Hace unos días, en la plazuela de Tlaltenango, dieron inicio las XLVIII Tandas Culturales, que desde 2018 llevan el nombre de su fundador, el sacerdote Baltazar López Bucio. El acto inicial fue la presentación del libro Cruzando dos milenios, escrito por el dramaturgo David Ricardo López, donde justamente se relatan momentos en la vida de Baltazar, que es como decir en la vida de una comunidad y de una época, en la cual sucedieron hechos que han dejado profundas huellas.

Las palabras del mismo Baltazar, en el prólogo, ilustran la razón de ser de esta obra: “Cruzando dos milenios” es el título sugestivo de una biografía que narra el lado humano de mi sacerdocio, que lleva 60 años de actividad litúrgica, pastoral y con cierto matiz profético, con una visión social, cultural, ecuménica, sin dejar mi preocupación personal en la lucha por la justicia social y los derechos humanos”.

Baltazar López Bucio nació el 6 de enero de 1938 en Cuernavaca, Morelos. Su padre, David, era un comerciante de San Luís Potosí que viajaba por todo el país y un día llegó a Acapulco, donde conoció a Antonia, quien se convertiría en su esposa. Desde muy pequeño, Baltazar fue acólito en la Catedral. Estudió en el Colegio Cristóbal Colón, y más tarde en el Seminario Montezuma, de Nuevo México, y en la Universidad de Salamanca, España. Pero, sin duda, la más profunda enseñanza la recibió del obispo Sergio Méndez Arceo.

El 30 de abril de 1952, en una ceremonia que reunió a obispos y arzobispos de todo el país y a cientos de fieles, en la capilla abierta de la Catedral se realizó la ordenación episcopal de Sergio Méndez Arceo como el séptimo obispo de Cuernavaca. Ese fue el principio de una nueva época, el origen de transformaciones que marcaron la vida religiosa, social y política de México, con resonancias en otras partes del mundo. Baltazar tenía entonces 14 años y estaba en camino de convertirse en sacerdote, lo que sucedió el 23 de marzo de 1963, en una ceremonia de ordenación oficiada por el obispo.

Un año después, caminando por los pasillos de Catedral, escuchó al obispo decirle, muy quitado de la pena: “Padre, se va a ir a trabajar con Iván Illich”. Esa experiencia en el célebre CIDOC (Centro Intercultural de Comunicación), le transmitió a Baltazar un contacto cercano con el mundo y la inició redactando una biografía de Emiliano Zapata, en quien halló un ejemplo elocuente del saber estar y luchar a favor de los desprotegidos. Allí, trabajó en la difusión de la Teología Pastoral, convocando a sacerdotes y religiosos de América Latina, un antecedente que contribuyó a la creación de una iglesia desde una perspectiva latinoamericana, germen de la Teología de la liberación, cuya esencia es “la opción preferencial por los pobres”.

Dos hechos fundamentales en la formación de Baltazar ocurrieron en 1965, cuando fue becado para estudiar Teología Pastoral en la Universidad de Salamanca. Esto coincidió con el viaje que hizo el obispo Méndez Arceo para la celebración del aniversario 400 de Tata Vasco, y para la última sesión del Concilio Vaticano II. Allí, durante una de sus intervenciones, Sergio Méndez Arceo hizo un pronunciamiento que perturbó a la jerarquía católica: “¿No está olvidando la Iglesia a Freud y a Darwin?”

En esa misma época, el monje belga Greogorio Lemercier fundó en Cuernavaca el Monasterio Benedictino de Santa María de la Resurrección, donde practicó el psicoanálisis como una forma de autoconocimiento, algo que provocó una especie de cisma religioso, cuyo desenlace fue la condena que hizo el Tribunal del Santo Oficio, ordenando la desaparición del monasterio. Méndez Arceo fue un fiel defensor de Lemercier y, por supuesto, Baltazar estuvo de su lado.

Su vocación comunitaria y su plena convicción a favor de los desprotegidos, hizo que Baltazar encauzara una acción que alimentó a muchas vidas y a muchas conciencias: la fundación en 1974 de las Tandas Culturales de la Feria de Tlaltenango, donde desde entonces se han presentado reconocidos músicos, grupos teatrales y conferencistas. Antes de esa acción, la feria se vivía con un fervor popular que entremezclaba el alcoholismo y la prostitución.

El espacio de esta columna apenas alcanza para evocar algunos momentos de un ser humano excepcional, quien ha elegido la discreción, la cautela, el silencio, la reflexión, la paciencia y, sobre todo, una profunda convicción de hermandad comunitaria, en un mundo que todo el tiempo nos induce al egoísmo. Baltazar, con su vida, propone “una solidaridad liberadora y abierta hacia un nuevo paradigma evangélico y sociopolítico de América Latina”.

*Cruzando dos milenios, David Ricardo.

Editorial Amada vida de colibrí cardo y canto, 2023. 244 pp.

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Foto: Raúl Silva