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La violencia que viven México y nuestro estado, que en ocasiones parece desbordada, que ha modificado la forma de vivir y trastocado las vidas de miles de morelenses, encuentra en la pobreza uno de sus más fieles aliados, aunque no necesariamente su causa.

Hace unos días el investigador del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM en Morelos, Héctor Hernández Bringas, “la pobreza, por sí misma, no es generadora de violencia. Ello ocurre cuando la pobreza coexiste con otros factores”.

En efecto, el Banco Mundial realizó hace algunos años un estudio sobre crimen y violencia en 45 países y llego a conclusiones muy interesantes que vale la pena recordar.

Según el Banco Mundial, el incremento en la tasa del crecimiento del Producto Interno Bruto reduce la violencia, la desigualdad en los ingresos propicia un mayor crecimiento a las situaciones de la violencia.

“De igual forma, la tasa de violencia en el pasado determina en gran manera la tasa de violencia que se vive en el presente. Lo mismo cabe mencionar para el nivel de ingresos promedio y el grado de escolaridad; a menor tasa de los anteriores mayor probabilidad de presentar efectos en la tasa de violencia y a la inversa. Aquí puede decirse que los niveles de desarrollo no significan necesariamente una reducción en las tasas de violencia, esos factores son importantes pero no esenciales, como pueden serlo, por ejemplo, la desigualdad y el nivel de violencia preexistente, factores todos que denotan en su presencia grandes probabilidades a la violencia”.

Es cierto, es un estereotipo decir que la pobreza engendra violencia o que las zonas pobres son violentas por el solo hecho de serlo, pero la necesidad puede ser detonante de actos antisociales, sobre todo cuando ésta ya está presente, como, por ejemplo, en la forma de crimen organizado, con lo que se alimenta un círculo vicioso del cual, como lo vemos todos los días, es muy difícil salir.

Hernández Bringas detalla que en Morelos solo 10 de los 36 municipios, igualan o están por debajo del promedio estatalde pobreza que, por cierto es una de las 8 entidades más pobres del país. 

“En la gran mayoría de los municipios, la población padece de muy bajos ingresos y de carencias sociales importantes en educación, salud, vivienda y alimentación.  Se sobrevive en esas condiciones, o bien se opta por la migración. Las altas tasas de pobreza y la falta de oportunidades en los municipios son también propicias para que se busquen opciones de vida extralegales como medio para superar la adversidad, aunque frecuentemente los resultados son aún más adversos, como lo muestra la creciente inseguridad que se vive en el estado, y que ha llevado a situaciones graves en materia de homicidios, feminicidios, desapariciones y aun suicidios”, escribió el lunes pasado.

“Esta diferenciación municipal, también pone de manifiesto la vulnerabilidad socioeconómica de las zonas predominantemente indígenas: Coatetelco, Xoxocotla y Hueyapan están en las primeras posiciones por su nivel de pobreza, lo que reproduce la situación nacional: los municipios donde existe mayor población indígena son los más pobres. Persiste con fuerza la desigualdad social, donde indígenas (y afromexicanos), son el escalón más bajo de la estructura social. Además de la pobreza, padecen una enorme discriminación y racismo”.

La pobreza, la desigualdad y la vulnerabilidad sociales son caldo de cultivo para la violencia, mientras que la educación, el empleo y el acceso a servicios y a niveles aceptables de bienestar, lo contrarrestan. 

La violencia, que nos preocupa tanto, no se va a acabar solo con patrullas y policías que, dada la magnitud del problema y sus causas estructurales, simplemente resultan un paliativo.

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