Los Niños no están en venta

 

La única valiente fue la más pequeña de mi casa. Cuando mencioné que iría sola a ver la nueva película de Jim Caviezel y Eduardo Verástegui, «Sounds of Freedom» o «Sonido de Libertad», mi hijastra de 14 años se ofreció, sin titubeos, a acompañarme. Nadie de mi entorno «adulto» quiso ver la película, porque sabían la crudeza y decían que era demasiado para ellos. No se equivocaban.

La película nos sumerge directamente en una realidad cruda y desgarradora: el tráfico de menores. Aunque ya ha tenido un éxito rotundo en Estados Unidos durante casi dos meses, su llegada a México el 31 de agosto resuena como un llamado ineludible a confrontar esta dolorosa verdad.

Fue esta misma película la que me empujó a explorar las páginas de «Los Demonios del Edén» de Lydia Cacho. Las investigaciones y denuncias que Lydia hizo en su libro me prepararon ligeramente para lo que enfrentaría en la pantalla.

Al ingresar a la sala, sentí ansiedad, similar a cuando vas a una de esas casas de terror en Halloween. En realidad, no quería ver la película, pero sabía que debía hacerlo en solidaridad con aquellos que habían invertido esfuerzo y recursos para dar voz a los horrores de un mercado que obtiene miles de millones de dólares a costa del sufrimiento de niños, algunos con tan solo tres o cuatro años de vida.

La película, a pesar de su modesto presupuesto y enfoque no explícito, proyecta una imagen fragmentada y muy dolorosa de la realidad. Aunque explora solo una faceta del tráfico de menores, ahondando en cómo comienza cuando alguien es secuestrado, engañado o abducido. No podemos obviar que, en muchas ocasiones, son los propios padres quienes venden a sus hijos a cambio de dinero o drogas, destinando a las criaturas a ser explotados.

A pesar de su enfoque parcial, la película no deja de ser cruda y nos recuerda que esta atrocidad existe, que afecta a niños inocentes y que debemos ser conscientes y activos en la lucha contra ella.

Para tener una perspectiva más concreta, la Organización Internacional del Trabajo informa que la trata de personas es una industria que genera 150 mil millones de dólares al año a nivel mundial, y que alrededor de 21 millones de personas en el mundo moderno están atrapadas en este ciclo de explotación

Dentro de esa cifra, aproximadamente 2 millones son niños que son tratado como esclavos sexuales y claman por libertad. Muchos de ellos son forzados a prostituirse diariamente y en repetidas ocasiones por día. Cuando crecen, enferman o ya no son «carne fresca» para la explotación, son asesinados y las mafias venden sus órganos en el mercado negro.

Esta cruel realidad acontece cada día en todas las regiones del mundo.

Sin embargo, no podemos permitir que la incomodidad nos haga dar la espalda a la realidad que esta película nos muestra. A través de las valientes historias de aquellos que enfrentan este flagelo, «Sonido de Libertad» nos exige reflexionar y actuar. Es hora de abrir los ojos, y unirnos en la lucha para poner fin al tráfico de menores.

Indiscutiblemente, la trata existe y persiste debido a la demanda. Nuestro reto no es simplemente ir a ver la película, derramar algunas lágrimas y salir «moqueando» mientras proclamamos a los cuatro vientos que debemos cuidar a nuestros hijos.

El reto real implica sensibilizar y formar seres humanos comprometidos que no solo rechacen la prostitución y la demanda de menores, sino que luchen incansablemente contra esta lacra, promoviendo los valores, la moral, el respeto por los derechos humanos y la dignidad de todos.

Los datos sugieren que la pornografía está siendo la pedagogía de la prostitución, y si verdaderamente deseamos erradicar el tráfico de personas con fines de explotación sexual, debemos abordar seriamente el impacto de la pornografía en los menores, en los adolescentes y también en los adultos. Cuando hablo de pornografía, no me refiero solo a lo visual, sino también a las nuevas tendencias musicales que representan una forma de pornografía auditiva y que tanto daño están haciendo en la sociedad.

Todos preferimos las películas de color de rosa, pero a veces hay que abrir los ojos y desafiar nuestra incomodidad. Seamos la voz de los que no pueden hablar por sí mismos. Juntos, podemos erradicar este flagelo y proteger a los niños, a los niños de Dios, porque ellos no están en venta.