con sus tareas, cuidar de la abuela enferma o a un hermano en condición de discapacidad y normalmente llevan a cabo estas tareas sin recibir remuneración, reconocimiento y lo más grave no aportan al sistema de seguridad social.

 

Desafortunadamente, la falta de remuneración por el trabajo que realizan conlleva muchas desventajas, entre ellas, la imposibilidad de que estas personas contribuyan a la seguridad social. Esto significa que no pueden acceder por ellas mismas a beneficios como servicios integrales de salud, dependen de una pareja que les inscriba en los seguros sociales como beneficiarias, por lo que no podrán acceder a pensiones por invalidez o vejez. Como resultado, enfrentan una clara desprotección frente a riesgos como enfermedades, accidentes de trabajo, o la vejez sin ingresos suficientes para garantizar una subsistencia digna, pues en el mejor de los casos solo tienen derecho a una pensión por viudez o las pensiones no contributivas elevadas a rango constitucional en el 2020, que por supuesto aligeran el problema, pero no lo solucionan.

Cabe aclarar que, la Organización Internacional del Trabajo define a las actividades mencionadas al principio, como una de las formas de Trabajo No Remunerado (TNR), el cual está relacionado con la producción de bienes y servicios para uso final propio o el autoconsumo, que desarrollan miembros de la familia dentro de su hogar (OIT, Informe II. Estadísticas sobre trabajo, empleo y subutilización de la fuerza de trabajo, 2013) y que de acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo las cifras en el 2018 enseñaron que el TNR representó el 9% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial; por su parte, CEPAL (Valorización económica del trabajo no remunerado de los hogares, 2021 )señaló que en los países de América Latina y del Caribe estas labores constituyeron alrededor del 20% del PIB en el 2021. En México, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Cuenta Satélite del Trabajo no Remunerado de los Hogares de México, 2023), reveló que en el 2022 las tareas domésticas no remuneradas significaron el 24.3% del PIB nacional, y en el Estado de Morelos el 31.6%.

En ese orden, los datos citados reflejan una situación injusta para las amas de casa porque, pese a que no reciben ninguna retribución por su labor y carecer de seguridad social, su trabajo sí representa una cuantiosa participación en la economía Global, Nacional y Estatal.

Aunado a lo anterior, el cuidado de las amas de casa es una cuestión que suele ser pasada por alto porque tradicionalmente se asume que son ellas quienes cuidan de los demás, pero no se reflexiona sobre quién las cuida. No obstante, al igual que cualquier otra persona, las amas de casa también necesitan cuidado y apoyo y la figura estatal que debe hacerlo: los seguros sociales no lo hacen.

 

Por consiguiente, los gobernantes deben tomar en cuenta su generosa contribución a la sociedad, para implementar mecanismos dirigidos a la protección social de esas personas, por ejemplo, crear políticas no solo de asistencia social, sino de medidas encaminadas a la universalidad de la seguridad social, la promoción de la corresponsabilidad en el hogar o la promulgación de leyes con enfoque de género en materia de salud y de pensiones.

Con esas acciones, entre otras, se estaría garantizando a las amas de casa su bienestar presente y la posibilidad de vivir una vejez en condiciones dignas.

*Profesora-investigadora y estudiante del Doctorado en Derecho y Globalización de la Facultad de Derecho y CS de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos