3ª. y última

 

Es tanto lo que se queda en mi grabadora de las entrevistas que realicé al Prof. Hermilo Brito de 84 años y al C.P. Tarsicio Ocampo de 81, ambos sobrevivientes de la mejor época del CIDOC, que ya tendremos oportunidad de continuar escribiendo de ellos. Por ahora sigo con el segundo de mis entrevistados, cabe resaltar que ambos coinciden en afirmar que Iván era brillante y de gran personalidad. Así es que seguimos con don Tarsicio a quien conozco desde hace varias décadas, pero igual no lo había vuelto a ver hasta hace unos días.

Gran conversador, le encanta abordar el tema. Así, entre preguntas, respuestas y la lectura de parte de su libro titulado: “CIF-CIC-CIDOC”, publicado en 2011, lo escucho: “tuve la enorme fortuna de vivir el gran CIDOC de los años 60 y 70, pero es tan vasto el tema que me concretaré a narrar el enfrentamiento que tuvo Monseñor Ivan Illich con la jerarquía católica conservadora que no lo comprendió. Mientras sus ideas lo hacían más y más famoso en el mundo, la Iglesia se separaba más y más de él. Y esto no es una apreciación subjetiva, ya que algunos hechos me constan”, refiere.

“Debo reconocer que el trabajo junto a Iván no fue fácil. Uno de los hechos históricos más difíciles que vivimos fue su intento de informar personalmente al papa Paulo VI acerca de su trabajo ante el golpeteo continuo de la Iglesia conservadora hacia él. Sus augurios de que esos ataques irían en aumento los presentía Iván ya a la mitad del plazo de 10 años que se marcaron para el envío de religiosos de E.U. a Latinoamérica para que en el CIDOC de Cuernavaca los prepararan.

“Iván le pidió al Sumo Pontífice, en una carta escrita en italiano que le envió el 29 de agosto de 1966, una audiencia aprovechando que estaría en Bélgica del 15 al 24 de septiembre. Como respuesta recibió solo el silencio, claro está, no hay evidencia de que el papa haya recibido la misiva, aunque para Paulo VI, Iván no era ningún desconocido, existe el antecedente de sus reuniones en Roma con Jacques Maritain (filósofo francés defensor del neotomismo desde donde se edificó una metafísica cristiana denominada “Filosofía de la inteligencia y del existir”), donde el cardenal Giovanni Battista Montini, nombre real de Paulo VI invitó a Iván a permanecer en esa ciudad con la posibilidad de incorporarlo al servicio diplomático vaticano. Ya que Iván ostentaba la dignidad de Monseñor y camarero o capellán secreto de su Santidad, título honorífico éste último que se confiere por una especial concesión de la Santa Sede. Al parecer ambas distinciones apoyadas por el cardenal Francis Spellman probablemente el jerarca católico norteamericano más conocido en el Vaticano y protector económico de Iván Illich.

“Así que cuando el sector más conservador de la Iglesia mexicana empezó a hablar del Caso Cuernavaca, lo que pretendían era desarticular la obra del Prior benedictino Gregorio Lemercier, la de Iván Illich e incluso la del mismo obispo de la Diócesis de Cuernavaca, don Sergio Méndez Arceo que los protegía a ambos. Solo que se dio tanto escándalo que casi todo el mundo católico puso sus ojos en Cuernavaca.

“El Papa sabía que el Caso Cuernavaca era demasiado grande para la jerarquía conservadora de México. Pero como el silencio papal continuaba, Iván optó por dar a conocer lo que quería comentar en privado con el Papa. Publicó todo su texto que iba destinado a Paulo VI en inglés en la revista de los jesuitas de Nueva York del 21 de enero de 1967, pág. 88 a la 91. Curiosamente en español cambiaron su texto y hasta el título. Le pusieron Las Sombras de la Caridad, publicado en el periódico El Día del 1º. de febrero del 67, pág. 4, sección Testimonios y Documentos.

“El enfrentamiento con la Iglesia local ya lo había vivido Illich en Puerto Rico por lo que hubo de salir de la isla y viajar a México, donde sabía que en Cuernavaca ya estaba el obispo Sergio Méndez Arceo, así que para él fue muy triste toparse más adelante de nuevo con una Iglesia que tendía a retroceder la evolución de su estado laico al medievo, cuando la iglesia gobernaba con la Inquisición. En fin, luego de la salida de Lemercier de su monasterio de Santa María Ahuacatitlán, Monseñor pidió licencia y desde entonces se dedicó a dar conferencias y cursos en Europa, finaliza don Tarsicio.

Termino la entrevista, salgo rumbo al auto que me espera. Al abordarlo recordé una plática que tuve hace más de una década con el sacerdote morelense Baltazar López Bucio, que me comentó: “eran tan fuertes las presiones que recibía Iván que en ocasiones se tenía que reunir con don Sergio a hacer oración en Ahuatepec donde vivía Illich. Esos personajes Lya, que vivieron al unísono esa época requerían de mucha fortaleza espiritual”. Quien esto escribe, cierra estas pláticas pensando que su pecado fue buscar un cambio y ser distinto dentro de una institución que férreamente rechaza toda modernidad. Y hasta pronto.

Tarsicio Ocampo. Foto de José Luis Castillo.