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Alicia Valentina Tolentino Sanjuan*

Decía el filósofo francés, Gilles Deleuze, en el texto Crítica y clínica que el acto de escribir en su dimensión artística no se reduce a transcribir anécdotas, experiencias o vivencias por más que les consideremos originales o únicas. La cuestión, dice, está en horadar un campo nuevo con el lenguaje. Ese nuevo espacio tendría una especie de vida propia e independiente en lo que conocemos de ordinario. Justamente cumpliría con la función de recrear un territorio rearticulado que nos permitirá experimentar nuevas dimensiones.

El caso de Jorge Luis Borges es icónico en este sentido. Fue una de esas particulares plumas que se pudo mover entre diferentes aguas de una manera magistral: en el ámbito de la poesía conoció bien el engranaje entre el lenguaje y el ser de las cosas. Tanto que pudo abrirnos la mirada y el pensamiento a esas otras realidades que no son accesibles para todo ser terreno. En el caso del ensayo la soltura era tal, aunque no por ello hizo a un lado el afilado raciocinio con que excavaba las profundidades de la reflexión para, nuevamente, descubrir la potencialidad de esos idiomas ocultos.

De su prolífica obra, lo que me parece más revelador es el hecho de que esas creaciones literarias estuvieran revestidas de conceptos filosóficos que, precisamente, construyen espacios laberínticos; estos sumergen a lectores en un vaivén donde es indistinguible el uso de la razón y la reflexión filosófica de la composición narrativa. Un ejemplo: en el cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius encontramos tanto el elemento de la intriga, una especie de suspenso con que inicia el relato acerca de un mundo del que apenas hay referencia: Tlön.

El despliegue del elemento ficcional se da cuando Borges crea un universo alterno que cuestiona las categorías de espacio y de tiempo experimentadas por los seres humanos, teorizadas por Kant (como aquellas categorías puras de la sensibilidad que son el marco que encierra toda experiencia humana; es decir, que no son cosas que tengan independencia de nuestro conocimiento); pero en la circunstancia del lector, sin advertirlo, esto se convierte en la intuición de un terreno novedoso, de la potencia de la imaginación, lo cual a su vez es la condición necesaria de la literatura.

Hay en la obra borgiana un importante desarrollo de conceptos filosóficos entreverados con el lenguaje literario. Los primeros no están escritos al azar: se trata de una composición, un mosaico donde cada parte es colocada con puntilloso acierto. Luego, ante tal tejido de sentido mediante el lenguaje, el autor se puede dar el lujo de retar los presupuestos de la ciencia, de la propia filosofía, intercalando y apelando una especie de sabiduría ancestral; de sapiencia cósmica que no necesita ser comprobada para poder ser generadora de mundos. De modo que, en el cuento de referencia, Borges señala:

He dicho que los hombres de ese planeta [Tlön] conciben el universo como una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo. Spinoza atribuye a su inagotable divinidad los atributos de la extensión y del pensamiento [… Los habitantes de Tlön] buscan el asombro. Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente.

Borges es el faro donde se agolpan las olas de la sabiduría cósmica, donde converge la negación de la dimensión terrena, de los instantes secuenciales del espacio y tiempo de esta dimensión para transportar el peso de la existencia al momento presente; el espacio en donde se pierde toda la pesadez del drama humano. Así, en esos términos, el autor logra abrir el camino a través de la literatura y, claro, de la filosofía.

*El Colegio de Morelos / Red Mexicana de Mujeres Filósofas