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Víctor González.

Diariamente somos testigos del cambio en los patrones del clima. En la ciudad de Cuernavaca, la “eterna primavera” ya no es absoluta y frecuentemente las variaciones climáticas dan paso a días lluviosos y fríos transitorios. No solo aquí, el fin de semana notificaron una granizada, lluvia y frío en la costa norte de Veracruz, que a estas fechas del año es inusual. Son cambios sutiles, y quizá nos engaña nuestra percepción. Pero conocemos también de las prolongadas sequías en un número cada vez mayor de regiones de México sin exceptuar Morelos. Las consecuencias sociales del cambio climático las vemos en las recursivas protestas y bloqueos que hacen nuestros conciudadanos por falta de agua.

El cambio climático es un fenómeno planetario y resultado de la evolución histórica de la atmósfera, pero que los seres humanos han contribuido a acelerar. Hay otras evidencias sobre el aumento de la temperatura del planeta. Estamos lejos de los polos, no obstante, el derretimiento de los glaciares nos afecta también, y los ciclones que asolan las costas de México son cada vez más intensos. El cambio climático modifica y destruye el hábitat de todos los seres vivos del planeta.

Lejos de las observaciones empíricas acerca del clima, los primeros experimentos científicos sobre el efecto invernadero y predicciones del aumento de la temperatura provienen del siglo XIX, coincidiendo con la Revolución Industrial. Se atribuye a John Tyndall, un científico irlandés, el descubrimiento de que los gases como el bióxido de carbono, el metano y el vapor de agua absorben el calor emitido por la actividad química y biológica en la superficie de la tierra. Sin embargo, fue Svante Arrhenius un polifacético físico y químico nacido en Suecia, quien calculó la magnitud del cambio en la temperatura. Predijo que, si se duplicara la concentración de gases de la atmósfera, la temperatura del planeta aumentaría en 5-6 grados Celsius en solo 3,000 años, si se mantuviera el ritmo de la actividad industrial de aquel tiempo alrededor de 1900. Dado el plazo tan largo para que se cumpliera la predicción, no pareció que el clima importara a nadie y el pronóstico de Arrhenius no tuvo tanto impacto. Tuvimos que esperar casi un siglo y una nueva generación de técnicas innovadoras para comprobar que ya estamos en el camino de hacer realidad esta predicción y de manera más acelerada de lo previsto. Diversas estimaciones señalan que la temperatura del planeta ha aumentado de 0.6 hasta 1 grado Celsius en los últimos 100 años a la par del incremento en la concentración de bióxido de carbono y otros gases de invernadero en la atmósfera como el metano y los cloro-fluoro-carbonos que estudió el Premio Nobel mexicano Mario Molina. Las actividades humanas desde la industrial hasta agrícola y ganadera son las grandes emisoras de gases de efecto invernadero. Sumada a la pérdida acelerada de bosques y selvas, tenemos la receta perfecta para acelerar nuestra propia destrucción.

Aunque existen reticencias a aceptar el cambio climático de parte de algunos grupos sociales y políticos, el cambio climático es una realidad que hay que afrontar. Hay diferentes vías de frenar el calentamiento global, algunas de ellas se han puesto en práctica como el compromiso internacional para reducir los gases de efecto invernadero usando fuentes de energía limpia (solar, eólica), mejorando la eficiencia de uso de la energía, reduciendo la basura y desechos, y promoviendo el transporte eficiente. Otras estrategias más son cambiar a una agricultura sustentable con uso reducido de agroquímicos, y la reforestación. Aunque existen acuerdos internacionales que muchos países del mundo han suscrito, los compromisos pactados están lejos de cumplirse. En nuestro país no vemos para cuando dejaremos de depender de la energía fósil, y decidamos de una vez por todas desarrollar y promover estrategias sustentables de energía. Mientras, ¿Cuánto tiempo nos durará la “eterna primavera”?

vgonzal@live.com

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